sábado, 12 de junio de 2010

(Cadáver exquisito con Rafael Fernández)

Y regresar para ser otro
otro escombro, otra ceniza
volver para ser piedra, arcilla
mirar el espejo y ver cien rostros
el mismo número de puertos
angustiados en la amarillenta luz
de esta ciudad
llaves y candados en cópula
un semáforo siempre en verde
dándole paso a la noche
y la noche gritando adiós
a oscuras manos.

lunes, 7 de junio de 2010

Raymond Carver, una filosofía de la derrota

“Sólo los perdedores tienen algo que decirnos. ¿Qué pueden contar los ganadores? ¿Ganadores de qué?”
Joaquín Leguina en: Perdonen la tristeza

“El poeta es figura heroica propia de todas las épocas, que todas poseen, que pueden producir, ayer como hoy, que surgirá cuando plazca a la naturaleza. Si la Naturaleza
produce un Alma Heroica siempre podrá revestir la forma de Poeta”

Tomas Carlyle en: De los héroes

Carlyle expresa: “...el Gran Hombre es rayo celeste, que los demás lo esperan como combustible, llameando a su contacto”, esta es una filosofía del héroe, de aquel que es luz entre la oscuridad de los suyos y en Carver sucede exactamente lo opuesto. No hay Grandes Hombres, no hay ningún rayo celeste, ni esperanza de tal, por tanto no arderá ninguna llama. La llama estará extinta desde el momento en que dejemos de ser “originales” en el sentido de auténticos, en que dejemos de ser lo que somos, lo que debemos ser por naturaleza o, mejor, lo que se nos antoje ser, sin más mediación que nuestros propios intereses y talentos.
Tomaré un ejemplo del cuento “El padre”, del libro: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? En este la importancia de la imagen, de la perfección exterior nos lleva a puntos tales que, en ocasiones, intentamos reproducir modelos totalmente alejados de la realidad, de nuestra realidad y eso, de seguro, no trae buenas consecuencias sino que por el contrario, genera un cúmulo de frustración y desasosiego que deriva en psicosis, neurosis o fobias de tales magnitudes como toda una gran ciudad. Veo con horror la réplica circense que supone una metrópolis como lo es, por ejemplo, Buenos Aires, el fervoroso Buenos Aires de Borges, que intenta las modas europeas o norteamericanas, infinitamente más agraciadas. Esa pseudo-Holywood sudamericana es el símbolo de la decadencia de nuestros pueblos. Lejos de ser un Palacio de Cristal, es un escenario de siliconas. Un borbollón de ideas viene a mi mente, “Tú, hipócrita que te muestras,// humilde ante el extranjero, pero te vuelves soberbio,// con tus hermanos del pueblo...” (Maldición de Malinche), el ocaso del imperio romano y de todo gran imperio que quiso ir más lejos que sus columnas hercúleas, incluso la magistral e ilustrativa novela de Huxley, en donde el “mundo feliz” supone desamor, frialdad y constante recurrencia a estimulantes externos, el “somma”, v. gr. En esa novela se nos relata la historia, la futura historia, del hombre esclavizado por el propio hombre y sin ninguna posibilidad de elección. Uno de los principales temas de esta novela, que, a pesar de enmarcarse dentro de lo que se denomina ciencia ficción, cuenta con un gran poder de persuasión (el término intenta acercarse a la acepción que propone Vargas Llosa). Uno de los principales temas, decíamos, es el de la pérdida del libre albedrío y del arbitrio como una forma más de sometimiento del hombre por el hombre mismo. A través de esto se llega inevitablemente, al no-sentido de la vida o la existencia. La pérdida de la razón de existir, y la imposibilidad de una “felicidad total” y continua. En la actualidad, además del somma, se recurre a los excesos, al efímero estimulante de la fama, “la gloria que es estrépito y ceniza” (Borges), aunque esta dure “treinta segundos” pero justifica toda una vida. Si bien es cierto que ya no hay héroes a la manera de Homero tampoco los hay ni siquiera a la manera de un Raskolnikov que, por lo menos, tomó conciencia de sus actos. Diríamos que cualquier similitud de lo dicho con Carver no es mera coincidencia y tampoco lo es con respecto a nuestra realidad
Emerson expresa que la imbecilidad de los hombres invita constantemente a los abusos del poder. ¿Qué más decir a esta respecto? No creo encontrar palabras más claras que definan una y otra parte en este gran teatro del mundo que fotografía Carver, que criticamos pocos y que perjudica a todos.
Francisco J. Rodríguez Criado en El realismo pesimista de Raymond Carver expresa que los personajes de este son “seres solitarios que van hacia la deriva y que no tienen otra cosa que hacer sino mirar la televisión”. Bradbury en “El peatón”, sitúa esta realidad en el futuro. Nosotros somos ahora el presente de aquel terrible futuro que vaticinó y quizás avergonzó al coterráneo de Carver, sólo faltaría que los bomberos se dedicaran a incendiar las bibliotecas.
Confieso que, como Emerson, creo en la posibilidad de que aparezca cada tanto un verdadero genio, que nos emancipe y nos abra los ojos obnubilados de pantallas y tras el cual “el rico se daría cuenta de sus errores y de su pobreza y el pobre de sus remedios y de sus recursos”. ¿Subyace tras la literatura Carveriana esta posibilidad? Yo creo que sí pues él mismo se configura como ese genio, ese gran hombre que encontró la veta, el error y abrió la herida para escapar a través de ella. Esa posibilidad se vislumbra, se fundamenta en el mero hecho de escribir, de mostrar esa llaga que habrá que curar a fuerza no de aplicarle compresas y pasarle caritativamente la mano sino de ensancharla, de pasar a través de ella aunque sea harto doloroso y destruirla desde adentro, porque sólo así se pasa de un estadio a otro; “torcerle el cuello al cisne” es matarlo sin piedad no dejarlo moribundo.
Las referencias a los personajes de Carver son concretas. No hay mayores descripciones grafopéyicas, pero sí su etopeya está delimitada. La mayoría son alcohólicos o dependen del alcohol para sobrellevar su cotidianeidad impregnada de sucia derrota; así en el cuento “¿Por qué no bailáis?”, este elemento supone la inaugural referencia del primer cuento del libro, y esto no es arbitrario. También en el mismo cuento se aprecian los valores imperantes. Por un lado, la pareja que se acerca a preguntar los precios de las cosas expuestas se fija en aquellos elementos “indispensables” para su vida juntos, la cama, y, por supuesto, cómo olvidarse del televisor. Dejando de lado las cuestiones que llevan al hombre a vender, rematar o regalar todo atengámonos al pensamiento de los jóvenes, estos entienden que pueden e incluso deben abusar de aquel que está desesperado: “—Pidan lo que pidan, ofrece diez dólares menos. Siempre es bueno —aconsejó ella—. Además, deben de estar desesperados o algo así.” Es esta la forma de sobrellevar la vida, de avanzar, la forma de ser. Hay que aprovecharse de los demás, sacarle provecho al infortunio de otros.
Por otro lado también se cuela el tema de la traición, las tentaciones casi a pedir de boca. Arthur Schopenhauer, en una obra notable como lo es El amor, las mujeres y la muerte, argumenta que el hombre es infiel por naturaleza, movido por el objetivo de continuar la especie y rechaza la configuración social en la que se convence al hombre de que esto no está bien pues de esa conjunción resultan los conflictos morales. En “Belvedere” se nos reseña al engaño como algo normal, pero de todas formas conflictivo: “Me pongo de rodillas y empiezo a suplicar. Pero estoy pensando en Juanita. Es horrible. No sé lo que va a ser de mí, o de quien sea en este mundo”, aunque este engaño causa una angustia esta es desplazada hacia el mundo. Es decir, los personajes no se sienten culpables, sienten que el mundo es así y obviamente no encuentran la solución, no piensan que la solución empieza por ellos mismos. Al no sentirse responsables o con el mínimo poder de cambiar las cosas los personajes se frustran y se sientan inútiles, vacíos. Pasan a ser intrascendentes. Esto incluso se refleja en algunos títulos que van más allá de lo meramente simbólico, es decir, son también intrascendentes, como el accionar de los personajes que no tienen nada que hacer o decir como en “Una cosa más”. Realmente están vacíos, son “Bolsas” vacías y olvidadas.
La filosofía de la derrota de Carver puede ser revertida pero sólo mediante la percepción de una posibilidad alternativa, de la aceptación de esa herida que es necesario traspasar. La transformación de los “personajes” que integran este teatro del mundo en seres humanos que miren como tales a los demás.



Biografía


Raymond Carver: poeta y autor de relatos, norteamericano. Nació en Clatskanie (Oregón), en 1939, en el seno de una familia marcada por el alcoholismo y la inestabilidad laboral. A los 21 años tenía ya dos hijos y se ganaba la vida con trabajos efímeros en gasolineras o almacenes mientras iba estudiando a salto de mata. Su infancia de clase trabajadora y las dificultades de su vida adulta, a menudo relacionadas con un alcoholismo que le llevó al borde de la muerte, aparecen continuamente en su obra, construida con un estilo simple, casi lacónico, profundo y absorbente. Cuando murió estaba ya considerado un maestro del cuento en lengua inglesa.
En un artículo titulado “Prosa sobre Poetry” nos describe cómo fue su, quizás, más significativa aproximación al mundo literario, las revistas y autores de altura que cualquier novel escritor desea siempre igualar. Él era un adolescente con responsabilidades de adulto pero la revista y un libro puesto en sus manos por parte de un anciano le mostrarán otro sendero a través del cual, años más tarde, transitará hacia un envidiable destino de escritor.
Antes de su primer libro de relatos, Ponte en mi lugar (1974), Carver ya había publicado cuentos y poemas en revistas como New Yorker o la ya mentada Poetry. Después vendrían los volúmenes de prosa breve ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, De qué hablamos cuando hablamos de amor y Catedral, publicados entre 1976 y 1983, y varios libros de poemas recogidos en antologías como Bajo una luz marina. Resulta difícil establecer una diferencia sustancial entre la obra poética y narrativa de Carver. Ambas se ocupan de las pequeñas tragedias de la América anónima, de vidas corrientes que zozobran por motivos aparentemente banales, de sueños perdidos y relaciones fracasadas. Toda su producción está recorrida por una tensión contenida, por el peligro de lo latente, horrores que se muestran en su forma más cotidiana y, muchas veces, con un sentido del humor cáustico. En este sentido podemos decir que fue Chéjov la referencia más notable en su obra.
En 1988 publicó Tres rosas amarillas, una colección de cuentos que perfeccionan su propio universo literario y, ya de forma póstuma, el poemario Un sendero nuevo a la cascada, testimonio, estremecedor y tierno al tiempo, de sus últimos meses. Se ha relacionado muchas veces a Carver con la corriente minimalista de la literatura estadounidense, al lado de autores como Richard Ford o Tobias Wolff, con los que tuvo una buena amistad, si bien siempre rechazó las etiquetas colectivas. Robert Altman adaptó en 1994 varios de sus relatos en la película Vidas cruzadas.