Ciro, el domador de dragones
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Muchos saben -y no son locos- que en un país muy lejano de Asia oriental existe un pequeño pueblo que dedica todos sus días y sus noches a criar y domar fieros dragones. Tan fieros y tan fuertes que no hay cadenas que se les resistan, ni muros que no se achicharren solo con un escupitajo de fuego azul o verde.
Porque los que conocen de dragones, explican que esos colores en el fuego dependen siempre de lo que el dragón haya comido ese día. Si el dragón comió peces espada o ballenas, el fuego es azul, pero si comió ovejas, vacas o chanchos jabalíes, el fuego es verde. Y la caca… bueno, la caca siempre es marrón haya comido lo que haya comido.
Un día de esos brillantes y llenos de ruidos uno de los dragones más grandes del pueblo se escapó. Rompió las cadenas como si fuera apenas un hilo y remontó vuelo como solo los dragones lo saben hacer, con destreza y arrogancia dragonil.
Inmediatamente cundió el pánico en el pueblo y todos se pusieron a gritar y correr por las calles. Tanto fue el alboroto que, en menos de lo que un pato mandarín se tira un pedito, ya había llegado la noticia hasta la corte del Rey Ildefonso.
—Llamen a Ciro —rugió el rey gordo y petiso.
—Llamen a Ciro —gritó la reina pálida y de cuello estirado.
—Llamen a Ciro —dijo el bufón mientras jugaba con un moquito verde y pegajoso que paseaba por sus deditos redondos.
Aunque todavía no tenía edad para convertirse en Caballero de la Gran Orden del Dragón, Ciro ya era el mejor domador de dragones de todos los tiempos. Era alto, fuerte, ágil e inteligente, también un muchacho muy simpático y generoso por eso en el pueblo siempre se acordaban de él cuando había problemas, y este problema del dragón era uno muy grande.
Ciro siempre acudía al llamado de la gente del pueblo, pero esta vez, no aparecía por ningún lado.
—¿Dónde está Ciro? —rebuznó el rey gordo y petiso.
—¿Dónde está Ciro? —alardeó la reina pálida y de cuello estirado.
—¿Dónde está Ciro? —remedó el bufón que masticaba algo entre sus dientes…
Y en la enorme sala del rey, la reina y el bufón nadie contestó.
Lo cierto es que el gran Ciro, domador de dragones, no estaba allí, ni cerca de allí. Andaba de cacería entre animales ancestrales y salvajes. Ciro estaba cazando gliptodontes.
—¿Gliptodontes? ¿Qué es un gliptodonte? —interrogó el rey gordo y petiso.
—¿Gliptodontes? ¿Dónde viven los gliptodontes? —se preguntó la reina pálida y de cuello estirado.
—¿Gliptodontes? ¿Se parecerán a un moco gigante? —pensó el bufón, pero no dijo nada.
Sí, Ciro estaba cazando gliptodontes en un continente muy pero muy lejano y desconocido. Y como es tan lejano y desconocido no podemos decir nada más sobre él.
Lo cierto es que Ciro fue alertado por uno de sus ayudantes más viejos. Este le dijo que había escuchado decir a la gente de por ahí que allá, en su pueblo, hacía ya un tiempo se había escapado un dragón y andaba haciendo estragos por todo el reino.
Cuando Ciro regresó a su país el dragón continuaba molestando a los pobladores. Incendiaba parte del castillo, se posaba en las chimeneas de las casas para no dejar salir el humo e inundar todo el interior y asustaba a los labradores con sus vuelos rasantes.
La lucha fue tenaz, duró dos días y dos horas con veintidós minutos, pero al final Ciro logró montar al dragón furioso y gigantesco y lo llevó a corcovear por entre las nubes más altas del reino mientras el rey Ildefonso, la reina Petrona y el bufón Zampalampo lo miraban azorados y ansiosos desde una torre del castillo.
Al fin, Ciro aterrizó al dragón sobre la llanura verde del reino y todos salieron a festejar su nuevo triunfo. El rey, la reina y el bufón bajaron a saludarlo y, como agradecimiento, le permitieron quedarse con ese dragón tan majestuoso como rebelde pues solo Ciro podría mantenerlo dominado.
Entonces, como ya había cumplido su trabajo por allí, Ciro decidió visitar a su hermosísima hermanita, la princesa Matilda que vivía en otro reino no tan alejado y así mostrarle su nuevo “bebé”, el dragón _________ .
«FIN»