jueves, 21 de febrero de 2013

Vacío, nombre de una carne, de Eduardo Milán

En el principio fue el título.
¿Qué nos ofrece Milán? ¿Una disyuntiva antipoética entre el ser y la nada, un corte de carne profundamente material y mal necesario contra ese vacío que de solo evocarlo llena de significados, una broma metafísica?

No. Milán nos ofrece una baja factura poética sumada a una ausencia (¿premeditada?) de contenido. La lectura de este libro se vuelve tediosa después del descubrimiento de un mecanismo de antipoesía demasiado complicado, no complejo sino complicado. Muchos poemas parecen ejercicios donde se llega a ser complejo a fuer de oscuro sin lograr nunca, o casi nunca, al menos una tenue comunicación. Es tan difícil establecer algún vínculo, alguna empatía con versos como:

«también el poema debe ser liberado

liberado del pozo de sí mismo

al que cae asomado al asombro

de verse

 

cualquier poema, liberado

Faray un vers de dreyt nien

Paterson, So much depends

Perch’i’ no spero di tornar giammai

ballatetta

In Toscana

Antipoemas, Cantares, Trilce

 

nada menos feliz que un sin afecto

sin, otra vez, el amparo natural

bañados, el crepúsculo al fin rojo

el cuerpo inmediato del amor

nada más que un poema infeliz

[…]» (pág. 15)

 

A excepción de la primera estrofa todo lo demás parece corresponder a un desaire que propiciara Borges, hace ya unos cuantos años, con respecto a una innovación que ya había dejado de ser tal, «Una de las coqueterías literarias de nuestro tiempo es la metódica y ansiosa elaboración de obras de apariencia caótica. Simular el desorden, construir difícilmente un caos, usar la inteligencia para obtener los efectos de la casualidad…» (De la Vida Literaria).

Sabemos que este libro de Milán estuvo dentro de los ternados, en la feria del libro, por la Cámara Uruguaya del Libro y que el mismo autor ha construido una sólida reputación de poeta con sus entregas anteriores pero, de todas formas, esta sigue pereciéndonos de difícil acceso y tediosa lectura. Quizás el poema de más sostenido aliento sea el de la página 77, cuyo comienzo sin rebusques ni ornamentos marca el tono elevado, dentro de una acordada antipoesía, que rige los versos hasta el final y que lo convierte en una pieza de consistente reciedumbre poética que, a su vez, parece establecer un digno juego de espejos donde el propio autor se autocuestiona:

«yo sé que vos sos Nicanor Parra

pero vos no sos Nicanor Parra, loco»

 
Se hace difícil decir más y, tal vez, no sea necesario, para muestra basta un botón.

(MILAN, Eduardo. Vacío, nombre de una carne. HUM, Montevideo, 2010)