lunes, 2 de agosto de 2010

Edgar Lee Master, sepulcros azogados

Introducción



La colección de poemas que conforman el conjunto de la antología presentada hacia la segunda década del siglo XX por Edgar Lee Master es mucho más que una recopilación de poemas en verso libre. Es una muestra cruel y patética de la condición humana, de sus vicios, de sus angustias, pero en ocasiones también de sus virtudes y, por sobre todo, de la belleza de la vida. Esa vida que puede dejarnos, hacia el final, con nada más que un epitafio.

Poco agregaría hablar aquí del adelanto imaginativo con respecto a Rulfo, en cuanto a la iniciativa de “hacer hablar” a un muerto, aunque el propio Dante ya lo hubiera hecho en su Comedia. Tampoco sería significativo hablar de los espacios geográficos ficticios, como lo es el propio pueblo Spoon River.

Podría sí resultar enriquecedor detenernos y reflexionar sobre, y acerca de, ese entramado de ironías, enseñanzas y poesía que son los epitafios que coronan la tumba de algunos de los doscientos cincuenta personajes que participan, de una u otra forma, de esta gran diégesis que puede leerse, en ocasiones, como épica, puesto que no sólo participan de la historia personas ordinarias, sino también seres extraordinarios, ya sea por sus aspectos negativos o positivos. Aunque su superlativa importancia no deba medirse bajo los cánones clásicos de la heroicidad, sí pueden ser vistos, muchos de estos personajes, como verdaderos héroes y antihéroes, en un sentido más próximo al que se le ha dado en el siglo XX.

En todo caso, y fuera de posibles contactos, influencias y demás suposiciones, la poesía de los epitafios de Spoon River escapa a cualquier clasificación dogmática. En nada puede ayudarnos decidir sobre si es Modernista, Vanguardista, Clásica, Romántica, o lo que queramos imputarle. Es, por sobre todo esto, poesía feliz y esencial, más allá de las “tecniquerías” (el término es borgiano), y de los desgastes del tiempo y las traducciones.

Sepulcros azogados

Tú que ciego en el placer
Cierras del alma los ojos
Contempla en estos despojos
Lo que eres, lo que has de ser
Ven a este sitio a aprender
Del hombre la duración
Que en esta triste mansión
De desengaño y consejo
Cada sepulcro es espejo
Cada epitafio lección.


Francisco Acuña de Figueroa
(Inscripción a la entrada del
Cementerio Central de Salto)


“El poeta es figura heroica propia de todas las épocas, que todas poseen, que pueden producir, ayer como hoy, que surgirá cuando plazca a la naturaleza. Si la Naturaleza produce un Alma Heroica siempre podrá revestir la forma de Poeta”

Tomas Carlyle en: De los héroes


La antología se inicia con un tópico poco usual en la poesía contemporánea y que representa hoy, quizás, una forma culta, el ubi sunt, característico de las elegías. Este llamado: “¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,…”, “¿Dónde están Ella, Kate, Mag, Edith y Lizzie?”, “¿Dónde están el tío Isaac y la tía Emily…”, es también la mejor forma de evocación, o invocación, pues a partir de allí cada uno de los personajes citados dirá lo que tiene para decir. Una nueva forma de invocar a las musas, una trasformación que también supo utilizar a su manera José Hernández al inicio de El gaucho Martín Fierro.

Pero hablar en forma abstracta puede ser una forma de la haraganería, dice el citado Borges en su ensayo titulado “La poesía”. Tomaré entonces algunos ejemplos de los epitafios de Masters, a fin de ilustrar la multiplicidad temática y la profundidad, a veces ambigua, con que se mira el ser humano, la vida, y la muerte, del hombre.


Penniwit, el artista

Me quedé sin clientela en Spoon River
tratando de ponerle espíritu a la cámara
para aferrar el alma de la gente.
La mejor de todas mi fotos
fue la que le tomé al juez Somers, doctor en leyes.
Se sentó erguido y me hizo esperar
hasta que pudo enderezar sus ojos bizcos.
Cuando estuvieron rectos me dijo: «Listo.»
Le contesté: «deniego» y se volvió a embizcar.
Lo agarré como solía ser
cuando decía: «Me opongo.»

El artista. ¿Qué otra cosa puede hacer el artista más que quedarse “sin clientela”? El artista intenta aferrar “el alma de la gente” y se queda quizás con un rostro, pero un rostro bizco, deforme, torcido, paradójicamente, por las leyes, por la ejecución severa de las leyes.

El epitafio de Penniwit recuerda un episodio concreto: el retrato del juez Somers, el mismo que se pregunta en el suyo por qué yace olvidado, ignorado, mientras otro, el mismísimo borracho de la ciudad “tiene un pedestal de mármol, rematado por una urna // en la cual la Naturaleza, por irónico capricho, // ha sembrado césped en flor?”. Toda la vileza, o la corrupción, del juez parece concentrarse en dos epitafios. El natural odio con el que es castigado el que abusa, el que cree ser dueño de la verdad está devuelto en esa instantánea que se toma justo como el juez no quería que fuera tomada, bizqueando.

Es el artista el que refleja no una invención, sino una verdad. Una verdad envuelta en trazos poéticos, pero una verdad al fin y al cabo. Es el artista el que puede decir “deniego”, y objetar la realidad, oponerse a la mentira y el disfraz. Disfraz que no puede ocultarse, y que de hecho no se oculta, luego en la muerte, pero que puede llevarse y acomodarse en el transcurso de la vida. Así, el juez Somers, no sólo no logra aparecer “derecho” en la foto, sino que no obtiene ni siquiera los míseros beneficios de la muerte; yacer bajo el “césped en flor”.

Parece haber un espíritu de revancha que alienta también el acto creativo o la aprehensión de la obra. El artista captura no la máscara del juez, no sus velos, sino la esencia misma del que: “solía ser // cuando decía: «Me opongo.»” Algo parecido recuerdan los cuadros de René Magritte, titulados “Los Amantes”; rostros ocultos que se besan o posan para la posteridad sin enseñar sus verdaderas caras. Así, las lápidas que cubren los múltiples rostros de los que vivieron o partieron de Spoon River muestran, como a través de un viaje de ultratumba, el verdadero espíritu de los que fueron y ahora se ven reflejados en sus epitafios como ante el espejo que enseña los que fueron los caminos de su vida.

Biografía


Este poeta estadounidense nació en Garnett, Kansas, en 1869. Era hijo de un abogado, y pasó la adolescencia en la zona del Illinois situada entre Petersburg y Lewistown que haría célebre en su obra principal. Luego de haber cursado estudios regulares en el Knox College, siguió la profesión de su padre, que ejerció durante algún tiempo en Lewistown; más tarde, hacia 1892, abrió bufete en Chicago.

Su éxito como abogado no le libró de la monotonía de una existencia vulgar y aburrida, en la cual la reacción al puritanismo aparecía bajo veleidades artísticas. La poesía era, en efecto, el único bálsamo de su espíritu de pesimista melancólico y de provinciano aislado y resentido. En la ciudad de Chicago contemporánea, donde bullían nuevos afanes y el deseo de superar el materialismo reinante, encontró diarios y revistas prontos a publicarle cuanto iba componiendo: textos poéticos, narraciones y, además, obras innovadoras que, a pesar de los esfuerzos realizados por el autor para situarse frente a la realidad, presentaban aún las formas convencionales de la tradición.

En 1913 la lectura de la Antología Palatina (texto que le había prestado William Marion Reedy, director del Reedy's Mirror de St. Louis) le inspiró la obra que iba a dar fama a su nombre: la Antología de Spoon River (1915). Este libro pronto pasó a ser el estandarte de una revolución espiritual inspiradora de toda la nueva literatura: la dirigida "contra la aldea" y la mentalidad puritana.
En dicha obra Masters recreaba los epitafios grabados en las tumbas del cementerio de una pequeña ciudad del Medio Oeste, escritos en verso libre. Su lectura va revelando, a través de las voces de los muertos, los entresijos de la comunidad en la que vivieron: la hipocresía de unos, las angustias de otros y, en suma, expresa la pérdida de los nobles valores que animaron a los fundadores, ya sea por deliberada traición a ellos o por incapacidad para mantenerlos vivos. Se trata de una crónica mordaz acerca del fracaso, en la que el poeta alcanza un aliento original que no se repetiría en su obra posterior.

En los años de éxito de Lee Masters y su Antología, el autor debía balancear la carrera de escritor y abogado, sufrir un divorcio amargo y una neumonía que casi lo mata. Se casa de nuevo en 1926, pero debe vivir separado de su nueva mujer, Ellen Coyne, por el trabajo de profesora de ella. En su retiro Lee Masters escribió, en el Hotel Chelsea, de Neuva York, entre otras cosas, su autobiografía, desde la niñez hasta los años de gloria de la Spoon River. En los años cuarenta se retiró junto a su esposa a Carolina del Norte y Pennsylvania, donde se dedicó a enseñar. Recibió varios premios en reconocimiento de su carrera literaria, donde es sindicado como una figura de transición en la poesía americana, un escritor que se sentía cómodo con el verso largo, casi narrativo, a la manera de Shelley, pero que en Spoon River establece una poesía distintivamente moderna. Ya por esos años su salud no era de las mejores. Falleció en Melrose, Pennsylvania, el 5 de marzo de 1950.