viernes, 26 de diciembre de 2008

La aldea de los dioses

La aldea de los dioses

Río porque no existen plumas de acero. Mi padre habla de un pájaro de metal. Mi padre salió a cazar a la hora que se esconde el jaguareté y me contó que, donde el río de las piedras se encuentra con el río de arena, se puede ver, del otro lado, una aldea enorme, mucho más grande que la nuestra y sobre ella vuelan pájaros de acero. Nadie se atreve a ir. Mi padre dice que es la aldea de los dioses porque las chozas son más altas que los árboles y sus botes navegan sin remos sobre el río de arena. Dice que el cielo es gris, no celeste brillante como el nuestro. Mi padre me dijo que no había visto ningún hombre del otro lado, así que por eso está seguro que es una aldea de dioses.
Yo me río cuando me cuenta lo de los pájaros. Los nuestros no brillan tanto como el sol, son de muchos colores pero no brillan.
Mi padre llegó con la noticia de la aldea de los dioses así que lo dejaron hablar primero entre los más viejos y la dieron el honor de cumplir con las ofrendas.
Madre no quiso venir porque no estaba contenta.
Ahora mi hermana se aleja en la canoa hacia la aldea de los dioses. Mi padre está serio. Estuvo así durante toda la ceremonia y no se movió de su lugar cuando los ancianos llenaron la canoa de monedas de oro y sacrificaron a mi hermana para ofrenda de los dioses.

martes, 11 de noviembre de 2008

Ruido

Hay un ruido en mi habitación que no soporto y que se va transformando poco a poco en la noche, en parte de la noche y no lo soporto. Espeso es el ruido y continuo.
El piso está helado. Apoyo los pies descalzos y recuerdo que hace unos pocos días salí de una gripe que me tenía tirado en la cama. Igual sigo tirado en la cama. Hace muchos días que estoy en la cama pero sólo porque he querido leer más de lo que mi tiempo me permitía, entonces me hice el enfermo y logré avanzar lo suficiente como para esperar terminar en pocos días con todo esto.
Una luz araña las ventanas que apenas tengo tapadas con unas hojas de diarios; imposible tarea la de hacerme cortinas. Un sonido que puede ser (seguramente lo es) el viento; quiere que yo lo nombre en esta nota y quiere que lo transforme en cosa personificada. Pero no grita, ni mucho menos canta. Es el viento, sólo eso. Para los de afuera es el frío viento. Para mí es ese que está queriendo algo en mi ventana.
Hay un ruido en mi habitación. Ruido otro. Constante. El frío del piso hace que mis pies hormigueen en el colchón de carne. Devora carne el frío y me obliga a contraer los dedos dos o tres veces.
Estiro la mano porque sé que desde ahí, sentado en la cama, con los pies hormigueantes, igual puedo alcanzar la puerta. Y de ahí al vaso de agua hay pocos pasos.
Serán tal vez más de las dos o quizás tres. Esas cosas no tienen mucha importancia si mañana voy a faltar otra vez sin aviso a la vida. Si está ahí la máquina que hace ese ruido voy a apagarla. Cuando el cosquilleo me abandone del todo voy a apagarla. Y a servirme un vaso con agua. Si está ahí la máquina.
Está la puerta, el picaporte está. Al alcance como debería haber sido. No hay otros ruidos porque el viento ya no lo intenta.
Esto es raro porque hace un rato yo me había levantado a servirme un vaso con agua y lo sorbí despacio. Un gosto a cluro me avisa desde el recuerdo que esto es cierto. También en los sueños. Buscó el baso sobre la mesa de mí izquierda y chocó con los cigarillos y 2 ó 3 colillas (suena como deben sonar). Recuerdo que una vez quise robarme una fuente de una plaza y la quería poner en el medio del patio de mi cuarto. Tampoco está el encendedor que debía haber dejado cerca del vazo. No recuerdo el ruido de nada al caer. Creo que mi cuarto está vacío. No he traído encendedor ni aquello.
Gatillo el picaporte de mi cuarto y me golpea el ruido, me aturde el viento de la noche que quería entrar por mí ventana.

lunes, 20 de octubre de 2008

Complicidad lunar (libro)



Dejo este espacio para los comentarios o críticas del libro.

Saludos,

Juan Carlos.
I)
Crítica aparecida en La República: Hugo Acevedo, 19/10/08
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II)
Complicidad lunar, el primer libro del joven autor salteño Juan Carlos Albarado, se compone de historias mínimas, narradas desde una precisión de relojería. “¡Qué miserable es la puta vida para algunos!”, reflexiona amargamente uno de los personajes que habitan estas páginas, sintetizando en esas pocas palabras la existencia del conjunto de olvidados que componen la obra. Los cuentos y relatos, si bien heterogéneos, tienen un hilo conductor que organiza eficazmente la estructura, en torno a una idea motriz, como muy acertadamente apunta, desde el prólogo, el escritor y docente Lauro Marauda. Así, nos encontramos, por ejemplo, con un juego de rayuela de adulteradas reglas, que sugiere una oscura forma de introducción al modelo social en el que estamos insertos, o con una “vieja” mujer en situación de calle, de la que nada se sabe, excepto que le han caído encima años que no le pertenecen. Desde un realismo que por momentos amaga abandonarse a sí mismo, Albarado construye un libro que invita a esperar sus próximos títulos.

Gustavo Esmoris
Voces del Frente, 30/10/08

domingo, 7 de septiembre de 2008

A mi entender ando

A mi entender ando:
Erróneo de ideales
acróbata de bolsillo
casto a la sazón y por la fuerza
acostumbrado
mal pero paseando
caballero empedernido
disfrazado de nada
y un poco hipocondríaco
jinete acelerado
falso testigo
entusiasta
delictivo
promiscuo de mí mismo
parodiado
me equivoqué de espejo y me vi lindo
desvestido en funerales
un poco tinta
y bastante playa en el invierno.

Qué triste

Qué triste eso
De no tener a quién extrañar
Qué triste
Y sin embargo
Sin más consuelo
Que el de no tener
Esa clase de tristeza
Yo te extraño.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Explicación a la Napolitana

Esta mañana me di cuenta que la vida es un tomate. Se me presentó así, con la tristeza idílica de un espejismo, y lo comprendí todo, así como se comprenden las verdades más grandes y más simples. Nadie lo ha descubierto aún, estoy seguro de eso y como otro Galileo estoy dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias en todo esto.
Un día se lo dije a Mabel y ella después a su esposo que, según me contó, tiene un amigo que planta cebollas y el pobre intentó, pobre, argumentar que entonces para él la vida era como una cebolla. Infeliz. Le falta tanto. Tanta vida que descubrir. No niego, por ejemplo, que hay algunas mujeres cebollas pero la vida sólo puede ser un tomate. Uno la ve nacer así, verdecita, para todos igual. Pero algunos tomates son inflados con hormonas y quedan gigantes y ahí va una gran vida, ensalada de tantos otros vegetales. Otros, sin embargo, son cultivados con el más simple abono, que por decoro no llamaremos caca. Pero cuántas veces esas vidas son las más jugosas. Salen de una chacrita miserable y alguno allá cada tanto engalana ufano una comida francesa o, aún más, una pizza en Italia.
Uno se da cuenta de eso y como dice Wilde: descorre el velo. Pero no es para pegarse un tiro, al contrario. Sería apresurado tal proceder. Mire si uno tiene que hacer eso cada vez que descubre por anticipado el relleno de las cosas y no le hinca el diente porque ya todo se sabe. No. Sabemos que dentro del alfajor está el dulce de leche pero no lo abrimos y comemos lo de adentro, evitando el pasaje de los dientes por la masa. Sé de niños que lo hacen, pero son los menos, además, de grandes aprenden que hay que comerse todo. Eso o se suicidan claro. Vio qué complejidad de asunto. No es descubrir y listo. Fíjese en los Vikingos. Quién sabe cuánto tiempo antes habían descubierto América pero el mérito es para un señor de pelito lacio parecido a la sota. Sé también de uno (un tal Lucas) que descubrió que los gatos eran teléfonos y seguramente nuestras sensibilidades estén unidas en un mismo tono, aunque no he sabido más de él.
Pero que la vida sea un tomate ¡qué clarividencia, ¿no?! Fíjese que ahora yo le estoy diciendo esto y en el mejor de los casos usted está escuchando y puede retrucar algo o, aunque sea, puede pensar en contra; nada sería mejor para consolidar mi apostolado profético. Pero si por otro lado está leyendo, pasa a decirse usted mismo todo esto y ahí que te la ves ¿o te vas a contradecir?, si te lo estás diciendo ¿cómo podés negarlo? ¿Qué papa no? Y desdoblamiento y monólogo mediante se da cuenta que todo es cierto; claro, usted se lo ha dicho a sí propio, íntimamente y, además, se ha escuchado.
Pero no conviene descorrer velos en forma apresurada que quizás aún esté lejos de entender. Una vez le conté a Carlos y él me dijo que sí, que se había dado cuenta que el mundo era así.
—¿Pero vos sos nabo o perejil? —le dije. Te hablo de la vida. Pero en fin, no se puede seguir así.
Sin embargo siga usted felizmente con la suya, por lo menos hasta que se le marchite y ahí me cuenta.

jueves, 24 de julio de 2008

Botella al mar

(esto no es literatura, es una cuerda, un grito que dice que hay alguien detrás de la montaña, una posibilidad dedicada a una amiga a quien pude servirle de algo, es, ojalá todos pudiéramos echar una o recibirla de vez en cuando, una botella al mar)

No voy a renegar de mis fuentes. No voy a negar lo que soy. No voy a creer sólo en lo que puedo entender. Uno, es tres cosas básicamente: lo que su historia le permite, sus decisiones y lo que ha leído. No voy a dar ejemplo de esto aunque pudiera hacerlo y, de esta forma, parecer más culto de lo que soy, o no soy, total, a quién le importa.
Sencillamente voy a pensar que esta noche mis palabras pueden salvarme y cada vez que diga me también estaré hablando de alguien, para alguien.
Soy lector, soy jugador, soy fanático de los dibujos animados (uno en especial). Soy todo lo que quiero ser. Y esto no es una simple boludez. Es justo lo que debe ser.
Hay quienes tienen muy claro desde el inicio hasta donde quieren llegar. Hay quienes lo van pensando sobre la marcha. Y hay quienes no saben desde dónde arrancar. Yo estoy entre los primeros. Y esto no es bueno ni malo, es, es porque así siempre fue. Porque para mí siempre así debió ser. Pero para aquellos que no saben, que no pueden empezar, muchas veces la vida es una complicación. No, la vida no es tal. La vida es una cancha a la que le debemos agregar las victorias y las derrotas. Ella, de por sí, no es ni una ni otra.
No reniego de mis fuentes pero tampoco las voy a citar. Quien las descubra bravo, en nada me va a afectar.
Hay, sí señor, más de cien motivos, más de cien palabras para no cortarte de un tajo las venas, pero alguien tiene que decírtelas. Y si no estás lo suficientemente loco o alienado como para decírtelas vos mismo necesitarás de alguien que te las repita. Triste, muy triste sería el mundo si yo anduviera por la vida repitiéndome los motivos. Para eso están los amigos. Y si uno no tiene un amigo genio homérico que te las envuelva en suaves versos no importa. Esos son los más agraciados, pero tampoco será tan abismal la diferencia. Así que, sin ser homérico ni mucho menos genio, me voy a empezar a enumerar:
tenemos la lucha, el sudor, los violines,
la paz que nos calma después del deseo,
tenemos el viejo carné de gurises
la foto que nunca quisimos mostrar por ser feos
tenemos miradas, caricias, tormentos
que dicen que uno todavía no ha muerto
tenemos la página en blanco, el lápiz
la boca repleta de besos y versos
tenemos el número de algún amigo
la voz runruneando un te quiero un te extraño
tenemos la dicha de llorar con ganas
las manos de alguien que muere contigo
tenemos las ganas de seguir vivos
tenemos recuerdos, un árbol (¿un pino?)
el atardecer aquel compartido
tenemos un río, un verano,
un olvido, un viejo secreto
que no compartimos.
tenemos el tiempo
que pasa y que cura.
tenemos seguro algún que otro verso
que nos regalaron
tenemos miradas, chistes y promesas
desvelos, favores que aún no hemos hecho
tenemos deberes con nuestros mayores
exceso de alma
y cero en el cajero.
Tenemos un tiempo que no conocimos
pretéritos hueros que nunca arreglamos
tenemos segundas oportunidades
tenemos futuro listo en el bolsillo
para usarlo todo lo mejor que podamos
tenemos un tipo tecleando alocado
con sangre corriendo, temblor en las manos
pensando que todo esto no es vano
creyendo que importa que sigamos vivos
sabiendo que siempre sobran los motivos.

martes, 22 de julio de 2008

Avisté los muros

Avisté los muros
Y eran tus ojos
Grietas del tiempo
Gastados de sostener caídas de sol

Avisté esos muros
Verdes
Y ya no estaban furiosos

Claudicó una pena encerrada
Cuando asomamos
La luna
Y yo

Eran dos mariposas de alcohol en la sangre
Tus pupilas
Eran dos lápices que dibujaron destinos

Y es un marfil de locura tu pecho
Cuando asomamos
Cuando asomáramos
La-luna-Yo

lunes, 14 de julio de 2008



Los Amantes
(a René Magritte)

De par en par la boca ensimismada

Besa un crepúsculo de ajeno templo
Por derroteros vagos nos da ejemplo,
Va buscando otra boca entusiasmada.

De funesto traje recibe el beso
Que le entregó la amante en colorado
Y en ese pincelazo apasionado
El beso se confunde con un rezo.

Desconocidos rostros los amantes
Reconocen que todo amor es ciego
(Así habrá sido también antes

Y está grabado en ellos como fuego)
¿Presienten que la cara oculta muestra
Esa que es verdaderamente nuestra?

domingo, 29 de junio de 2008

El fin de los escritores

Hacía 1800 Aldous Huxley escribió su reconocida novela “Un mundo feliz”. Este entrevió un futuro pautado por el dominio de los más aptos, los más inteligentes sobre los brutos (el término intenta ser peyorativo), es decir, aquellos que, incapacitados de valerse de su intelecto, conformaban el sostén físico de la sociedad; estos eran la mayoría, por supuesto. Y digo por supuesto porque nadie, a menos que sea un verdadero bruto, lo hubiese pensado de otra forma, y si lo fuese ni siquiera lo hubiera pensado.
Temo que nuestro mundo ya sea (o esté muy cerca de serlo) aquel que nos describió Huxley. Lejos de ser los brutos que este describe, no tendemos para nada a ser la clase inteligente. Con optimismo pensaría que nos hemos estancado en una clase intermedia, aunque esto sería un gran parte un engaño piadoso.
Borges, en un pequeño ensayo sobre aquel, entiende que “la fama de Aldous Huxley es excesiva” (Stories, Essay and Poems, de Aldous Huxley), yo creo que Huxley tuvo su fortuna en más de una línea. A excepción de la segunda parte de su novela, que resulta profundamente tediosa por ser una larga explicación de la primera, creo que se prevé que hay lectores cuya lectura no pasa de la mera superficialidad (los hay en demasía) y se propone aclarar. Vale decir que aquellos que no llegaron a bucear en sus ideas en “Un mundo feliz”, no pasarán el primer capítulo en la otra.
A este respecto, no menos significativo ni alejado de nuestra realidad es un cuento del norteamericano Ray Bradbury, “El peatón”, relato que entre mis colegas es archiconocido. No me molestará retomarlo para aquellos que no lo recuerden. Su argumento es sencillo, si cabe este adjetivo a un excelente cuento como este; como muchos de sus cuentos Bradbury sitúa su protagonista en el futuro, futuro tal vez alejado del escritor pero cada vez más a la vuelta de nuestra esquina. Un hombre viejo, de pasos lentos y pensativos, camina por una calle iluminada y solitaria, una noche de invierno. Vemos la tristeza del personaje que observa las ventanas de las casas, a los nueve de la noche, iluminadas por la luz que emiten los aparatos de televisión. El hombre se burla con más lástima que sarcasmo de aquellas familias cuya inútil vida se resume en reunirse, sin mirarse siquiera, todos los días frente a un aparato que controla sus gustos, sus horarios y, por qué no, su vida. No es curioso quizás para el lector que, en este contexto, al caminante lo detenga un patrullero pues el barrio era aparentemente tranquilo y su presencia sospechosa. Lo que sí es curioso (para los que aún no lo hemos visto) es que el coche esté vacío. Una voz interroga al peatón y este le explica (¿A quién o a qué?) que estaba dando un paseo como desde muchos años lo hace y que su profesión era escritor. La respuesta que dicta el aparato es menos intimidante que irracional: “sin profesión” y le ordena subir atrás del coche patrulla. El último dato es impactante; el patrullero pone rumbo al hospital psiquiátrico.
Bradbury nos presenta uno de sus miedos más reales y que, como en “Fahrenheit…” debe ser el nuestro también: la posibilidad de que los escritores y, con estos, la literatura desaparezcan.
Entiendo que esto puede llegar a ocurrir. Estamos cada vez más idiotizados por la tecnología, los conocimientos fáciles o digeridos y la aventura ajena. Día a día no sólo leemos menos sino que vivimos menos. La escritura está reservada, cada vez más, a los subtítulos de los estrenos de Hollywood o los anuncios publicitarios. Si antes era inherente al ser humano la facultad de crear, de dejar algo para el futuro y reproducirse, ¿qué estamos dejando para nuestros descendientes?, ahora solamente se hace lo último y, a veces, de la peor manera.
El escritor como ser humano de carne y hueso está desapareciendo, pero no porque quiera hacerlo, sino porque ya no es necesario. Hoy hay que escribir sobre las farsas televisivas en revistas o sucumbir. Creo que cuando manden al manicomio al último escritor el mundo estará irremediablemente perdido. Aunque lejos de acabarse el propio mundo se habrán acabado las personas que lo construyen, que lo viven, quedarán únicamente los que lo usan y los que son usados con él.

martes, 24 de junio de 2008

Un gorrión en tus manos

Era un gorrión en tus manos
Era una prédica
Un recorrido de luz hasta los huesos
Una caricia sin disculpas, sin porqué, sin tregua

Era una fiesta entre las sábanas
Incluso tu recuerdo
Una explosión
Un grito ahogado
Una tibia humedad en la garganta

Era un gorrión que iba muriendo
Golpe a golpe llanto a llanto
Y se nos fue quedando en el recuerdo
Los que fueron, una vez, buenos momentos

Fue una ilusión que huyó volando
El pájaro de amor que alimentamos
Ni alpiste de caricias ni reclamos
Ni besos como trinos ni tiranos

Era un gorrión que fue de luto
A pedirnos descanso
Y descansamos.

sábado, 21 de junio de 2008

El canto de las sirenas


Colón anotó en su diario de viaje que, rumbo a las Indias, había visto sirenas. En realidad, probablemente, se haya cruzado en el camino de algunos manatíes.


A Cristófolo Colombo

Muchos refieren las sinestésicas tentaciones que soportó Ulises atado al mástil. Hoy los mástiles son otros y muy otras las tentaciones. Dicen que Ulises le pidió a su tripulación que lo ataran y no lo soltaran hasta haber pasado a través de las islas de las sirenas. Ulises fue un cobarde. Hoy las cuerdas que rodean nuestras manos las atamos, y lo que es peor, desatamos a nuestro antojo. Debemos ser tan valientes que todo el destino está en nuestras manos, somos los únicos responsables. ¿No somos más valientes que Ulises? ¿No merecemos más gloria? ¿Seremos semidioses elegidos en concilios lejanos que servirán de canto a los futuros hombres? ¿Será nuestro destino más cruel, más oscuro, lejano y glorioso que el del propio Ulises?
Ulises fue un cobarde, de eso no hay ninguna duda. ¿Hubiera soportado el actual canto de las sirenas? Sirenas disfrazadas de ninfas que traslucen infierno en la mirada y seducen con movimientos rítmicos y un canto inigualable. Seducen con gracia felina. Intimidan, enloquecen, envician.La soberbia, el peor de los pecados. La soberbia, enemiga del honor, del cálido abrazo del destino. Nuestro destino torvo. ¿Soy un elegido? ¿A qué averiguarlo? ¿Quién sabe más que el que intuye su destino, sus desgracias, sus cúmulos de penas, sus inigualables esfuerzos por la gloria que siempre es lo mismo; vida y muerte, todo y nada, nada en absoluto.

sábado, 14 de junio de 2008

Montevideo

Montevideo, a escasas horas de mañana
Montevideo tibio y ajenado
En luto de ideas y andamiajes.
Montevideo esperanza
Que hace añorar más
Otras ciudades
Montevideo prado y puerto
Cínico
Y sin tranvías
Verdor oscuro
Afrancesado
Por la mugre
De un desdén inglés
Y una bárbara frialdad felina.

martes, 10 de junio de 2008

Complicidad lunar

Complicidad lunar
I


Cuánta complicidad hay en la noche
Ella dice que hasta el hueco de tu oído
Sobran distancias
Sobran palabras
Y hasta el amanecer hay un suspiro
Cuánta complicidad lunar
Si contengo el aliento
Que entibia el espacio
Hasta tu beso.

II

Digo complicidad y cualquiera
Con afán de análisis sin tubos ni mecheros
Entendería de tú de yo y viceversas.
Pero digo lunar y hablo de ese astro
Orbitando el contorno de tu seno
Decidido a quedarse
Cuando mis satélites de besos
Enciendan otra aurora
En las sombras Venus.

lunes, 9 de junio de 2008

Complicidad lunar

Complicidad lunar

La noche devoró su figura como el río desbordado borra las orillas, arrasa los nombres que algunos escribieron y deja la arena limpia para que otros vuelvan a grabarla.

…Nuestras son las horas de los que pierden el tiempo, nuestras las complacencias y los desmanes, nuestra la carne que no nos alimenta, nuestras las súplicas de todos los demás, nuestras las penas llenas de gozo...

La noche se parecía a cualquier noche. Ella también se parecía a cualquiera. Caminó rápido, como se debe caminar a esas horas por Ejido al 21. ¿Para qué decir que sus pasos retumbaban en la vereda? Sentía sed, producto del pánico tal vez, no del cansancio. Por ser la primera vez había soportado bastante bien. Ahora entendía y le sonaba lejano eso del amor al arte. Las que lo hacen por amor al arte de seguro no cobran. Todavía le sonaban en la cabeza fragmentos de las palabras que, frente a ellas, había recitado como un rezo toda la noche la patrona.

…Somos el descanso del héroe y del que perdió la batalla. Somos la sal del mundo y su pimienta. Somos las madres de los que no tienen madre. El refugio cálido del perseguido y la ventaja que da el perseguidor…

Todo esto lo decía desde un sillón grasoso y agujereado a no dar más. Con una libreta en su mano izquierda en la cual anotaba cuál estaba ocupada y cuál no en la gran casa. Se sonrió al recodar lo que le habían contado las otras, sus compañeras. Quién iba a creer que la patrona, esa, alguna vez había sido poeta. Es cierto que las poetas dicen cosas extrañas pero esta deliraba, las poetas están para otra cosa, esta contaba muy bien la plata.
Tropezó con dos borrachos a quienes no despertarían ni su queja ni el sol del mediodía. Un ómnibus pasó veloz por su lado y se detuvo para que alguien bajara. Corrió hasta la parada y alcanzó a subir cuando comenzaba a marchar. El chofer parecía una estatua en su puesto, el guarda, mientras le cobraba, achicó los ojos, apretó los labios y, de seguro, fantaseó con que el coche estuviese vacío y en un lugar oscuro. Ella se sentó muy atrás y evitó su mirada. Estaba con sed y el gusto del látex se le pegaba al paladar y al recuerdo. Era la primera vez, le dijeron, ya se iría acostumbrando. Buscó a través de la ventana y por entre los edificios la luna, esa cómplice muda, y pensó en todo lo que alguna vez había soñado para sí.


…Somos la caída del hombre. Con nosotras acaba su poder. Sabemos del hombre exhausto, del hombre que entregaría con alegría su garganta al filo de un puñal en el momento del goce supremo. Somos en silencio lo que otras gritan. Somos las que oprimimos estando abajo. Somos el pueblo, el nacimiento y la muerte de la civilización…

Se bajó una parada antes. Necesitaba olvidar y verse a sí misma llegando a su casa, a eso que podía llamar casa. Pensó que lo que traía hoy en la cartera le aliviaría a ella la conciencia y a sus hijos el hambre. Pensó que debía sentirse bien, que debía dormir junto a ellos y descansar. Encendió el último cigarrillo de la noche. El humo se le trancó en la garganta. Había fumado un paquete y medio en diez horas, ella, que nunca pasaba de los dos o tres por día. Lo tiró sin lástima luego de la segunda pitada.

…Tenemos el poder de estar sobre cualquiera, el obrero, el patrón, el intendente y el de más arriba. Tenemos el pueblo entre las piernas y nunca nadie quiso deshacerse de nosotras. Gobernamos desde un tugurio rosicler y cuando gobernamos hacemos lo que se tiene que hacer, satisfacer al hombre y darle un respiro a su mujer.

Un segundo ante su puerta le bastó para recordar las únicas palabras de la patrona que le parecieron coherentes, las palabras con las que la había despedido, mirando hacia abajo sin soltarle las manos, después de darle el porcentaje de esa noche.

Quien perdona es digno, cura, emprende un nuevo viaje. Quien perdona alivia, compensa, abre puertas, crea. Quien perdona vive y comprende. Es cierto que perdonar es divino, sobre todo cuando los perdonados somos nosotros mismos.

Abrió la puerta entonces con más satisfacción que aquel que llega todos los días con el pan debajo del brazo. Tanteó el silencio y llamó en voz baja. No hubo respuesta. Revisó el cuarto que compartía con sus hijos y no encontró a ninguno. Ya desesperada revisó el poco resto de casa que quedaba por repasar. Sobre la mesa una nota, que había pasado por alto, con una conocida letra desprolija y apurada le avisaba: “Martin esta internado. Johana en casa”