sábado, 22 de diciembre de 2012

Zafarrancho [no tan] solo, de Cristina Carneiro


De vez en cuando conviene detenerse, mirar hacia atrás, pero no hacia ese atrás que te señalan algunos, sino hacia donde pocos se dirigen. De vez en cuando, se encuentran cosas que estaban olvidadas o esperando nuevas visiones. Quizás, al menos para mí, el libro Zafarrancho solo, de Cristina Carneiro pueda ser un ejemplo de esto.

Hace cuatro años, entre los libros “rescatados” por la editoral Yaugurú, apareció en las librerías Zafarrancho solo, con una nota de su editor, Gustavo Wojciechowski, pero, de todas formas, su autora parece seguir siendo, sin merecerlo, una ilustre desconocida.

Breve historia. Este libro, según se hace constar en su primera edición, ganó el primer premio en la 7a. Feria Nacional de Libros y Grabados, con un jurado integrado por Ida Vitale, José Carlos Álvarez y Washington Benavidez. Esta feria, llevada adelante por Nancy Bacelo y cuyos antecedentes datan de 1958, supuso un importante impulso de difusión a partir de 1961, fecha en la que se comienza a entregar Premios. Es así que, el premio y la edición de diciembre de 1967, le corresponde a esa joven montevideana de 19 años que era Cristina Carneiro (31/10/1948). La pequeña historia de este libro continúa porque, hacia 1969, se publica una segunda edición que pocos consignan, idéntica en cuanto a su contenido y arte de tapa, pero con una reducción en lo que respecta al formato. De un libro de 14,5 por 19,5 centímetros, se pasa a uno de 13 por 16,5. Desde ese momento, hasta esta 3a edición de Yaugurú, «esa mezcla de estallido y silencio convirtió a Zafarrancho solo en un libro de culto, inencontrable desde hace años», según comenta Roberto Apratto (“Poesía de Garet y Carneiro. Al rescate”, en El País Cultural, 31/1/09). Tal como sucede con algunos escritores particulares, salvando distancias podríamos pensar en Edgar Lee Master, el caso de Carneiro es de esos que quedan prendidos al nombre de un libro. Puedo imaginar que, en 1975, tras la aparición de su segundo título, Libro de imprecaciones, más de un lector sintió que ya estaba leyendo a otra poeta, casi completamente diferente.

¿Qué tiene Zafarrancho solo?

Zafarrancho solo tiene, como lo dicen sus subtítulos: de todo, desamparo, chifladuras, y chau. Cabe preguntarse si es, realmente, haciendo honor a su título, un ordenamiento de la embarcación (la autora se entreveía partiendo hacia el mar de la poesía: «salimos en expedición tunante/ de tres carabelas hipocampas»), o, siguiendo otra de las acepciones del término “zafarrancho”, nada más que relajo, en el sentido más criollo de la palabra. Lo que no deja lugar a dudas es la condición de soledad implicada en este título. Soledad que se resuelve muchas veces a lo largo de la obra a través de la acumulación de elementos, de algún «catálogo del asombro» que la poeta despliega pero que, muchas veces, como dice Joaquín Sabina: «calla más de lo que dice/ pero dice la verdad». Impronta poética esta, la del catálogo, que luego, entre 1992 y 2003, retomaría Aldo Mazzucchelli, para abrir su libro Wysiwyg, de 2004.

¿Qué dice Zafarrancho solo?

En este libro Carneiro se nos presenta como una poeta que trasunta vitalidad, ganas de ver a lo niño, de entender el mundo desde la sencilla construción arbitraria de las relaciones que tienen entre sí las cosas. Poeta juguetona del verso y sus aspectos fónicos, poco casual, más bien muy seria en sus picardías infantiles cuando comprueba que un gato puede aparecérsenos «agazapado/ (o agatapado, o agazarpado, o agatado,/ o simplemente gato, no me interrumpas.)».

En más de una ocasión el encuentro entre el juego y la poesía se logra cuando la poeta parece forzar la resemantización de los sustantivos, en un trabajo continuo de aposición, eliminando, muchas veces la dificultad de la adjetivación, «de vez en cuando tengo un miedo golondrina», «tengo un miedo sanbernardo», «un miedo mermelada».

En gran medida, este libro, encarna un ideal de voz poética vital, joven, entusiasta, desinhibida. Recomendable absolutamente para aquellos lectores ávidos de voces que toman la poesía como un trabajo de construcción, pero también, y quizás muy especialmente, para los que comienzan a escribir y buscan sondear hasta qué punto puede ser flexible el lenguaje y cómo, a través de determinados mecanismos, pueden lograrse verdaderas obras de arte.

Carneiro se encuentra radicada, desde hace muchos años, en Inglaterra y, según pude averiguar, planea, hace ya otros tantos, la edición de su tercer poemario que (agradable noticia), saldría en Uruguay.

 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Es conveniente hacerlo cada día. Usted dirá.


 

Desautomatizarse es mirar en interior, es pasarse las manos por la cara por primera vez, es ver que las puntas de las hojas de las plantas de toda la casa parecen indicar algo y lo indican, de verdad lo indican. Desautomatizarse es creer que se puede mirar para afuera cuando ya estamos afuera. Es mirar la lapicera y ver escritos tres tomos de la próxima novela o escuchar una canción de Sabina en los auriculares allá, arriba de la mesita de luz que en realidad siempre fue de madera. Desautomatizarse en la propia habitación, desautomatizarse hasta los poros, entre las pausas, antes de ir al baño y después de cada comida. Desautomatizarse hasta cuando nos estamos desautomatizando. Ufff, desautomatizarse es recordar cuánto nos habremos desautomatizado vos y yo. Hasta caer exhaustos, hasta el paroxismo, hasta el recambio de energías, hasta la próxima escena y, mientras tanto, la estufa tiene una carpeta blanca de croché que la vuelve un perfecto samurái butano. Los libros palidecen y se lamentan de mi falta del tiempo. Las plantas, una a una se van retirando a regiones más altas y la puerta de entrada muestra esas cicatrices de las tantas visitas. El techo despliega sus alas de humedad y se descascara de a poco como un televisor viejo que nadie usa, se descascara y me mira como solo pueden mirar los techos.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Nuevas instrucciones sobre el miedo




 Suelo tender la cama siempre después de levantarme. En mi antiguo apartamento, en el barrio Goes, siempre que regresaba de trabajar, y por más lisa que hubiera dejado las frazadas, encontraba una mano pequeña marcada en el espacio de mi cara.

***

Una hermosa mujer está sentada en un banco de nuestra principal plaza. Parece impaciente, tal vez espera a alguien. Es delicada y su piel se eriza con el más leve arañar de la brisa. Cuando cree que nadie la observa se escarba la nariz, saca bolitas blancas como de pan y se las da de comer a las palomas.

***

Alguien está leyendo un blog, quizás usted mismo que está leyendo este. Descubre entonces que las letras son las mismas que escribió hace un tiempo atrás en una vieja libreta escolar. Va a revisar cajones y viejos papeles, pregunta, se extraña y sigue buscando. No logra encontrar nada y cada vez recuerda con más claridad que fue esto mismo lo que escribió.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Entretejido, de Álvaro Zunini





Por fin alguien que trabaja. Es lo mínimo que se le podría pedir a un artista que, tras ser aceptada su obra, recibe aproximadamente treinta mil pesos, y más también, del MEC (Ministerio de Educación y Cultura), por exponer en el EAC (Espacio de Arte Contemporáneo).
El 16 de agosto se inauguró la T8 (Temporada ocho) en el EAC con una muestra, entre otras, del salteño Álvaro Zunini (1977). La primera impresión al entrar a la sala 1 (casualmente la que albergó también aquel trabajo de Federico Aranu, Retro O, que comentáramos, en su momento, para la revista salteña La Piedra Alta, número 6, julio de 2011), es la de sorpresa por estar este desencantado espectador habituado ya a encontrase papeles recortados, video instalaciones donde se presenta algunos sonidos y colores y, en ocasiones, diez kilos de caramelos en un rincón de la celda, adaptada ahora como sala. La sorpresa fue grata entonces al chocarnos con una obra donde se exibe trabajo, ideas nuevas, tanto por la técnica como por la propuesta presentada.
Zunini nos presenta cinco cuadros de gran tamaño elaborados a partir de una técnica de repostería. A modo de explicación reproduzco un fragmento del texto curatorial de Fernando Sicco (director del EAC) del folleto informativo del Espacio: «Todo empezó con un torta de cumpleaños en el refrigerador. Al ver una palabra escrita encima, Álvaro Zunini pensó que podía usar una manga para aplicar óleo y obtener un dibujo a relieve.» El resultado, imágenes donde se aprecia la capacidad para el dibujo del artista, un tejido que sugiere la unión de esas figuras –su perra, un árbol arrastrado por el viento, dos cuerpos dentro de una piscina de las termas–, y un relieve que impacta, que implica de alguna forma al espectador pues parece que esos dibujos se trasladan al ámbito del que los observa. En gran medida se podría decir que son obras que tienen vida propia, prescinden (no como la gran mayoría que comparte el Espacio), del texto curatorial, de la explicación, de la fundamentación tan, o más, importante para casi todo el resto del llamado arte contemporáneo.
Una aclaración final, y casi a modo de nota al pie, se impone: llama la atención la similitud del árbol que nos presenta Zunini, cuadro que, además, encabeza la página donde se presenta al autor y su obra en el folleto del EAC, con el logo de una marca de vinos argentina Ventus. De todas formas, ideas mediante o no, el logro de Zunini es de calidad.

(La T8 permanecerá hasta el 4 de noviembre)
 
Publicado en Diario El Pueblo, de Salto, 06/09/12

sábado, 18 de agosto de 2012

Los pescadores de sirenas


Me fui acercando a los límites de la ciudad, más allá podía ver el verde y los árboles, pero seguí en dirección opuesta a la de mi entrada. Lejos, ante mi vista, se extendió un río ancho, muy ancho, parecía que se iba dibujando a medida que yo me acercaba o miraba con mayor atención y se extendió también hacia los lados y hubo un puerto y gaviotas grises y olor salobre, muy raro tratándose de un río, y hubo pescadores apenas separados unos de otros en el muelle. Me acerqué a ellos e investigué con curiosidad sus baldes vacíos, sus cañas gruesas. No tardaron en mirarme, en ser cordiales como casi todos los pescadores.
Los pescadores de sirenas reproducen el ritual que les contaron sus padres, y a estos sus abuelos, porque esperan pescar la sirena que los llevará a otro lugar. Son pacientes, saben esperar. Ellos me contaron historias de mujeres hermosas en cuyas escamas brillaba el sol de todos los mares. Dicen, además, que si uno mira muy temprano al alba un punto exacto del horizonte las ve jugar y saltar fuera del agua. Se cuenta, entre las cosas más extrañas, la historia de una única sirena negra de pelo color bronce, la imposible.
Los pescadores de sirenas atan un anillo de oro con sus nombre en la punta de la piola y la arrojan lo más lejos que pueden. Cada noche recogen y guardan el anillo que estuvo horas en el agua, en una cajita con forro de terciopelo, junto a otro que espera ser grabado.
Los pescadores de sirenas me pidieron que contara su historia al salir de la ciudad porque seguramente ellos ya estarían por partir.
Con verdadera melancolía me despedí de ellos al atardecer. Recién entonces vi que era verdad lo de la cajita de terciopelo.

martes, 3 de julio de 2012

Flores de Baldío, de José Fonseca (narrativa)


Flores de Baldío, Trilce, noviembre de 2011, representa la segunda aparición literaria de José Fonseca, la primera fue Sucios (novela), Primer Premio en Narrativa de la Intendencia Municipal de Montevideo, edición 2009, publicada luego por Trilce.
Esta vez, Fonseca, se decide por el cuento, con un total de 23. En general relatos breves y de temática suburbial, de orilla o margen que casi nunca es apacible. Si algo se destaca de este libro es la capacidad de girar en torno a distintos personajes que, a fuerza de convivir en un mismo ambiente, se convierten casi en uno solo. No se llega al estereotipo de la prostituta, pero se presentan algunas que, de forma tácita, se vuelven una sola. Tampoco se construye (en el mismo sentido tipológico) un ladrón o un macró, o un casal de niños abandonados por sus padres, pero la repetición de estos personajes los uniformiza, los vuelve uno en ese barro de baldío que parece conformar la materia prima con la cual el escritor trabaja.
Del estilo puede decirse que se nota el trabajo, el intento de reproducir algunos sociolectos que discriminan, es decir que marcan diferencias. Además del marcado interés por reproducir un lenguaje, una forma de hablar, hallamos atisbos de poesía, como esta imagen de la luna que cierra el cuento cuya protagonista, una prostituta que, aunque vaticinando con sus miedos alguna calamidad, ha tenido que dejar a sus hijos solos en la casa para conseguir el sustento: «“Ta”, dice el tipo y la suelta de golpe. Ella levanta la cabeza y ve la luna en el fondo de la calle, a una cuarta del piso, ocupando el centro del vidrio trasero del auto. Tiene sombras verdes y naranjas, y parece una cometa colgada de un cable.» (“Luna llena”), o el inicio del cuento que cierra el libro: «Al final anoche murió María. Se apagó sin que nadie lo notara, como un reloj que se queda sin cuerda.» (“La vieja María). Sin patetismo, sin falsas ambigüedades que intenten connotar algo más que no sea violencia y cruda realidad, estos relatos pueden conmover por la veracidad del argumento, aunque no más que eso.
Por último, vale decir que Fonseca logra reproducir un topos, un continente de objeto, a través del objeto. Algo así como recrear el lugar a través de los personajes que lo ocupan y no partiendo de la descripción. Esto es, si se quiere, un logro importante.
FONSECA, José. Flores de baldío. Montevideo, Trilce, 2011.

[Publicado en Diario El Pueblo, de Salto, 1/07/12 ]

sábado, 30 de junio de 2012

Tributo a Neruda-Regalo para Ale


cuando morena, las manos ámbar  
nado tibio empetrolando los dedos
cuando rubia, enredo de frutas
si castaña, horizontal, cenítica
y si grana bermellón bermeja
mejor así
su pelo destila mis  heridas abiertas

detrás de todas ellas estoy
asomado a un vértigo de labios

detrás del incendio de colores, detrás de la tierra, el humo, el fuego
que espesa su mirada

detrás de todas ellas, acunado en la sombra de un beso
me golpean con su boca de viento
y mis miedos corren hasta el rincón seguro de sus piernas
manantial de formas, caleidoscopio
arcilla del hambre para mis huesos

detrás de todas ellas
corre el insomnio para ahogarse en sueño

jueves, 15 de marzo de 2012

El frasco azul, de Washington “Bocha” Benavides

El Maestro no necesita mayores presentaciones. Por eso (por si acaso algún desprevenido), nos remitimos a citar el primer párrafo que encontramos en la solapa de su último libro: «(Tacuarembó, Uruguay, 1930), es uno de los más prestigiosos intelectuales uruguayos. Premio Morosoli de Plata por su labor literaria (Fundación Lolita Rubial, 2003); Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Montevideo (Junta Departamental de Montevideo, 2004); recibió –del Parlamento Cultural del Mer.Co.Sur, junto a Mario Benedetti– el Diploma de Honor por el aporte a la cultura (2005). »
¿Qué son los frascos azules? Utilizamos el plural porque si bien existe un primer frasco (texto) que se presenta como el abanderado sobre los siguientes, el de «vientre azul […] que me llenaba de miedo pero, a la vez, me hechizaba» (pág. 9), este se convierte en la caja de Pandora que enceguece al gurí evocado por el poeta, y hace olvidar todo lo demás, así como lo harán luego con el muchacho, en un juego de extrapolación que va más allá de lo literario, las obras de Borges, esos «tomos grises» (pág.10). Entonces, los frascos azules son una alucinación consciente, un viaje hacia ese asombro de las cosas que «nos sirven como tácitos esclavos, /ciegas y extrañamente sigilosas!» (Borges, “Las cosas”, 1969), o son cosas que solo existen como realidad poética para ser “revueltas”, al decir de Valera sobre Darío «Usted lo ha revuelto todo.», comenta el español sobre el libro Azul del nicaragüense, en una cita que recuerda John Filiberto, que lo llevará también a recordar: «el motivo de la “flor azul” en Enrique de Ofterdingen (1802) de Novalis, la flor azul traída del sueño en Coleridge y aún en el Simbolismo, “El pájaro azul” (1908) de Maeterlinck.» y por qué no, agregamos, los “Tigres azules” que aparecen en las páginas de La memoria de Shakespeare, de un Borges de 1983.
Benavides pone de manifiesto en El frasco azul un lenguaje sencillo, oportuno para la evocación y naturalmente poético que dice sin vueltas lo que debe decir para arribar al fin último, la belleza; belleza bordada con hilos de una gran erudición que pueden llevar a muchos lectores a pasarse horas buscando referencias que se hacen con la misma sencillez con la que el profesor Benavídez mantiene cautivos a sus estudiantes en Humanidades (y esboza una sonrisa cuasi cómplice porque sabe que más de uno saldrá disparado hacia la biblioteca a buscarlas).
Por su cuidado la edición es perfecta, casi podríamos asegurar que valdrá también como objeto de colección pues, además de presentarse en un tamaño relativamente pequeño (19 x 11,5 cm.), lo que la hace muy cómoda, exhibir en su arte de portada una obra de Pablo Benavídez, hijo de Washington, y gran pintor uruguayo, estamos casi seguros que su primera edición no ha sido muy numerosa, lo que realzará aún más su valor en el futuro para aquellos que la conserven.
BENAVIDES, Washington. El frasco azul. Montevideo, ediciones abrelabios, 2011
PD: caro profesor, mi edición de las Obras Completas de Borges ostenta, bajo unas cubiertas amarillas, tapas azules.

martes, 28 de febrero de 2012

Mujeres sin marido. Ficción, género y cultura.


De Hilia Moreira.

En sus libros, la doctora Hilia Moreira, define la semiótica como «un lugar desde el cual se estudia el universo, considerándolo como multiplicidad de lenguajes.» 1 (1994: 9); vale esta última aclaración pues algún desprevenido podría llegar a considerar a la semiótica como una especie de proyecto espacial. De todas formas es un proyecto, un proyecto que nace con los estudios más contemporáneos de los signos que realizaran, casi al mismo tiempo pero desde diferentes especialidades, Ferdinand de Saussure y Charles S. Pierce. El primero, interesado en el lenguaje a partir del cual elaboraría su teoría de los signos lingüísticos, el segundo, desde la pragmática, tratando de entender el signo como una entidad naturalista, que se conforma dentro de la mente de cada individuo. Así, Pierce, se acercaba más a pensar el mundo como una gran construcción de signos. La obra de Moreira, por su parte, parece entroncarse con la rama que desplegó, originalmente Roland Barthes (proyectando un estructuralismo Saussureano) que, como crítico de la cultura, aunó en su legado las perspectivas de un pensamiento más subjetivo e, incluso, con tintes psicológicos2. Línea que luego desarrolló una de las referentes de nuestra autora, Julia Kristeva, a quien, Moreira, homenajea en su capítulo final, junto al también semiólogo, profesor y poeta uruguayo Jorge Medina Vidal que introdujo tempranamente a través de sus cátedras en Humanidades nociones de la pensadora franco-búlgara.

Mujeres sin marido no es la reivindicación de la soledad femenina, ni mucho menos, sino una visión de la mujer en relación con la sociedad, una mujer que se mueve en un universo de signos, los interpreta, los reproduce y los interpela, configurando, algunas veces, nuevos parámetros de significados. Así, leemos en la página 23:

«Este libro aparenta centrarse en las mujeres. Pero su foco encubierto es el género masculino. Al recorrer su destino, las damas que aquí figuran suelen ir acompañadas por un hermano, un padre o un amante. A veces, por un esposo. Esos hombres las incitan a educarse, respetan su trabajo, las defienden y hasta lloran públicamente por ellas. De ese modo muestran que, en diversas épocas y culturas, el modelo masculino convencional tiene sus fisuras.»

Moreira, analiza para llegar a estas conclusiones múltiples elementos significantes, desde la literatura hasta las publicidades que recubren la ciudad.

De esta forma, Mujeres sin marido se convierte en una referencia amena, con capítulos breves y contundentes a los que sus lectores ya están acostumbrados desde sus trabajos anteriores. La amplitud conceptual de la autora permite al lector salir del libro enriquecido y un poco más predispuesto a encarar el “universo” desde otras perspectivas, realizando diferentes lecturas de una realidad que (en ocasiones y casi siempre por pereza mental o por malintencionadas necesidades de un público no pensante), puede parecernos uniforme, sencilla de entender o explicar si mantenemos (a riesgo de petrificar nuestra inteligencia), tal o cual postura.

A modo de ejemplo de lo mencionado arriba, el capítulo 8, “La mujer velada en el mundo del marido”, plantea las cuestiones relativas al velo de la mujer en las sociedades islámicas. Es casi predecible la rápida postura que podríamos asumir los lectores más “occidentalizados” pero, Moreira, enfoca la cuestión también desde otras configuraciones:

«El hijab se vuelve metáfora de la lumbre hogareña y apela, de esa manera, al honor de los varones. Mediante su tapado, la dama está en condiciones de viajar y trabajar sin que nadie la moleste.
Todavía más: el manto femenino significa superioridad social que el Islam atribuye a la mujer. Al ir cubierta, la señora puede observar todo sin ser vista. Por consiguiente, su velo le permite adueñarse de un conocimiento del que carece hasta su propio marido. Al contar con un saber que ha obtenido sigilosamente, la esposa se transforma en asesora de su esposo.» (p. 51-52).

El texto continúa presentando algo que, si mantenemos una única perspectiva, podríamos ver como una paradoja pues se asume que la libertad estética que otorga un velo impide presiones sociales que, en muchos casos, llevan a las mujeres a teñirse el cabello, realizarse tratamientos invasivos o cirugías peligrosas, así como a obsesionarse con la masa corporal.

Con una sencillez, a veces aplastante, nos invita a repensar nuestros propios valores en una época en la que especialmente se ha puesto de moda criticar ciertas ortodoxias ajenas sin ver las abismales asimetrías que, sin considerar, perpetuamos como individuos y como sociedad. Podríamos, para esto, comparar la tasa de muertes por violencia doméstica que contabiliza el Uruguay solo en este año. Vale aclarar que Moreira, no hace juicios de valor sobre una u otra situación (incluso esta última cuestión forma parte de una planteo personal de quien escribe estas líneas), pero se movilizan de tal forma las ideas que es imposible terminar ningún capítulo, sin reacomodar aunque sea mínimamente nuestro pensamiento.

Moreira, Hilia. Mujeres sin marido. Ficción, género y cultura. Montevideo, Trilce, 2012. 152 págs.

Notas:
1 MOREIRA, Hilia. Cuerpo de mujer. Reflexión sobre lo vergonzante. Montevideo, Trilce, 1994.
También puede consultarse: Caricias. Entre la violencia y la ternura. Montevideo, Trilce, 2001.
2 ZECCHETTO, Victorino. Seis semiólogos en busca de un autor. Buenos Aires, La Crujía ediciones, 2008.

[publicado en diario El Pueblo, de Salto, 26/02/12 http://www.diarioelpueblo.com.uy/titulares/mujeres-sin-marido-ficcion-genero-y-cultura-de-hilia-moreira.html]