viernes, 17 de septiembre de 2010

Carlota podrida, o la lógica de la ironía absurda


Treinta y tres también existe, parece decir Espinosa (Treinta y tres, 1961), es la ciudad en la que ocurren cosas inusitadas, como el rapto de una ex-estrella de cine. Pero sobre todo, es una ciudad recreada bajo el arte de la narración.

Gustavo Espinosa nace y reside en Treinta y tres. Es docente de de literatura y colabora para varios medios uruguayos con reseñas y artículos de crítica literaria y cultural. Esas palabras, en la solapa de su libro, intentan definir el quehacer del autor de una novela si bien no innovadora al menos revitalizante del campo literario uruguayo que parece inclinar, ya fastidiosamente, la balanza hacia el lado de la novela histórica.
Ha incursionado felizmente en la poesía y la narrativa, también en la crítica literaria. Publicó la novela China es un frasco de fetos en el año 2001. Su poemario Cólico miserere apareció bajo los auspicios de la editorial Trilce, en el año 2009. Carlota podrida es su segunda novela.


Carlota podrida, o la lógica de la ironía absurda.

“(Nota del autor para los traductores: Señores, no conozco sus caras ni sus nombres, ni sé en qué tiempo emprenderán su tarea. Pero ahora estoy seguro de que ustedes existen, están esperando estos papeles en algún rincón del futuro. Noten, entonces, que la expresión “todo el mundo” (galicismo e hipérbole lexicalizada según me enseñaron en los cursos de idioma español) en este caso se aproxima bastante a la literalidad. Significa, y es un mérito que me cuesta creer propio, más que “mucha gente” o “en muchos lugares”, o “en todo Treinta y Tres”, o “en muchas partes del Uruguay”).

El argumento de la novela parece sencillo: Charlotte Rampling, una exitosa actriz británica de los años 60, visita la ciudad de Treinta y tres, y un fanático, de esos millones que siembran las estrellas del cine y que nunca saldrán del total anonimato, decide secuestrarla. Pero no todo es así de sencillo. En el relato se cuela la ironía, esa ironía absurda que, aventurando conexiones, tiene sus mejores exponentes rioplatenses en Osvaldo Lamborggini, César Aira, en una novela de Carlos Liscano y, sobre todo, en Mario Levrero.
Pero, ¿qué es la ironía absurda? El término es quizás tan indefinible como el Realismo Mágico, pero, en ocasiones, tan fácil de apreciar como este. Un excelente ejemplo es la trilogía novelística sobre el súper héroe Barbaverde, invención de Aira que, en realidad, no aparece en ninguna de las tres obras. Otro ejemplo es, como en el caso de Liscano, la construcción de una novela que termina siendo una no-novela. Parece este último un estereotipo de toda una falange de escritores uruguayos que no siempre es bien vista, puede citarse a este respecto las palabras de Arturo Pérez Reverte a propósito de Alejando Paternain, alegando que una de sus principales facultades era la de no escribir novelas sobre la imposibilidad de escribir una novela (PÉREZ REVERTE, Arturo. “Alejando Paternain, maestro del mar”, en El País Cultural, Montevideo, N° 771, agosto de 2004: 12).
Pero el proceso de Espinosa es, en todo caso, diferente, existe sí una novela, existe también la metanarración, pero lo que domina es otra cosa. Y es esta ironía absurda que delata la narración de una historia que poco importa para la novela; importa mucho más el mecanismo que activa y lleva adelante lo narrado, importa mucho más la estructura de la narración, con fragmentos de un diario personal del raptor, que en ocasiones y quizás sólo debido al formato de letra se vuelven un poco abrumadores, que agregan capas y densidad conceptual a una historia sencilla.
Con personajes que pueden ser casi de cualquier ciudad del Uruguay que no sea Montevideo, con situaciones asimilables a más de una anécdota de cantina, con un lenguaje versátil, pero nunca desacertado, según lo amerite la historia o sus personajes, Carlota podrida es un buen ejemplo de “imaginación desbordada” (la idea es de Campodónico) y de oficio de narrador, con una forma de contar que, salvando la contrariedad de los discursos intercalados en cursiva, mantiene atrapado al lector. Disfrutable e insolente a la vez para con toda la línea de escritores correctos que, en ocasiones y si es que salen de la ya trillada novela histórica, ni siquiera logran escribir acerca de la imposibilidad de escribir. Espinosa logra escribir y no hacerlo a la vez en algo más de cien páginas que valen la pena.

ESPINOSA, Gustavo. Carlota podrida, Editorial Hum, Montevideo, 2009