lunes, 19 de octubre de 2009

Rayuela

Hacía días que leía la novela de Julio Cortázar. Cuando llegué al liceo no aguanté el asco que era la sala de profesores. No aguanté a la gente y no me aguanté a mí por ser parte de todo eso. Salí tratando de ser otro, de escapar de mi piel aunque fuese con el pensamiento y me metí en un poeta amigo mío.
Es raro ser poeta, me dije. Raro para los demás o para uno cuando regresa a esa piel de empleado de alguien (o del Estado. No sé qué situación es más desfavorable). Decía que es raro en un sentido muy amplio. Uno no se acostumbra a mirar las cosas pensando que hay mucho más detrás de eso, uno mira, ve lo que hay que ver y nada más. El liceo en el que trabajaba quedaba al lado de una escuela. Salí. Justo cuando estaba insultando al “micrísimo”-cosmos que es mi mundo, vi a dos niños jugando, un niño y una niña, vestidos con sus túnicas blancas y sus moños bastante deshechos. Ya se imaginarán a qué jugaban....
Era un tipo de rayuela que yo no había visto nunca pero que comparé mentalmente con las que conocía y no tardé en entenderla. El dibujo estaba sobre una superficie cuadrada. Las líneas cortaban triángulos de distintas superficies y los números estaban dentro de ellos. El cielo se formaba en el centro. Lo gracioso de todo esto (si es que se le puede hallar gracia), es que a pesar de ser compañeros, quizás hasta amigos, eran por demás competitivos y no perdían, cada uno, oportunidad de hacerle trampas al otro. Comprendí entonces, con tristeza, que ya a esa edad se sabe muy bien que para llegar al cielo hay que enviar al otro al infierno.