lunes, 11 de enero de 2010

Carlos Liscano, La ciudad de todos los vientos; una teoría del no novelista

Montevideo, parece decir Liscano, es la ciudad que continua haciendo literatura con sus indios inexistentes, sus gauchos, sus matreros; no se equivocó en el año 2000 cuando publicó La ciudad de todos los vientos, nueve años después sigue vigente su apreciación.





Carlos Liscano, una teoría del no novelista


“La historia que uno cuenta importa poco, lo que importa es la lucidez literaria, el no ignorar en ningún momento que se está haciendo literatura”


“En Montevideo el viento viene del río, viene del norte, viene del este, viene del oeste, se mete en las calles, invade casas, entra en la cabeza de la gente, la vuelve descreída, pesimista y gris. Por culpa del viento a los tres meses de haber nacido el montevideano adquiere las características nacionales para toda la vida. Viento y humedad, eso es Montevideo.”


de: La ciudad de todos los vientos



Montevideo es “la ciudad de todos los vientos”, la ciudad imposible, la ciudad de un país sin nombre, donde no se puede desarrollar una novela, donde los indios aún se encuentran a salto de mata, donde el personaje, el no héroe, se refugia de esos indios que parecen amenazar, pero en realidad son domésticos. Montevideo, parece decir Liscano, es la ciudad que continua haciendo literatura con sus indios inexistentes, sus gauchos, sus matreros; no se equivocó en el año 2000 cuando publicó su novela, no se equivoca en el 2009, cuando se siguen consagrando best-sellers uruguayas historias noveladas, o novelas historiadas, de matreros y polecías.

Y, en este sentido, Montevideo y su gente, o la gente que es Montevideo, representa el contexto perfecto para una no novela, un no escribir, por eso, quizás, Onetti, ese cronista del cemento podría haber dicho Benedetti, la narró (si es que la narró), desde diversos exilios (el encierro y la soledad también pueden sus formas), por eso es, también quizás, que, recorriendo sus calles, el protagonista-narrador-autor Liscano no puede hacer otra cosa que caminar sin rumbo, chocarse con muchas estatuas, perderse y encontrarse, previsiblemente, apáticamente, consigo mismo o con otros escritores y tener charlas donde predomina una especie de incomunicación, de mundos distintos, cada cual en el suyo, o, encontrarse con gente común, viejas que no deben introducirse “en la novela que uno está escribiendo” para mantener diálogos llenos de lugares comunes, de retruécanos nada literarios porque la literatura no es diálogo común, no es diálogo de gente común y menos de viejas. En este sentido no se escapa el humor, aspecto que, al decir de Lauro Marauda, parece vedado a la mayoría de los escritores uruguayos, aunque el humor de Liscano tiene un dejo de amargura.

Liscano parodia la posibilidad de una novela latinoamericana y la imposibilidad de una identidad, término complejo si los hay, puesto que ni el lenguaje, ni las costumbres, ni los lugares pueden definir un personaje latinoamericano, porque “latinoamericano” es muchas cosas, pero cosas de un género mercantil, “turístico”, que parecen inspirar apatía: “Si uno es latinoamericano, digamos que también yanqui o canadiense, tiene derecho a escribir sobre indios, ponchos, quenas, pipa de la paz, coca, mezcal y otros alucinógenos que nos caracterizan.

No se puede tener un héroe, no se puede inventar historia alguna, no se puede escribir una novela. Esto hace Liscano y en esto se resume su no novela que, para un lector del siglo XXI, es perfectamente comprensible desde el caos, desde el no lugar o desde la virtualidad en la que ya casi todo ser humano se encuentra. La búsqueda es imposible porque no se sabe qué se busca, y en este sentido su “Novela” (al menos eso consignan seis letras en la tapa debajo del título del libro), termina siendo más teoría literaria que narración, más reflexión sobre o acerca de la escritura, el autor, el concepto de latinoamericanismo, que historia.

La ciudad de todos los vientos parece ser una invitación, una posible puerta de entrada, o de salida, para llegar a esa verdadera no novela que logre integrar una nueva o reformulada teoría literaria y una historia que recuerde los orígenes más ilustres del género. Su no novela vislumbra un Quijote del siglo XXI que aún no ha nacido.

Carlos Liscano nació en Montevideo, en 1949. Ha incursionado en la poesía y la narrativa. En esta ocasión destaco, además de la mencionada, sus obras narrativas: La mansión del tirano, 1992 y El camino a Ítaca, 1994. Publicó La ciudad de todos los vientos, en el año 2000. Su obra puede ser considerada un ejemplo de la no novela, donde la búsqueda a veces kafkiana, lo irracional y el humor no quedan de lado.

sábado, 9 de enero de 2010

Helena Corbellini: El sublevado. Garibaldi, corsario del Río de la Plata, Sudamericana, Montevideo, 2009

Nota: este artículo lo escribí para una revista, pero como salió TAN recortado creí que debía aparecer en su formato original en este lugar que es absolutamente mío.


El sublevado. Garibaldi, corsario del Río de la Plata, apareció este año en el mes de noviembre. Su autora, Helena Corbellini es uruguaya, nacida en Montevideo en 1959. Reside actualmente en Colonia. Destaca, entre sus obras: Laura Sparci (1995), La novia secreta del Corto Maltés (2000), y La vida brava. Los amores de Horacio Quiroga (2007).


Recurrir a personajes históricos, más si estos no fueron grandes héroes sino personajes secundarios de la historia, es ya una práctica común, incluso desgastada. No deja de ser este un medio sencillo para lograr una novela que parezca atractiva. El lector incauto pensará quizás que será este el mejor medio de entretenerse y aprender a la vez una lección de historia. A todo esto puede, y debe, sumársele el amparo de una editorial de renombre, y tenemos un best-seller en potencia.

Helena Corbellini, la autora del conocido libro sobre “Los amores de Horacio Quiroga”, se interna en el tiempo de Rivera, Oribe, Juan Lavalle y Rosas, específicamente desde el 9 de junio de 1937 hasta el 1 de julio de 1938. Estas fechas coinciden con la aparición en el Río de la Plata del carismático y libertario Giuseppe Garibaldi.

Este avezado navegante recorrió parte del Brasil y sus vecinos países entre 1836 y 1848. Participó en varios acontecimientos bélicos bajo la consigna de la independencia. En 1836 fue capitán de barco en la insurrección secesionista de la república brasileña de Rio Grande do Sul que culminó en fracaso. Su huída en 1937 hacia costas uruguayas, amparada en contactos y ayudas clandestinas de sus hermanos francmasones, da pie al inicio de la novela.

Pero esta no es la novela de Garibaldi. El título puede hacernos pensar en batallas navales, o acciones heroicas por parte del italiano que, sin embargo, no suceden. La verdadera protagonista es Pandora Santos, una adolescente uruguaya de dieciséis años que, cautivada por la agraciada figura del aventurero, corre riesgos inmensos, asesina y se disfraza de hombre entre marinos, movida por una pasión casi exclusivamente lujuriosa. Como apunta Liliana Viola, en su artículo sobre La vida brava. Los amores de Horacio Quiroga, de la misma autora: es esta [tanto Pandora Santos como María Bravo] otra figura femenina construida quizás con “la buena intención de construir mujeres interesantes, [pero con las que] se tergiversa y oculta una visión de mundo que ha formado parte y causa del sometimiento de tantos años.

Aunque sin dudas, Pandora Santos muestra actitudes que elevan la figura femenina por sobre cualquier pretensión de disminuirla, algunos pasajes de la novela por demás violentos o lujuriosos pueden ser entendidos como mera chabacanería. Ejemplo de esto es el siguiente párrafo que recuerda, por contraste, las descripciones sexuales de Milán Kundera, o el argentino Andrés Rivera, más cercano espacial y temporalmente: “Le desabotono los pantalones y los dejo caer sobre sus botas, allí mismo, parado frente a mí. Le acaricio el miembro viril hinchado, primero con suavidad y luego lo aprieto lentamente con una mano. Me lo llevo a la boca, lo beso y lo succiono con deleite. Jadea. Me toma la cabeza entre sus manos para apresurarme, pero se las empujo y continúo con la misma lentitud exasperante. Juego con aquel juguete nuevo y usado, tibio y agrio. Por momentos quito la boca y cuando él intenta protestar, yo le paso la lengua en círculos por la punta.

Ocho capítulos alternan diarios íntimos, relatos de personajes secundarios y cartas que, en ocasiones, parecen dar cuenta de las intenciones novelísticas de los emisores, cuestión que aleja mucho el concepto de verosimilitud del relato y sus personajes. Escrita con corrección absoluta la historia es estimable, aunque la novela no ofrece un solo pasaje memorable.