sábado, 10 de abril de 2010

Echar raíces

La silla tiene la forma del pescador que no ha vuelto a ocuparla. Sentada frente al Uruguay rojizo y blando siente la falta del hombre que no ha vuelto. Mira el Uruguay y ve los peces a la espera del hombre. Ve el agua impaciente por el aguijón de la plomada y la arteria que llevaba la certeza del mordisco hondo en la lombriz. La silla se mantiene firme en su agrietada paciencia frente al río Uruguay que espera al hombre que enlazaba la luna con el humo blanco del cigarro. El hombre pobre y pescador que no ha vuelto.

sábado, 3 de abril de 2010

Novalis, una interpretación de la noche (Himnos a la noche)



Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.

Jorge Luis Borges
“La noche cíclica”

Imaginemos a un hombre que llora sobre una tumba. Esa tumba es la de su amada. Atrás, el cielo es el mismo cielo que puede alumbrar u oscurecer esta misma tarde o una tarde nórdica de 1797. Imaginemos ahora que ese hombre no llega a los treinta años y ya desea estar muerto. Ya no le es propicio el día, como lo fue para Dios en el Génesis. Ya no hay división entre lo bueno y lo malo. Todo es sombra. La noche puede ser la metáfora del ocaso de los años, en tal caso debe ser elogiada. Pero si la noche oscurece el alma de un poeta joven, entonces, la noche es divina.
Tal el caso de Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg (Novalis), cuyos himnos son una vindicación de la noche. Una prédica poética, alada y divina, al decir de Platón.
Sus himnos parecen entroncarse con una tradición cristina, pues se abren con un canto a la luz:

Decidme, ¿qué ser vivo
de sentidos despiertos
no elige ante el espacio que lo envuelve,
entre toda apariencia,
la luz con sus colores…

Esa preferencia por la luz, ese marcado concepto ético de luz, se desprende del propio Génesis:

En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía entonces ninguna forma; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad, y el espíritu de Dios se movía sobre el agua.
Entonces Dios dijo: “¡Qué haya luz!”
Y hubo luz. Al ver Dios que la luz era buena, la separó de la oscuridad y la llamó “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”.


Pero en ocasiones la noche puede ser lo bueno, el espacio espiritual por excelencia, dice el poeta Novalis:

Mas vuelvo mi camino
a la sacra, indecible,
y misteriosa noche.

A través de la noche debe pasar Dante para hallar a su amada. Eneas y la sibila Ibant obscuri sola sub nocte per umbram. Dice Borges, La noche es madre de las Parcas tranquilas// que tejen el destino.
En la aparente línea que divida las luces de las sombras el poeta se encuentra inmerso, pero prefiere la huida hacia la oscuridad. Hacia ese espacio en donde la vida no está restringida, donde el tiempo no está determinado. Las sombras, la oscuridad es la embriaguez –opio, vino y amor–, todo lo que se queda fuera de los márgenes del día:

¡Qué infantil y mezquina
la luz ahora paréceme,
cuán alegre y bendito es el adiós del día!

Los dioses pasan a formar parte de esa noche, pero, como en una especie de nuevo advenimiento Cristo surge como la suprema divinidad.
Cristo es sólo el tránsito a una nueva vida. Los antiguos temían a la muerte porque nada había más allá de la vida. En tal caso todos los héroes fueron héroes sólo por temor a la muerte. Pero Novalis vislumbra la misma luz que guiaba, junto con Virgilio, al Dante de la Comedia.