viernes, 29 de mayo de 2009

ESCRIBIDORES VIRTUALES Y VIRTUALES ESCRITORES

A Dani y VB que me incitaron a pensar en todo esto.

Esta es una respuesta que publico aparte pues me he detenido a reflexionar sobre más de un aspecto a partir de las respuestas de ambas que agradezco profundamente.

Empezaré por el problema de las publicaciones en Internet, tema harto hablado, criticado y tratado fuera del círculo de los “escritores virtuales” pero del cual no he oído mención por estos mares.

Creo profundamente en la literatura, tanto es así que he decido mi vida a partir de ella y no al revés, creo también que nada mejor puede hacer alguien que sentarse a leer o escribir (sé que también hay algunas otras cosas buenas), pero últimamente me ha agobiado un poco el grado al que ha llegado la “literatura” por estos lugares. Le llamo literatura, entre comillas, porque al fin y al cabo no tengo otra palabra para eso que hacen cientos, miles, millones de personas que cuelgan sus poemas, cuentos y todo lo que se le parezca.

Vayamos por partes, primeramente es exasperante la cantidad de poetas que hay nadando, ahogándose diría yo en estos mares. Es fácil, muy fácil si uno se pone a pensar por qué hay tantos “poetas”. Creo que es una cuestión de sencillez, de facilidad con la que uno puede rimar dos o tres versos y creer que escribió un poema. Ya el cuento tiene otras exigencias que no todo el mundo se anima a cumplir, aunque más de uno se atreve y el teatro ¿se preguntaron por qué nadie escribe obras u obritas de teatro y las cuelga en sus blogs o (no desconozco algunos buenos ejemplos, por supuesto), por qué es mucho menor la cantidad de dramaturgos que de poetas y narradores? Creo que la respuesta en sencilla: la mera dificultad que implica escribir una obra por pequeña y modesta que sea. Pregúntenle a cualquier escribidor (sí, dije escribidor) de internet cuántos poemas ha escrito y seguramente, si es humilde, dirá que alguno y luego pregúntenle cuántas obras de teatro ha intentado escribir y no se hará esperar la respuesta. Estoy de acuerdo, junto con algunos compañeros de generación, que un escritor debe ensayar de todo, debe practicar la escritura redactando todas las formas que conozca, así como el jugador de fútbol profesional ensaya jugadas y está listo para vestir la camiseta de arquero si lo debe hacer, así el escritor debe saber o haber intentado al menos muchas formas para que, cuando las necesite, no le parezcan lejanas o inadmisibles. Tengo entendido que quien pintó los frescos de la capilla Sixtina no era, en ese momento, experto en ese arte y sin embargo, supo, un poco forzado, cómo hacerlo puesto que lo había practicado; Miguel Ángel era escultor y sin embargo…

Otra cosa recuerdo y es la mención a la escritura o, al hecho de escribir mucho, como algo necesario. Claro que sí, y en esto no me contradigo, hay que hacerlo pero no hay que publicar todo lo que se escribe, hay que saber tamizar, separar el trigo de la paja y créanme hay mucha paja en internet. “Uno no llega a ser quien es por lo que escribe sino por lo que lee”, dice Borges, quién se cree mucho porque ha escrito mucho tal vez no sea nada. ¿Conocen ustedes a Juan Rulfo?, eso es un ejemplo. Así como “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”, la invención de la imprenta (sic; mi mala memoria sin duda hará descender el nivel literario de esta otra cita de Borges) multiplicó hasta el vértigo libros innecesarios, así ahora internet lleva al más alto nivel tal multiplicación, ahora de hombres y de letras o de hombres que creen ser hombres de letras. Alguien podrá decirme que no tengo por qué leer lo que considero malo pero justamente para saber si es malo o no tengo que hacerlo y la pérdida de tiempo es mayúscula, claro que después que leo a tal o cual poeta virtual y no encuentro nada ya no volveré a su página.

Termino esto señalado que es posible, de hecho en mi página hay una lista de blogs que considero realmente buenos o con una chispa que puede ser fuego, pero es porque en ellos encuentro escritores que se preocupan por serlo y respetan su labor y se respetan a sí mismos no exponiéndose a las burlas de algún crítico incisivo (bastante falta nos hace), que, vagabundeando por la virtualidad, enseñe entre otras cosas a separar aquellas pajas de este trigo.

Continúa en el próximo artículo.

lunes, 11 de mayo de 2009

Último segundo frente al río

Miro el arco brillante que dibuja la moneda que arrojé al río. Era la última en mis bolsillos. El arco es perfecto y en cada vuelta el sol rebota en su superficie pulida. La golpeé con el pulgar, como a una bolita. No recuerdo a mis amigos. No recuerdo sus caras cuando jugábamos en la vereda de tierra. Sólo recuerdo que éramos amigos porque no se podía ser otra cosa y no había otros. Antes los amigos eran los que el barrio te elegía. Pensé también que a mis años hacía mucho que había dejado de verlos. Casi todos se fueron haciendo otros, alejándose, algunos emigraron y uno murió; quizás esa fue su única forma de alejarse. Miro la moneda mientras asciende al cielo. La última. Cuando caiga no habrá vuelta atrás y habré quedado solo, porque ya no hablaré el lenguaje que todo el mundo habla. Y mientras la moneda toca por un segundo ese pedazo celeste de cielo, las imágenes se amontonan en mi cabeza, tantas en tan poco tiempo. No sé cómo llegué hasta aquí, hasta este borde encaramado del río. Tampoco importa. El arco brillante empieza su descenso. Ella está ahí todavía. Pierdo la noción de tiempo dentro del segundo que tarda la moneda en caer al agua. Y ya soy nadie porque no tengo otra como esa, ni voy a tenerla en mucho tiempo o tal vez nunca. Si todo se resume en eso no sé si vale la pena seguir viviendo. Ser nadie para nadie. Ser un pedazo de carne. Ocupar un espacio y un tiempo. ¿Qué me cuesta seguir el rumbo de la moneda y perderme en el agua? Quizás el sol también me alumbre un momento en mi salto y me sienta tibio.
La moneda cae y se incrusta en el agua como una flecha. No hace ruido y el río sigue corriendo. Yo no soy una moneda. Miro el reflejo del sol en la superficie y me decido. No soy la moneda. Ahora, sin ella, soy otro. Retrocedo y me pierdo entre el camino que lleva al borde del río.