Montevideo,
parece decir Liscano, es la ciudad que continua haciendo literatura con sus
indios inexistentes, sus gauchos, sus matreros; no se equivocó en el año 2000
cuando publicó La ciudad de todos los
vientos, nueve años después sigue vigente su apreciación.
Carlos Liscano, una teoría del no novelista
“La historia que uno cuenta importa poco, lo que importa es la lucidez literaria, el no ignorar en ningún momento que se está haciendo literatura”
“En Montevideo el viento viene del río, viene del norte, viene del este, viene del oeste, se mete en las calles, invade casas, entra en la cabeza de la gente, la vuelve descreída, pesimista y gris. Por culpa del viento a los tres meses de haber nacido el montevideano adquiere las características nacionales para toda la vida. Viento y humedad, eso es Montevideo.”
de: La ciudad de todos los vientos
Montevideo es “la ciudad de todos los vientos”, la ciudad imposible, la ciudad de un país sin nombre, donde no se puede desarrollar una novela, donde los indios aún se encuentran a salto de mata, donde el personaje, el no héroe, se refugia de esos indios que parecen amenazar, pero en realidad son domésticos. Montevideo, parece decir Liscano, es la ciudad que continua haciendo literatura con sus indios inexistentes, sus gauchos, sus matreros; no se equivocó en el año 2000 cuando publicó su novela, no se equivoca en el 2009, cuando se siguen consagrando best-sellers uruguayas historias noveladas, o novelas historiadas, de matreros y polecías.
Y, en este sentido, Montevideo y su gente, o la gente que es Montevideo, representa el contexto perfecto para una no novela, un no escribir, por eso, quizás, Onetti, ese cronista del cemento podría haber dicho Benedetti, la narró (si es que la narró), desde diversos exilios (el encierro y la soledad también pueden sus formas), por eso es, también quizás, que, recorriendo sus calles, el protagonista-narrador-autor Liscano no puede hacer otra cosa que caminar sin rumbo, chocarse con muchas estatuas, perderse y encontrarse, previsiblemente, apáticamente, consigo mismo o con otros escritores y tener charlas donde predomina una especie de incomunicación, de mundos distintos, cada cual en el suyo, o, encontrarse con gente común, viejas que no deben introducirse “en la novela que uno está escribiendo” para mantener diálogos llenos de lugares comunes, de retruécanos nada literarios porque la literatura no es diálogo común, no es diálogo de gente común y menos de viejas. En este sentido no se escapa el humor, aspecto que, al decir de Lauro Marauda, parece vedado a la mayoría de los escritores uruguayos, aunque el humor de Liscano tiene un dejo de amargura.
Liscano parodia la posibilidad de una novela latinoamericana y la imposibilidad de una identidad, término complejo si los hay, puesto que ni el lenguaje, ni las costumbres, ni los lugares pueden definir un personaje latinoamericano, porque “latinoamericano” es muchas cosas, pero cosas de un género mercantil, “turístico”, que parecen inspirar apatía: “Si uno es latinoamericano, digamos que también yanqui o canadiense, tiene derecho a escribir sobre indios, ponchos, quenas, pipa de la paz, coca, mezcal y otros alucinógenos que nos caracterizan.”
No se puede tener un héroe, no se puede inventar historia alguna, no se puede escribir una novela. Esto hace Liscano y en esto se resume su no novela que, para un lector del siglo XXI, es perfectamente comprensible desde el caos, desde el no lugar o desde la virtualidad en la que ya casi todo ser humano se encuentra. La búsqueda es imposible porque no se sabe qué se busca, y en este sentido su “Novela” (al menos eso consignan seis letras en la tapa debajo del título del libro), termina siendo más teoría literaria que narración, más reflexión sobre o acerca de la escritura, el autor, el concepto de latinoamericanismo, que historia.
La ciudad de todos los vientos parece ser una invitación, una posible puerta de entrada, o de salida, para llegar a esa verdadera no novela que logre integrar una nueva o reformulada teoría literaria y una historia que recuerde los orígenes más ilustres del género. Su no novela vislumbra un Quijote del siglo XXI que aún no ha nacido.
Carlos Liscano nació en Montevideo, en 1949. Ha incursionado en la poesía y la narrativa. En esta ocasión destaco, además de la mencionada, sus obras narrativas: La mansión del tirano, 1992 y El camino a Ítaca, 1994. Publicó La ciudad de todos los vientos, en el año 2000. Su obra puede ser considerada un ejemplo de la no novela, donde la búsqueda a veces kafkiana, lo irracional y el humor no quedan de lado.