sábado, 12 de diciembre de 2009

Del comportamiento en los discursos largos

Vale aclarar, para que nuestros amables lectores bieninterpreten, que como el título lo supone, es harto diferente la forma en la que uno debe comportarse como espectador en un discurso largo. Digamos que un discurso corto es una caricia al oído, una risa leve de mujer joven y hermosa o un buen cuento contado por la propia Sherezade. Pero un discurso largo es más bien un culebrón, una mala novela de esas prefabricadas que escriben los que no tienen otra cosa mejor que hacer que saturar las arterias de la literatura con tal grasa. Además del excelente efecto somnífero, que más serviría a un gato o a un pez, es de suma trascendencia destacar la importancia que subyace detrás de la constante visualización y captación por parte del público presente de un pensamiento único, uniforme, que nos lleve a reevaluar el desarrollo de los factores que en más de una ocasión hacen tender a la estandarización de elementos disímiles entre lo que se simula y lo que se es ya sea endógeno o exógeno, haciendo partícipe de todo esto a nuestro grupo colaborar, correligionario y amigo, del cual me honro formar parte y sin desmedro de otras posiciones más ortodoxas que mal que bien infunden vida a todo esto…
Nótese que los suspiros deben ser lanzados como casuales, algunos son mutilados por los dientes que se aprietan como para que no se escapen en bandada de sueño desde el fondo del abismo estomacal. También se empiezan a oír voces y el señor o la señora disertante de turno hace caso omiso de los estornudos, cabeceos, miradas, cuchicheos, toses y tamborileos en el piso… y si calculamos las variables, teniendo en cuenta el contexto en el que nos ubicamos, nos enfrentamos al serio planteo de que están estrechamente relacionados con la unidad que supuso el punto de partida, como recordarán, de nuestra primera hipótesis, esta… y por último los ojos, como con vida propia o mejor sin ella, empiezan a pesar cual plomo (ya venía excediendo las comparaciones con “como”), la cabeza parece tambalearse y todo da vueltas como si una pelota girara sobre una aguja de coser o bordar, lo mismo da, como en una especie de sueñera que ya me hace abandonar esto que escribo.

sábado, 5 de diciembre de 2009

.............................................................a Sabine

..............Desde un inventario de humedades y de sombras, a buen resguardo del lugar común y sin embargo, arrodillado en el altar de la cursilería.
............................................................(Rafael Fernández Pimienta)
la noche vuelve a ser frágil mano
no puño cerrado sino caricia ajena

perdí la forma de decirte adiós
a veces el silencio es mejor despedida

te vas y para siempre te esconde la nostalgia
te vas y no sé qué decir
si hablar de manos de puertos de recuerdos
de la tarde aquella en que deseaba ser poeta

te vas y el paso de los días se hace ajeno
otro tiempo otro olor otro pelo

te vas y es inútil despedirme
porque te fuiste te vas
o porque nunca estuviste

viernes, 6 de noviembre de 2009

Hoy escuché a un hombre hablar muy mal sobre otro hombre
hoy pensé que estaba cerca del hombre
hoy me sentí un poco poeta porque estuve cerca de un poeta
hoy pensé que todo cabía en un dedal
hoy fui terriblemente feliz hoy fui engañado por mi ego por mi culpa por mi pasado
hoy dejé ir a la mujer de mis sueños
hoy estuve cerca del dolor lo bebí hasta las heces
hoy tuve que levantarme de vuelta y volver a empezar
hoy entendí el dolor la desdicha la viento en los huesos
hoy fui la noche (comprendí eso)
y creí que todo está destinado al fracaso
desde los intestinos y vísceras
hoy sentí frío y además
acabo de morir

lunes, 19 de octubre de 2009

Rayuela

Hacía días que leía la novela de Julio Cortázar. Cuando llegué al liceo no aguanté el asco que era la sala de profesores. No aguanté a la gente y no me aguanté a mí por ser parte de todo eso. Salí tratando de ser otro, de escapar de mi piel aunque fuese con el pensamiento y me metí en un poeta amigo mío.
Es raro ser poeta, me dije. Raro para los demás o para uno cuando regresa a esa piel de empleado de alguien (o del Estado. No sé qué situación es más desfavorable). Decía que es raro en un sentido muy amplio. Uno no se acostumbra a mirar las cosas pensando que hay mucho más detrás de eso, uno mira, ve lo que hay que ver y nada más. El liceo en el que trabajaba quedaba al lado de una escuela. Salí. Justo cuando estaba insultando al “micrísimo”-cosmos que es mi mundo, vi a dos niños jugando, un niño y una niña, vestidos con sus túnicas blancas y sus moños bastante deshechos. Ya se imaginarán a qué jugaban....
Era un tipo de rayuela que yo no había visto nunca pero que comparé mentalmente con las que conocía y no tardé en entenderla. El dibujo estaba sobre una superficie cuadrada. Las líneas cortaban triángulos de distintas superficies y los números estaban dentro de ellos. El cielo se formaba en el centro. Lo gracioso de todo esto (si es que se le puede hallar gracia), es que a pesar de ser compañeros, quizás hasta amigos, eran por demás competitivos y no perdían, cada uno, oportunidad de hacerle trampas al otro. Comprendí entonces, con tristeza, que ya a esa edad se sabe muy bien que para llegar al cielo hay que enviar al otro al infierno.

lunes, 21 de septiembre de 2009

La Plaza

Las palomas se arremolinan como buitres. ¿Cuántas veces he querido venir a escribir a la plaza? De todas formas, nunca lo hice. Se puede ir a mirar simplemente sin ver nada ni a nadie. Pero no es difícil ver más allá cuando las cosas golpean con una insistencia fatal. Haber visto padres, hijos, palomas y gorriones en la plaza es trivial, pero no ancianos. Ellos son sus dueños indiscutidos. La rigen desde abajo, sostienen las estatuas y los próceres que nada significan para la mayoría, con furor de gárgolas, prolongando así el sufrimiento incluso del propio país. ¿Y qué decir del respeto solemne que inspiran? Claro, se lo debemos, se lo debemos todo, también haberse quedado mudos cuando fue necesario. Pero no les estoy faltando el respeto. Los estoy observando. ¿Quién dirá si haremos o no lo mismo años más tarde? No basta con darse cuenta de eso, con recoger lo que hace el perro.
Observo dos ancianos que se han ubicado en un banco que forma parte del centro de la plaza. Ambos miran hacia adentro, hacia sus severas encrucijadas. Casi no hablan y cuando lo hacen parecen no prestarse atención entre ellos. Están en una especie de calma agazapada. Forman parte de la tarde. Si realmente no te interesara no los verías. Ambos están bien vestidos, incluso con camisas blancas. El de la derecha lleva una gorra o boina gris oscuro con hilos blancos muy bonita. Nada los saca de esos pensamientos que muchos presumen lejanos, de países ocultos por la bruma malva del tiempo. O sabios de errores y aciertos que los fortalecieron y dejaron a las puertas de la muerte, ahora sí, bien armados para la vida.
Por el este aparece una chica. Camina elegantemente hacia el centro de la plaza. Levanta en su camino una cortina de palomas que ascienden frente a ella como pesarosas. Su andar no es pausado pero sí rítmico. Su figura enciende las miradas de los viejos que como altos faros dirigen los restos de luz hacia la costa levantina. Sólo en esos momentos ambos se ponen de acuerdo y uno se relame con una sonrisa. No sé qué le dicen, ni hubiese querido transcribirlo en estos apuntes. La chica continúa su paso inmutable. Quizás pasa muy seguido por esa plaza pues parece no darse cuenta de nada.
Los ancianos inclinan levemente la cabeza de lado. Siguen el rastro invisible de aquella luz que ahora ha comenzado a desaparecer entre la gente y las palomas que se lanzan de nuevo al suelo como buitres.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ernst Theodor Wilhelm Hoffman (1776 - 1822) Los autómatas, una nueva naturaleza.

Nació en Königsberg, Prusia, el 24 de enero de 1776. Su padre era abogado, lo que influyó en su decisión de estudiar para seguir esta carrera en la Universidad de su ciudad natal, a pesar de que por problemas familiares creció bajo la tutela de un tío.
Empezó a trabajar en 1800 como oficial legalista en las provincias polacas, pero en 1806, con las guerras napoleónicas, los subsecuentes desórdenes políticos pusieron fin a su carrera. Decicidió entonces dedicarse a su principal interés, la música, ejerciendo como compositor y como crítico musical. Fue por esa época que cambió su tercer nombre, Wilhem, al de Amadeus, en honor del compositor Wolfgang Amadeus Mozart.
Hoffmann hubiera deseado continuar con su carrera musical, pero graves diferencias de opinión con el encargado del Teatro de Dresden, donde trabajaba en 1814, lo obligaron a regresar al ejercicio de las leyes.
Fue designado en 1816 a la corte de apelaciones de Berlín. Allí comenzó a escribir.
Entre sus influencias literarias se mencionan a menudo a Schiller, a Walter Scott y a Jonathan Swift. En pleno movimiento romántico, los escritos de Hoffman, por los cuales es más conocido que por sus trabajos musicales o pictóricos, se refieren con frecuencia a personajes siniestros que interactúan con frágiles mortales, de los cuales revelan con ironía sus lados trágicos o grotescos. Usaba para inspirarse la combinación de imágenes macabras con elementos de la psique humana. Es, como dirá Carmen Bravo-Villasante en el prólogo a sus cuentos, un hombre que ha conversado con su doble, después de penetrar en las profundidades de lo invisible […] es autor y espectador a la vez, de sus propias creaciones, en un intento irónico y siniestro ante lo ilusorio y lo real.” Es considerado, a su vez, el iniciador del género conocido en Alemania como “Kriminalroman”, género que perfeccionará Poe e incluso Sir Arthur Conan Doyle.
En 1815 publicó “Cuadros fantásticos a la manera de Callot” (relatos). Por esa época publica su novela "El Elixir del Diablo", y "La Vida y Opiniones de Kater Mur, con una Biografía Fragmentaria del Maestro de Capilla Johannes Kreisler". También escribió varias colecciones de cuentos, como "Piezas Nocturnas", 1817. La obra literaria de Hoffman influiría a su vez en la actividad artística de otros autores, como Beaudelaire y Hans Christian Andersen. Pero también inspiró a varios compositores. Offenbach compuso en 1880 la ópera Cuentos de Hoffmann, y Délibes creó el ballet Coppélia. Pero sin lugar a dudas la más famosa de las obras musicales basadas en las historias de Hoffmann es la que inspiró a Tchaikovski uno de los ballets más famosos del mundo. El cuento tiene el título de “Cascanueces y el Rey de los Ratones”.
Los problemas laborales de Hoffman, así como su alcoholismo, le harían sufrir muchas dificultades económicas, además de afectar su salud. Hoffmann falleció prematuramente en Berlín el 25 de junio de 1822, a causa de una parálisis progresiva.


Los autómatas, una nueva naturaleza.

Después de leer sus cuentos, estudiarlos, pensarlos, buscar biografías más o menos motivadoras y revisar, eso sí, poca bibliografía (me adscribo al pensamiento borgiano el cual expresa que siempre es mejor recurrir directamente a los textos y Hoffman "nada sabía de bibliografía hoffmaniana”), entiendo que sus textos son realmente diferentes. Esto no parte de la consideración de las temáticas, harto conocidas ya en esta época, sino del tratamiento que se hace de ellas y más específicamente por el ensamble de historias que nos puede llegar a fascinar o enloquecer, si, al fin y al cabo, no son similares dichas situaciones en el ser humano. No es un caso de longitud, ni mucho menos de tópicos, creo que puede ser mi escuela de lecturas. Es decir, soy devoto de Cortázar, Bradbury, Borges y recientemente descubrí a Kundera. Estos autores me guiaron de cierta forma, me “educaron”, así como Shakespeare también educó a su isabelino público.
Con seguridad esto podría llevar a decir que soy incapaz de admirar otra cosa y quizás sea cierto, aunque sólo en parte.
No he dejado de advertir el excelente trabajo, casi lúdico, que logra Hoffman insertando, por ejemplo, una historia dentro de otra historia, como en una muñeca rusa, sin aclarar ninguna pero con fundamento todas. Es notable también su gran adelanto intelectual con respecto a la posibilidad de un avance tal que nos sitúe, algún día, frente a representaciones humanas automatizadas y esto incluso puede ser visto, por el lector perspicaz, como un vaticinio de la lucha, futura, entre estos seres y los humanos, en la cual, evidentemente, seríamos artífices de nuestra destrucción, podría recordarse aquí historias de Wells o de Huxley. Es decir, el hombre crea un elemento más de la naturaleza y al oponérsele sale derrotado. Podría anotar incluso el hecho de que el autor adelante particularidades del magnetismo que aún no hemos imaginado siquiera.
Retomando lo anterior, sus historias tienen algo de infinitas y circulares. Cortázar compara un buen cuento con una instantánea que nos hace pensar que fuera de sus límites hay más, pero ese “más” es imaginable. En Hoffman, casi mediante el mismo artificio, se llega a pensar que después de esa “instantánea” resta “demasiado más", tanto diría que uno se queda con la sensación de una vastedad por contar que asusta, inhibe, en cierta forma. No me enorgullece decir que no conozco aún a Leopoldo Lugones, pero entiendo que trata también en forma magistral este gran tema que, a su vez será retomado por el ya casi olímpico Borges. El tratamiento de este recurso en él me parece similar al que realiza Hoffman, pero no igual. Borges concreta, en cierta media, las situaciones, cierra los círculos. Conste que entiendo que lo hace también en cierta medida.
Uno de los temas que aparentemente más le atormentaba a Hoffman es el conflicto que genera en el hombre un ser con sus características idénticas o casi idénticas. Seres cuya naturaleza se correspondería con una segunda naturaleza del hombre y se constituirían también en una perfección de este.
"¿Qué miras con esos ojos que no ven?", expresa Luis, uno de los personajes de “Los autómatas”. Y podemos preguntarnos: ¿Qué es lo que no ven? Quizás no ven lo que nosotros, los humanos, queremos que vean, quizás no ven lo que nosotros vemos y van, a su vez, más allá.
En ambos cuentos los ojos de los autómatas juegan un papel importante. Los ojos son la ventana del alma y estos seres a pesar de su aparente perfección, nunca tendrán alma o, para tranquilidad del hombre, no deberían tenerla. Podemos recordar la monstruosidad resultante del experimento del doctor Frankestein o el mismo Gólem creado a partir de la palabra divina hallada por el hombre.
"-A mí me resultan sumamente desagradables -dijo Luis -todas estas figuras que no tienen aspecto humano, aunque, sin embargo, imitan a los hombres, y tienen toda la apariencia de una muerte viviente, o de una vida mortecina.”
Este “adelanto” que significa el tratamiento de temas científicos, en Hoffman, quizás signifique más que un mero adelanto. Podríamos suponerlo un paso hacia la evidente lucha del hombre contra esta nueva naturaleza que intentan o podrán, algún día, ser los autómatas. Menos en el cuento homónimo que en "El hombre de arena" Hoffman plantea esta lucha, al principio tácita, implícita, hacia la evolución que supondrá, algún día, ser superados, en cierta forma, por seres puramente mecánicos.
Existe la posibilidad, a su vez, de que estos autómatas se vuelvan parte de la naturaleza e intervengan en la eterna lucha del hombre con esta. Podemos recordar ejemplos ilustres en, "La lluvia" de Bradbury, o en "A la deriva" de Horacio Quiroga, en los cuales la naturaleza sobrepasa las humildes fuerzas del ser humano.
En este sentido, a pesar de ser el hombre su creador, existe y existirá una cierta aversión hacia estos seres mecánicos, producto único del intelecto creador del ser humano, mas no de su corazón.
Por otro lado, el hecho de que existan, que hablen (o canten) y se parezcan a hombres o mujeres, implica también la posibilidad de un desplazamiento que el hombre sufre de múltiples formas. Este desplazamiento le atormenta y le lleva, una vez más, a un cuestionamiento de su existencia. En el caso concreto de Nataniel, protagonista del “Hombre de arena”, esta ruptura con el orden normal provoca una ruptura psicológica, tan aguda que deviene en la autoeliminación.
Se completa uno de los círculos; el enfrentamiento con esta nueva naturaleza perjudica más al ser humano. No desconozco la intervención de figuras humanas en esto, presentadas como detestables. El abogado Coppelius y luego su heterónimo (no sé si corresponde el uso del término) Coppola, el vendedor de barómetros, nos recuerdan con facilidad a la ambigua figura maléfica del Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson.
La muerte es el ápice de este desplazamiento; así como los personajes de “Casa tomada” prefieren abandonarla antes de enfrentarse a lo desconocido, o la pareja que prefiere bajarse ante la inminente amenaza del chofer en “Ómnibus”, ambos relatos de Julio Cortázar.

Influye también, por otro lado, la conciencia que se tiene del destino. Así Nataniel dirá: “¡Me ha sucedido algo espantoso! Torvos presentimientos de un destino amenazador y fatal se ciernen sobre mí como negros nubarrones, impidiendo que penetre un rayo de sol…”
A través de esta percepción pesimista del destino Nataniel se encamina directamente a su perdición, internándose en un universo maléfico, conectándose con este, encarnado en la figura del abogado Coppelius. En más de una ocasión se adjetiva a aquel de maléfico o maldito: “Cierto día en que Nataniel se quejaba de ver sin cesar al monstruoso Coppelius, y dijese que este horrible demonio iba a destruir su felicidad y su futuro, Clara repuso con tristeza:”; “-Otra vez estás conmigo; gracias a Dios, nos hemos librado de ese odioso Coppelius”; y termina: “Fue muy consolador para mi alma que sus relaciones con el diabólico Coppelius no hubieran sido causa de su eterna condenación.”
Esta relación con lo que podríamos llamar lo maléfico o perverso lo atormenta desde su infancia y así lo expresa en su carta a Lotario: “…toda su persona era espantosa y repugnante (Coppelius); pero sus largos dedos huesudos y velludos nos desagradaban (a Nataniel y su hermana) más que todo, hasta el punto de que no podíamos comer nada de lo que él tocaba.” A su vez, ese contacto con lo maldito no era solamente percibido por él sino que también por los demás. De su madre dirá: “Nuestra madre parecía temer tanto como nosotros al espantoso Coppelius, pues cuando aparecía, la alegría habitual de su inocente ser se convertía en tristeza profunda.”, “…veía en él algo de satánico e infernal, que debía atraer sobre nosotros alguna terrible desgracia.” Este acercamiento a lo maléfico puede recordarnos el fantástico cuento de Borges, en la amplitud del término fantástico, “There are more things”, de El Libro de Arena, cuyo título simbólico cobra una vigencia fundamental hacia el final de la narración y puede asociarse a este contacto misterioso y trágico que relaciona a Nataniel con Coppelius.
En la medida en que Nataniel se adentra en sus temores, en lo que será su maldición y perdición, se desdibujan para él los demás seres humanos. Cuanto más huraño, más sombrío y fatídico se vuelve, tanto más se aleja de la vida. Es decir no sólo hay un desplazamiento sino que se produce un auto-desplazamiento. Nataniel en este proceso se alejará de los suyos, del tierno amor de Clara, a tal punto que una vez la dirá: “-Eres un autómata inanimado y maldito”. Este pasaje es crucial ya que no sólo demuestra el alejamiento profundo entre Nataniel y el mundo sino que además se menciona por primera vez ese elemento trascendental en el desarrollo del relato, el autómata, el ser sin vida, sin alma, sin ojos, como lo será la propia Olimpia luego, descrita a través de la metonimia: “la mano de la joven estaba helada como la de un muerto”.
El miedo por la pérdida de los ojos se asocia a este alejamiento en el mismo Nataniel, pero de una forma más física; en el momento en que conoce a Olimpia queda ciego, no ve nada más. Ni las burlas de sus compañeros, ni los males que él mismo provoca en sus seres queridos, ni otras posibilidades en su vida, a tal punto que sólo desea casarse y ser parte de la “vida” de Olimpia.
Siguiendo esta línea podríamos argumentar que el final no es del todo abierto aunque, de todas formas, quedan interrogantes. El mismo Coppelius aparece en forma triunfal, confiado en el poder destructivo de la locura que, de una forma u otra, ha desatado en el protagonista y obrará en contra de este. Es una especie de seguridad maligna. Se reconoce así que el acercamiento al mal provoca consecuencias trágicas e irreversibles.

Por último, el aspecto lúdico aparece como una constante en la obra de Hoffman. De esta forma el autor casi interactúa con el lector. “No puede inventarse, ¡oh, amable lector!, nada más raro y maravilloso que lo que te he contado de mi pobre amigo, el joven estudiante Nataniel. Acaso, benévolo lector, has experimentado en tu pecho o has vivido o has imaginado algo que deseas expresar.”
El narrador compromete al lector, con ese otro mundo al cual muy pocos escritores de su época hacen referencia, el “real”, el externo a la propia obra. Artificio semejante ensaya Cortázar mucho después, ya con una evidencia protagónica. Pero el hecho radica en que Hoffman impone su ficción señalando con el índice al posible incrédulo lector y lo atrapa como lo haría, por ejemplo, la novela de “Continuidad de los parques”.
Ese contagio entre lo ficticio y lo “real” no es meramente literario, no es un mero artificio retórico, es parte del convencimiento explícito del propio autor que entiende que si tiene algo que decir tiene también, como otros pocos autores, “la sensación de que todo el mundo entero les pregunte: ‘¿Qué sucedió? ¡Continúa contándonos, querido!’”. Este es, entonces, un ejemplo de compromiso con la literatura que, al fin y al cabo, es su vida.
El narrador-autor se compromete, pero sin abandonar lo lúdico, aclara posibles inicios de su historia que le ha maravillado por lo fantástica; así propone que hubiese sido tradicional o incluso “in media res”, pero, aclara, la misma historia, el mismo personaje lo llevó a hacerla así. Hoffman nos anticipa su propio proceso de creación, su “arte poética” conforme, a su vez, la va poniendo en práctica.

En conclusión podría elogiar el adelanto con respecto a Poe, a Bradbury, y a James. Sus historias fantásticas encierran también un plumaje tornasolado como el del pavo real (Borges dixit), algo así como las múltiples historias de las Mil y una noches. También sus relatos realistas son magistrales y evidencian una erudición envidiable del arte en general y de la música en particular. Tal es el caso de "La ‘Fermata’", cuento particular si los hay.
Su narrativa impresiona, deja dudas y da cuenta de una genialidad extravagante, en ocasiones difícil de admirar en su real dimensión.

domingo, 2 de agosto de 2009

Modas

El viento le acarició los genitales como nunca antes ninguna lo había hecho. Claro que no habían sido muchas, es decir, una, una vez y quedó en eso. Pero, en fin, ese no era el tema, ni el motivo de todo esto.
Supo de antemano que lo que estaba haciendo era grande, muy grande. Faltaban dos calles para llegar a la principal y ya se sentía otro, distinto a todos. Nadie osaría pasearse desnudo por ahí a plena tarde, una primavera-verano de 2008. Era la única forma de ganar su tan merecida fama. Era Andy Warhol en pelotas. Por lo demás nunca había logrado trascender en nada. Torneo juvenil de ajedrez, 1997, segundo. Campeonato de fútbol sala, 2003, segundos, una lástima, buen cuadro, él era arquero, suplente. En su casa, por citar algún ejemplo, no era el primero ni en el ritual de hacer el mate. El abuelo se levantaba a las cinco de la mañana, lo aprontaba y salía, incluso en invierno, a charlar con el sereno de la cuadra. Imposible de superar. Eso sí, había sido, según le confiara aquella castaña alta y enfermera (de la que se venía acordando), su primer amante. Ella núnca (acentuaba bastante la u) había engañado al marido. Un récord para él, pero muy íntimo. Y le había acariciado como nunca (sin acento porque ese “nunca” lo pensaba él) nadie antes, las partes más íntimas de su inmaculada hombría. Así que, desnudo y con viento a favor, se sintió, en la calle, como un pez en el agua.
Se alegró bastante al no advertir esa sorpresa gansa de las viejas que ¡¡¡ah!!! y se tapan la boca y miran para otro lado, cuando una imagen así se les atraviesa en el camino. Pero empezó a preocuparle que la gente aparentara indiferencia. Cuando llegó al final de la calle principal, es decir a la plaza (porque todas las calles principales terminan en alguna plaza), giró con un silbido y emprendió el regreso. Caminó dando saltitos y balanceando los brazos, en su último afán por llamar la atención. Pero se fue amedrentando cuando observó que ya más de uno “vestía” su desnudo y que, poco a poco, se empezaba a confundir entre cuerpos rosados, amarillos, cobrizos y blancos, muy pálidos algunos pero todos con pequeños adornos. Un cinturón de cuero por acá, tan solo unas pulseras anchas por allá y algunos conservando simplemente sus lentes oscuros que deslizaban ahora hasta la punta de la nariz para observarlo y burlarse por lo bajo de su falta total de adecuación a la moda.

martes, 28 de julio de 2009

te extraño desde el quicio
desde la desnudez
desde la súplica
sin metáforas
a quién le importa
a quién le importa el trabajo
que da un poema
los versos
las noches perdidas
sin sexo
sin drogas
las noches veladas
por las dudas
por las críticas
por el trabajo que tarda
y que enriquece
un poema
que dice
al fin y al cabo
te extraño.

viernes, 24 de julio de 2009

La lluvia

Seguramente nadie más lo vio. Yo me tropecé con su imagen al bajar del ómnibus. Hacía ya tres meses que llovía todos los viernes. La lluvia era una reja oblicua que atrapaba a todos en sus casas, en sus pequeñas vidas. A los que encontraba fatalmente en la calle los aplastaba contra sus paraguas y golpeaba con tanta fuerza el suelo que se podría decir que atacaba también desde abajo.
Yo, sin embargo, no tenía más que mi bolso pero preferí protegerlo puesto que eran más importantes los papeles que llevaba él que los que podía cargar en mis bolsillos. En la esquina, cobijado contra la cortina metálica de una ferretería cerrada hacía tiempo, un mendigo me alargó una temblorosa mano. Yo había alcanzado a ver sus pies, ennegrecidos hasta la locura por la calle, ampollados y con unas uñas monstruosas que sobresalían unos cuantos centímetros sobre sus dedos. Sólo le dije “no”. Seguí a paso largo hacia mi guarida y ni siquiera intenté oír lo que él me dijo.

El lunes, cuando bajé otra vez del ómnibus, el sol comenzaba a borrar los últimos charcos de las veredas. En la esquina, el color pardo de las frazadas putrefactas contrastaba con el blanco impecable de la camioneta policial que las llevaba sobre su cabina.

miércoles, 8 de julio de 2009

No todo lo que brilla es Borges

¿Existe literatura argentina después de Borges?

De responder: Cortázar o Artl yo le pediría que se esfuerce en pensar un poco más.

Es sabido que Jorge Luís Borges marcó un punto de inflexión en la literatura de este país. Muchos hablan de un antes y un después de Borges en la literatura hispanoamericana e incluso, algunos más osados, hablan de un antes y un después en la literatura universal después de este. Yo no me arriesgaría a tanto por lo mismo que expresa este autor, luego de una enumeración universal y previsible de las cosas que son “su fama”, “Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que no acabo de comprender” (La Cifra, 1881)

Pero este artículo se trata justamente de todo aquello que no es Borges y que, con mucha seguridad, es necesario dar a conocer.

Por razones de espacio citaré sólo unos pocos ejemplos de literatura argentina contemporánea que es destacada y que muchas revistas literarias suelen olvidar por no ser nombres que llamen la atención de por sí. Recuerden aquello de que, usualmente, el nombre de la obra suele ser tipográficamente mayor al del autor en la tapa de un libro pero si se trata de un Gabriel García Márquez, de un Julio Cortázar, un Vargas Llosa, del propio Borges, o de cualquier figura que, en su medio, sea ya reconocido, la cosa es al revés.

Para finalizar, y pasar al breve catálogo de autores que he seleccionado, debo aclarar que casi ninguno (o ninguno) deja de resaltar la importancia trascendental de Borges aunque todos estén muy lejos de su cosmovisión y estilo. Me ocuparé, primeramente, de: César Aira y Osvaldo Lamborghini.

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César Aira:

César Aira, con seguridad, es uno de los más versátiles escritores de este momento. Con medio centenar de novelas o novuelles hasta la fecha es poco conocido aún fuera de ámbitos académicos donde, por suerte, al menos se lo nombra.

En Uruguay no es sencillo acceder a su obra, como no es sencillo acceder a la de ninguno de los mencionados en la introducción. Las distribuidoras suelen sacar de catálogo los libros que han estado más de dos o tres años en plaza y no se vendieron. De todas formas podemos encontrar algunos títulos como, Embalse, Los misterios de Rosario, El congreso de literatura o, en este caso por su carácter de “última publicación”, puede accederse con menos dificultad a un conjunto de cuatro novelas que, por su tópico basado un poco en los cómics de superhéroes, conforman una sola obra, Las aventuras de Barbaverde, un poco más extensa (380 pág.) que las que acostumbra presentar Aira.

En múltiples entrevistas se define como un es escritor de nouvelles “Mis historias se han ido haciendo más breves con el tiempo; ya me cuesta pasar de las cien páginas, y me da trabajo convencer a los editores de que hagan un libro con eso. […] No entiendo qué tiene de malo un libro de pocas páginas. Como lector, son mis favoritos.”[1]

Critica duramente a Sábato y Cortázar, poniendo, por ejemplo, sobre este la figura del uruguayo Felisberto Hernández: “Felisberto es un escritor genial al que Cortázar no podría aspirar siquiera a lustrarle los zapatos[2]”. También reconoce algunos maestros tutelares como Manuel Puig, Alejandra Pizarnik, Osvaldo Lamborghini y, algunos críticos de su obra, resaltan puntos de contacto con Macedonio Fernández. Con respecto a Borges declara: “…creo que mis primera lectura seria fue la de sus cuentos. […] No sé si yo era un chico inteligente o Borges tiene algo que también sabe atrapar a la juventud. Yo era jovencísimo, pero aún así sentí toda la grandeza, la elegancia, la exquisitez de sus textos, eso que es casi un veneno porque nos mal acostumbra y después todo lo demás en literatura parece no estar a su altura.” (Op. Cit.) Un último referente en su literatura es quizás Roberto Arlt, aunque de él sólo dice que es uno de los dos grandes y que su obra se completa con algunos vigorosos afluentes del expresionismo arltianos.

Dentro de aquella línea de precedentes suele definir su literatura como un experimento que, en ocasiones, recuerda algunas propuestas vanguardistas donde es más importante el proceso de creación que el resultado obtenido: “escribo mis novelas casi como diarios íntimos. Empiezo a partir de una historia, de algo que surge y me parece atractivo, sugerente, o por lo menos potable, y arranco a ciegas, no sé muy bien hacia dónde va a ir el texto, porque las ideas son siempre de una escena de comienzo, apenas de una posibilidad. Y después, voy escribiendo.” (Op. Cit.)

Por otro lado, su lenguaje llano puede no ser tomado como tal en la medida en que sus delirios alegóricos, simbólicos o sus traspasos de discursos que presentan una multiplicidad de dimensiones pueden confundir o incluso atormentar al lector. Pero, quizás como forma de remediar esto, Aira propone escasos juegos de lenguaje y rara vez se vuelca hacia una prosa que tenga algo de poética, más bien, y casi deliberadamente, utiliza un registro coloquial, principalmente cuando participan de la narración sus personajes que, en ocasiones, son paradojales como un “chacarero bruto” filósofo o un superhéroe, protagonista desde el título, que no participa nunca de la acción y ni siquiera aparece debido a su “perfil bajo”.

Con juegos narrativos como la casualidad llevada al extremo, la deliberada intención de resaltar la inverosimilitud del relato, las tramas laberínticas que muchas veces dejan al personaje justo donde empezó después de haberse movido en un sentido diametralmente opuesto o la inserción de los nombres de algunos de sus críticos o estudiosos de su obra en una novela que relata el Fin del Mundo (tópico que se repite en otras) en Rosario (ciudad que sostiene también más de una de sus historias), Aira invita al sinsentido constante, a la desazón feliz de no saber nunca qué irá a ocurrir o, ya en un plano más serio, a la crítica de los cánones narrativos legitimados. En ocasiones el lector es sorprendido en una frustración total de las expectativas y uno creería que el escritor sale riéndose sotto voce tras cada uno de sus títulos.

Creo que debe leerse a Aira sin ánimo de “estudiarlo” o de buscarle los sentidos. La interpretación no le sirve a sus relatos aunque más de una de sus novelas puede ser leída en clave de ensayo sobre el nuevo arte de inventar historias.




[1] Entrevista a César Aira por Ernesto Escobar Ulloa

[2] Literatura: Entrevista a César Aira: “El mejor Cortázar es un mal Borges”, Clarín.com

viernes, 26 de junio de 2009

Camila


…Podríamos llamarla Camila. Irreductible a otra cosa que no sea su cuerpito sucio sobre el carro sarnoso que arrastra el caballo flaco y acostumbrado al látigo inclemente de su padre. Observa un avión, de esos que de vez en cuando ve -yo la miro desde el ómnibus-, y se queda así hasta que la voz gritona de papá enlaza su atención y le entrega las cinchas del caballo flaco mientras se baja y se mete dentro del contenedor de basura, todo al mismo tiempo y ella puede volver la vista hacia arriba, hacia esa cosa gris y alta que parece pudiera tocarse si uno se animara a estirar la mano. Y ya vuelto papá y los latigazos el carro gira en una calle abandonando la avenida. Camila, por tercera vez, engarza su mirada al metal gris brillante del avión que se pierde en su descenso entre los edificios…

lunes, 22 de junio de 2009

Ricardo Prieto

Ricardo Prieto, Montevideo, 8 de febrero de 1943 – Montevideo, 31 de octubre de 2008.

Vivía solo. Padecía de una enfermedad terminal. Falleció el viernes aunque fue hallado el martes 4 de noviembre, en su apartamento del Centro, a los 65 años de edad.

¿No son cortos los días de la vida?

Deme, pues, treguas; aparte de mí su mano

y déjeme ver un poco de alegría

antes que me vaya, para no volver,

a la región de las tinieblas y sombra de muerte

tierra de espantosa confusión, donde

la claridad misma es noche escura.

Job, X, 20-30

Conocí, tuve la suerte de conocer, a Ricardo Prieto una noche de setiembre del año 2007. Habíamos ido a tomar algo con Lauro Marauda, después de un taller literario, a un café muy cercano a la plaza Independencia. Un señor de cabeza blanca, de estatura media, gabardina y periódico debajo del brazo se instaló en el mostrador, de espaldas a nosotros y pidió un café. Lauro lo saludó, él se acercó hasta nosotros, café en mano, y se puso a charlar en un tono tranquilo, como midiendo siempre cada palabra. Recuerdo que Lauro le preguntó en qué andaba y eso dejó suponer que este hacía referencia al plano laboral, es decir a su creación literaria. Habló, más bien conversó, amablemente con nosotros al punto de olvidar su café que en un momento había dejado sobre otra mesa y, antes de saludarnos y retirarse, tuvo que pedir otro.

Es paradigmático, como pocos, el caso de Prieto y no diré nada nuevo. Incursionó con felicidad en la poesía, el teatro y la narrativa. No creo que exista literato o intelectual uruguayo que no sepa de él y de no ser así sería esa una falta grave.

Fue quizás su carrera como dramaturgo, según él su preferida, la que lo llevó con más asiduidad fuera de los límites nacionales. Los disfraces apareció en Maldoror Nº 4 y luego siguió Les travestis, con prólogo de Paul Fleury, en la misma Maldoror Nº 6.

Fue uno de los destacados disertantes en el I Coloquio Nacional de Teatro que organiza anualmente la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

De las pocas reseñas que he leído en la capital tras su muerte concluyo que cada articulista se ha dedicado a comentar, de los trabajos de Prieto, los que pertenecen a ese género que siente como más cercano. Por lo tanto yo me detendré en su narrativa.

De sus trabajos como narrador destacaré un libro que no tiene, en su conjunto y tras mi humilde opinión, similar en la literatura uruguaya; quizás los relatos de Sylvia Lago en “El corazón de la noche” o, alejándonos un poco, algunos de Mario Arregui son los que más se acercan en cuanto a sus temáticas. Hablo de “Donde la claridad misma es noche oscura” (Banda Oriental, 1998) que obtuvo mención en el Premio Nacional de Narrativa, “Narradores de Banda Oriental”, 1992.

El epígrafe del comienzo es el de este libro y según lo observado esa región de las tinieblas y sombra de muerte es la misma que, en muchas ocasiones, habitan los personajes de sus cuentos y de sus dramas.

Mercedes Ramírez apunta, en el prólogo a este libro: “Sólo el escritor que ha descendido a los cráteres apagados del dolor es capaz de saber que a veces, el sumo mal no es más que un atajo desesperado para tratar de apresar el bien. ¿Qué cosa, si no, puede explicar que Ricardo Prieto haya podido escribir en un estado de belleza perfecta una historia que congrega las más imperdonables transgresiones?”

Historias sin finales felices, sin el aliciente tonto de la solución fácil, sin el recato ominoso del narrador que prefiere, por ejemplo, no decir que dos hermanos, abandonados a su suerte en un casa inmensa y solitaria estuvieran a merced de sus propias pasiones y miedos: “como si descendiera hacia ellos desde el cielo, o subiera desde la tierra, una necesidad extraña los impulsaba a acercar sus rostros y besarse mutuamente los cuellos o los labios”.

Sin complacencias, sin miramientos a la hora de enfrentar miedos, tabúes o esa cosa inenarrable que es el teatro de la vida.

Ojalá, Prieto, haya vivido esa alegría de la vida que todos pretendemos antes de partir.

Algunas Publicaciones:

Poesía: “Figuraciones”, Destabanda, 1986. “Juegos para no morir”, Destabanda, 1989.

Narrativa: “El odioso animal de la dicha”, Banda Oriental, 1982. “Desmesura de los zoológicos”, Proyección, 1987. “La puerta que nadie abre”, Proyección, 1987. “Magnitudes”, en Antología “Extraños y Extranjeros”, Arca, 1991. "Donde la claridad misma es noche oscura", Banda Oriental, 1998.

Teatro: Teatro, Tomo I, Proyección, 1988. “El mago en el perfecto camino”. En la “1ª Antología del teatro uruguayo moderno”, Proyección, 1988. “El desayuno durante la noche” (Premio Tirso de Molina, Fundación de Cultura Hispánica, Madrid), 1985. Teatro II, Proyección, 1993. “Garúa”. En “5 autores básicos”, Antología. Proyección, 1994. “La buena vida” y “Se alquila”, Arca, 1994.

domingo, 14 de junio de 2009

Madrigal

Aclimo el lugar para la tristeza

Guitarra cancionero

Poemas de Guillén

Lápiz en mano

Escapo de mi piel

Disparo contra la hoja en blanco

(antes fumé, claro)

La mirada intenta ver qué se esconde

Tras el gimo de la madrugada

Intersticio de luz en el pálido mediodía

De la vida cotidiana

Un son se escapa de mis manos

Dice que no soy digno

Para sus tonos mulatos

Dice que no soy digno

Hermano

Para sus versos cubanos

viernes, 5 de junio de 2009

Tratado sobre por qué no le ponemos manteca al lado duro del pan.

Entonces volvió el Padre del hombre y le dijo:

—No subirás por la parte trasera del ómnibus. No leerás los libros desde atrás. No le pondrás mayonesa al guiso (ese será quizás el peor de los pecados). No tomarás mate frío, si eres del Río de la Plata, caso contrario será en Paraguay. En el siglo XXI no valorarás en nada el espíritu. No guardarás las lapiceras usadas. No le pondrás manteca al lado duro del pan. Y nunca guardarás boca abajo el dentífrico. No caminarás dos cuadras hasta la casa de nadie: usarás el teléfono, mejor si es celular. No entenderás nada de esto; pero de todas formas lo cumplirás.

martes, 2 de junio de 2009

Palomita blanca

Mi divorcio me había dejado en la calle. Pero a quién más que a mí le puede interesar el dilema de una mujer que te amó y por eso ahora se queda con absolutamente todo. Esto no es paradojal, sólo siniestro. Ya en la calle hubo horas extras para un nuevo y deshabitado lugar. A veces la odio y a veces me odio también porque me debo interesar por todo eso. Sólo esa mierda idea de seguir con vida te obliga a buscar refugio, a creer que formás parte de esa masa espesa que es la sociedad. Ese manojo de imbéciles que se ponen nerviosos en la cancha como si ellos mismos hicieran algún esfuerzo o les late el corazón más fuerte y se les forma un inadmisible nudo en la garganta cuando el protagonista de alguna célebremente idiota película realiza la jugada de su vida, conquista a la mujer de sus sueños o logra escapar de una absurda balacera. Ese montón de inertes que nunca realizarán la jugada, nunca besarán ni en sueños a la muchacha y mucho menos serán héroes de absolutamente nada, no deben ser ejemplos de mi vida. Porque es así la idéntica celada para todos aunque nadie se dé por enterado de ello. Pero definitivamente a quién le puede interesar si todo esto nos deja conformes como una especie de gloriosa masturbación mental.

Ahora camino lento y observo la danza de hojas de plátano mezcladas con bolsas y papeles que se persiguen, trasladando la mugre de las calles y amontonándola en el recoveco de algún edificio. Quizás ese juego circular y sucio me hizo pensar todo aquello mientras me dirigía, como hace ya varios días, a mi puesto de disimulado observador.

Todas las tardes se sienta a la orilla de la plaza. Desde ahí atisba cabizbajo y pensativo las pequeñas palomas que, día a día, intenta conquistar. Casi con inusitada paciencia está quieto a la espera de su cercanía a la que, hábilmente, parece indiferente. Ha elegido la plaza en días de paseo, de desasosiego inútil y meticuloso. Ha elegido, por la cercanía de la plaza, ese barrio en el cual pasa sus días solo. Ha reptado hacia su soledad después de una vida de compañía fiel. Esa misma que ahora aborrece no porque fue obligado a cambiar de hábitos, sino porque suponía ciertas facilidades que hoy no tiene. Seguramente pronto estuvo acomodado en una casa modesta y simpática, sin escaleras que pudieran asustar a posibles visitantes. Conoce, desde siempre tal vez, los recónditos intersticios del alma humana. Quizás haya sido empleado, de joven, en una fábrica, vendedor ambulante u oscuro oficinista y quizás haya terminado sus días, por algún lejano azar, como portero de una escuela cualquiera, en otro tiempo, en otro barrio. Por eso es metódico, rutinario. Ha aceptado tácitamente el destino de cualquier alma, incluso la suya. Sabe que nada puede hacer más que sobreponerse y aceptar lo que es y lo que debe ser y por eso todas las tardes se sienta en un banco de la plaza como cualquier anciano lo haría, los bolsillos disimuladamente llenos.

Muchas veces he creído que los más oscuros deseos se elucubran a la luz del día y haberme topado esa tarde con la más encendida verdad parte sólo del hecho de recelar profundamente de las buenas intenciones de un viejo. Este, estoy seguro, no escapa a tal verdad. Todo se trata de imaginar y esperar. Sin embargo no puedo disponer de todos mis días, apenas he logrado escabullirme en su secreto por casualidad. Lo observo, lo he venido haciendo desde hace mucho tiempo. Debo, eso sí, estar seguro que no sabe de mi existencia, de lo contrario nada de esto tendría real sustento, ni muchos menos importancia para nadie. Pero he visto su encorvada figura ser algo unánime con la plaza y se me movilizan las vísceras de sólo pensar; una mezcla de nervios, rabia y odio a punto de estallar. Pero mi virtud también será la paciencia. Más allá de cualquier tiempo que, estoy seguro, no será excesivo, aunque poco importe esto para él pues el tiempo de los viejos es una argamasa informe que no coagula sino hasta la hora final.

Su ofídica estrategia sin dudas es eficaz. Él y la plaza siendo uno solo frente a la escuela. Disimula su mirada entre el espacio que dejan las túnicas blancas que pasan frente a él rumbo a otro lugar. Espera. Ya hace mucho que sabe esperar. Ninguna demora es interminable. Tengo para mí que disfruta el recuerdo acostado despierto en las largas noches de soledad y sus asquerosas manos bajan, si es que aún puede hacerlo, a ensuciar las sábanas que él mismo deberá limpiar. Pero hoy ha elegido una presa y un lento movimiento le propone algo sobre su mano, la chiquita se acerca y lo toma. Él le dice poco o casi nada y ella se aleja. Seguramente tiene algo de monstruo agazapado, un rictus, un brillo en la mirada, eso se presiente, incluso desde lejos.

Ahora lo dejaré marchar, permitiré que disfrute del roce de la primer batalla, caminando persuasivo con un andar que parece arrastrar toda la vileza humana. Claro que esto no durará mucho, yo lo sé y creo que, íntimamente, él también lo sabe o lo desea.

Pero para aclarar algo mi apasionada lucha debo referir una historia que me confesó una amiga, hace muchos años. Será, por un lado, una forma de exorcizar el recuerdo que me parece ha quedado demasiado vívido en mí y será también, por otro, la posible justificación de lo que, estoy seguro, no dejaré de hacer.

No recuerdo por qué me contó aquello, tal vez para llorarlo con alguien o para sentir que podían comprenderla, sin ánimo de denunciar lo que había sido disimulado por las más sórdidas excusas durante tantos años. Tampoco recuerdo muchos datos precisos, pero a pesar de ello esta será la realidad pues, después de todo, es la que permanece en mi memoria.

Recuerdo que me contó que había ido a pasar la primera noche, y la última, en casa de sus primos, tan pequeños como ella. Recuerdo comentarios acerca del desconocimiento absoluto de cualquier peligro y que la sola idea de la aventura grababa todas las imágenes en su memoria. No quería hablar de recuerdos porque lo que sucedió era casi irrepetible y mencionó, de eso estoy seguro, que a pesar de sus años nunca había sido feliz.

Esa noche, luego de irse todos a la cama, una mano fría y sudorosa se había metido entre sus sábanas y rozaba unos muslos que no podían despertar el deseo de ningún tipo de persona o, al menos ahora, eso quería creer. Recordó, entiendo que este verbo es falaz para algo que no ha podido olvidarse nunca, que el pánico dominaba sus sentidos y que lo único que logró hacer fue pedirle a alguien en su mente que llegara la mañana y que todo acabara. Fue entonces que me describió lo que, por ser lo más comprensible, es más atroz, comenzó a contar segundos, minutos, volvió a ver las mismas horas detenidas y, algo que aún la despertaba en las noches, la hacía pensar en números, -uno, dos, tres, cuatro, cinco… sesenta, un minuto, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… sesenta, dos minutos…

Hace años que no sé absolutamente nada de ella pero supongo que, en algunas ocasiones, una vida no es tan larga como para olvidar si, muchos años después, ni siquiera yo lo he olvidado.

¿Qué deseos alienta aquel que nada ha tenido? Aquel que comprende que todo esfuerzo, toda bondad, toda buena intención es sólo tiempo perdido. Tal vez motive a más esa espantosa seguridad de tierra húmeda removida algún día cualquiera para que los gusanos laboriosos se encarguen de nuestros miserables restos. De esas ansias de juventud perdida, de frescos racimos (recuerdo). Ese desprecio total por la raza alentado por la sola contemplación de la historia. Esa lástima por la idiotez humana que no merece un ápice de consentimiento. Un odio visceral que se traduce en dominación, en posesión, en afrenta, la más odiada, la que más duele cuando, en pocas ocasiones, nos enteramos de ella.

Quizás por esto pueda llegar a entender a este viejo, eso sí, sin afirmar que lo he hecho, o siquiera pensando, jamás y sin concebir que tampoco está solo, sentado en ese banco de plaza con las bolsillos llenos de caramelos.

Los días pasan. He logrado acomodar un poco mis horarios a fin de continuar la observación. He encontrado un lugar más favorable en una vereda, lejos de la plaza. Aguzo mi vista y sin más no me pierdo detalle. Aunque entienda que no todo ha pasado tan rápido así parece. La niña ya se acerca con naturalidad a cada salida y él le habla como lo haría cualquier anciano o, al menos, eso quiere hacer notar. Si no me equivoco ya habrá averiguado mucho y ella tiene claro que los pequeños caramelos, nunca chupetines, serán de ella mientras no entere a nadie más. Tal vez él, en esas pequeñas migajas de tiempo, ha logrado saber mucho de lo que necesita para atreverse a avanzar. Una veloz rabia recorre mi cuerpo, agita el corazón, crispa las manos pero hay que saber esperar. Soy un hombre abandonado, ahora un solitario. Hay que saber esperar.

He seguido con la vista, entre el tumulto blanco y azul, el rumbo de la niña en cada salida, después que se ha despedido de sus últimas compañeras. De seguro él no lo hace puesto que necesita y sabe disimular mucho mejor.

Hoy es el día, el viejo no ha venido a ocupar su lugar. Es imposible para mí pensar en otra posibilidad. Sólo tengo que esperar, que observar.

Es la salida, sé muy bien por qué me late el corazón más de lo que ya me he acostumbrado a soportar. Su presencia me invade, me hostiga su imagen siniestra contra el banco como una estatua que ya empieza a quedar verde bajo un manto de musgo y mierda de aves. Previsiblemente la niña se pierde entre la multitud y toma otro rumbo. Yo logro seguirla de lejos con la mirada.

Las piernitas descarnadas y blancas, camina tranquila, casi diría que confiada y, sin más, golpea la puerta cuyo número, cuyas señas, él ha introducido en su memoria. Sé que ahora me debo ocultar pero cuando la puerta se abre sólo atino a darme vuelta y caminar en otra dirección. Si estuvo observando por la ventana, si esperaba con lúbrico regocijo pudo haberme visto venir. Pero no, la puerta se ha abierto y seguramente ella ha entrado despacio, a mis espaldas.

Esto no es una venganza pues de tomarlo así debía haber vivido para vengar cada uno de los actos que ejecuta el hombre cada día. Esto es una prueba, una evidencia de que siempre estaremos por debajo de alguien. Tampoco será una reconciliación con aquello que conté antes y aún me hostiga como si fuera yo la mano fría. Hasta aquí su victoria. Porque hace tiempo que sé dónde me habré de ocultar. Hace tiempo que sé que lo dejaré hacer, que serán una eternidad los quince o veinte minutos, no más, que se tomará para hacer. Hace tiempo que sé que me llegaré hasta su puerta lo más rápido posible después que ella se marche y golpearé una vez para que abra confiado en un olvido, con el pantalón abultado aún, sabiendo que es peligroso pero gozando un último roce ejecutado por sus rancias manos de viejo. Hace tiempo que sé todo lo que haré con él cuando recobre el sentido, cuando se recupere del primer susto y del primer golpe, cuando me pida la compasión que nadie se merece, hasta que ya no pueda decir una palabra, hasta que no quede un hueso que sostenga el aborrecible cuerpo, hasta que no exista nadie más y pueda volver a ser sólo yo en esa plaza.

viernes, 29 de mayo de 2009

ESCRIBIDORES VIRTUALES Y VIRTUALES ESCRITORES

A Dani y VB que me incitaron a pensar en todo esto.

Esta es una respuesta que publico aparte pues me he detenido a reflexionar sobre más de un aspecto a partir de las respuestas de ambas que agradezco profundamente.

Empezaré por el problema de las publicaciones en Internet, tema harto hablado, criticado y tratado fuera del círculo de los “escritores virtuales” pero del cual no he oído mención por estos mares.

Creo profundamente en la literatura, tanto es así que he decido mi vida a partir de ella y no al revés, creo también que nada mejor puede hacer alguien que sentarse a leer o escribir (sé que también hay algunas otras cosas buenas), pero últimamente me ha agobiado un poco el grado al que ha llegado la “literatura” por estos lugares. Le llamo literatura, entre comillas, porque al fin y al cabo no tengo otra palabra para eso que hacen cientos, miles, millones de personas que cuelgan sus poemas, cuentos y todo lo que se le parezca.

Vayamos por partes, primeramente es exasperante la cantidad de poetas que hay nadando, ahogándose diría yo en estos mares. Es fácil, muy fácil si uno se pone a pensar por qué hay tantos “poetas”. Creo que es una cuestión de sencillez, de facilidad con la que uno puede rimar dos o tres versos y creer que escribió un poema. Ya el cuento tiene otras exigencias que no todo el mundo se anima a cumplir, aunque más de uno se atreve y el teatro ¿se preguntaron por qué nadie escribe obras u obritas de teatro y las cuelga en sus blogs o (no desconozco algunos buenos ejemplos, por supuesto), por qué es mucho menor la cantidad de dramaturgos que de poetas y narradores? Creo que la respuesta en sencilla: la mera dificultad que implica escribir una obra por pequeña y modesta que sea. Pregúntenle a cualquier escribidor (sí, dije escribidor) de internet cuántos poemas ha escrito y seguramente, si es humilde, dirá que alguno y luego pregúntenle cuántas obras de teatro ha intentado escribir y no se hará esperar la respuesta. Estoy de acuerdo, junto con algunos compañeros de generación, que un escritor debe ensayar de todo, debe practicar la escritura redactando todas las formas que conozca, así como el jugador de fútbol profesional ensaya jugadas y está listo para vestir la camiseta de arquero si lo debe hacer, así el escritor debe saber o haber intentado al menos muchas formas para que, cuando las necesite, no le parezcan lejanas o inadmisibles. Tengo entendido que quien pintó los frescos de la capilla Sixtina no era, en ese momento, experto en ese arte y sin embargo, supo, un poco forzado, cómo hacerlo puesto que lo había practicado; Miguel Ángel era escultor y sin embargo…

Otra cosa recuerdo y es la mención a la escritura o, al hecho de escribir mucho, como algo necesario. Claro que sí, y en esto no me contradigo, hay que hacerlo pero no hay que publicar todo lo que se escribe, hay que saber tamizar, separar el trigo de la paja y créanme hay mucha paja en internet. “Uno no llega a ser quien es por lo que escribe sino por lo que lee”, dice Borges, quién se cree mucho porque ha escrito mucho tal vez no sea nada. ¿Conocen ustedes a Juan Rulfo?, eso es un ejemplo. Así como “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”, la invención de la imprenta (sic; mi mala memoria sin duda hará descender el nivel literario de esta otra cita de Borges) multiplicó hasta el vértigo libros innecesarios, así ahora internet lleva al más alto nivel tal multiplicación, ahora de hombres y de letras o de hombres que creen ser hombres de letras. Alguien podrá decirme que no tengo por qué leer lo que considero malo pero justamente para saber si es malo o no tengo que hacerlo y la pérdida de tiempo es mayúscula, claro que después que leo a tal o cual poeta virtual y no encuentro nada ya no volveré a su página.

Termino esto señalado que es posible, de hecho en mi página hay una lista de blogs que considero realmente buenos o con una chispa que puede ser fuego, pero es porque en ellos encuentro escritores que se preocupan por serlo y respetan su labor y se respetan a sí mismos no exponiéndose a las burlas de algún crítico incisivo (bastante falta nos hace), que, vagabundeando por la virtualidad, enseñe entre otras cosas a separar aquellas pajas de este trigo.

Continúa en el próximo artículo.

lunes, 11 de mayo de 2009

Último segundo frente al río

Miro el arco brillante que dibuja la moneda que arrojé al río. Era la última en mis bolsillos. El arco es perfecto y en cada vuelta el sol rebota en su superficie pulida. La golpeé con el pulgar, como a una bolita. No recuerdo a mis amigos. No recuerdo sus caras cuando jugábamos en la vereda de tierra. Sólo recuerdo que éramos amigos porque no se podía ser otra cosa y no había otros. Antes los amigos eran los que el barrio te elegía. Pensé también que a mis años hacía mucho que había dejado de verlos. Casi todos se fueron haciendo otros, alejándose, algunos emigraron y uno murió; quizás esa fue su única forma de alejarse. Miro la moneda mientras asciende al cielo. La última. Cuando caiga no habrá vuelta atrás y habré quedado solo, porque ya no hablaré el lenguaje que todo el mundo habla. Y mientras la moneda toca por un segundo ese pedazo celeste de cielo, las imágenes se amontonan en mi cabeza, tantas en tan poco tiempo. No sé cómo llegué hasta aquí, hasta este borde encaramado del río. Tampoco importa. El arco brillante empieza su descenso. Ella está ahí todavía. Pierdo la noción de tiempo dentro del segundo que tarda la moneda en caer al agua. Y ya soy nadie porque no tengo otra como esa, ni voy a tenerla en mucho tiempo o tal vez nunca. Si todo se resume en eso no sé si vale la pena seguir viviendo. Ser nadie para nadie. Ser un pedazo de carne. Ocupar un espacio y un tiempo. ¿Qué me cuesta seguir el rumbo de la moneda y perderme en el agua? Quizás el sol también me alumbre un momento en mi salto y me sienta tibio.
La moneda cae y se incrusta en el agua como una flecha. No hace ruido y el río sigue corriendo. Yo no soy una moneda. Miro el reflejo del sol en la superficie y me decido. No soy la moneda. Ahora, sin ella, soy otro. Retrocedo y me pierdo entre el camino que lleva al borde del río.

jueves, 30 de abril de 2009

NO HAY NINGUNA ESPERANZA – Idea Vilariño, (Montevideo 1920 – 2009)


No hay ninguna esperanza
de que todo se arregle
de que ceda el dolor
y el mundo se organice.
No hay que confiar en que
la vida ordene sus
caóticas instancias
sus ademanes ciegos.
No habrá un final feliz
ni un beso interminable
absorto y entregado
que preludie otros días.
Tampoco habrá una fresca
mañana perfumada
de joven primavera
para empezar alegres.
Más bien todo el dolor
invadirá de nuevo
y no habrá cosa libre
de su mácula dura.
Habrá que continuar
que seguir respirando
que soportar la luz
y maldecir el sueño
que cocinar sin fe
fornicar sin pasión
masticar sin desgano
para siempre sin lágrimas.

Borges, al hablar de la poesía, recuerda una “definición platónica”: “esa cosa alada, liviana y sagrada”, nada mejor para empezar mi pobre consideración. Pero entiendo que no debo dejar pasar este momento. Es una forma de homenaje a quien marcó caminos a quien recorrió de forma magistral, en el amplio sentido del término, este camino de letras que la une a tantos, incluso a un poeta menor de antología como yo.
No quise recorrer ninguna de las muchas críticas al respecto de su obra para rendirle mi homenaje a esta mujer que, imposible decir otra cosa, es sacrílego desconocer.
Así que estas líneas serán eso, una impresión y un homenaje a quien, muchas veces parece dueña indiscutida de la noche y del dolor del recuerdo. Ese recuerdo que se trasforma en palabras, que sostienen una contemplación otra de la existencia que se parece al vacío:

Entonces soy los pinos[1]
soy la arena caliente
soy una brisa suave
un pájaro liviano delirando en el aire
o soy la mar golpeando de noche
soy la noche.
Entonces no soy nadie.

Personalmente rescato el trabajo minucioso y delicado, tarea de artífice ejemplar de la palabra. En estos tiempos que cualquiera (también hago mea culpa) “sube” “poemas” y se cree poeta. La obra de Idea no sólo no es extensa sino que además es un diamante pulido hasta la perfección.
La poesía de Idea es como un tesoro que disfrutamos más si nos lo revelamos en la intimidad de la soledad, en el delirio placentero del recuerdo y la confirmación del abandono:
Uno siempre está solo
pero
a veces
está más solo.[2]

Pero también se comprende, aviva la noche en la que es doble el silencio[3], porque la conciencia de lo precario del amor lo eleva:
Sabés
dijiste
nunca
nunca fui tan feliz como esta noche.
Nunca. Y me lo dijiste
en el mismo momento
en que yo decidía no decirte
sabés
seguramente me engaño
pero creo
pero esta noche me parece
la noche más hermosa de mi vida.

Existe también una sutil ironía que, quizás por lo sutil o su carácter de verdad que no nos gusta asumir, no se reconoce (recuerdo mis lecturas críticas que, confieso, no he repasado puedo, pues, equivocarme). Ironía emparentada con el concepto de amor; recuerdo aquí cualquiera de “Los amantes” de René Magritte o un Julio Cortázar en el poema homónimo diciendo:
¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?
………………………….
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
…………………………
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día

Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.[4]

Así también dirá Idea:
Es otra
acaso es otra
la que va recobrando
su pelo su vestido su manera
la que ahora retoma
su vertical
su peso
y después de sesiones lujuriosas y tiernas
se sale por la puerta entera y pura
y no busca saber
no necesita
y no quiere saber
nada de nadie.[5]

No diré mucho más porque sería extenderme demasiado. Creo que son mucho más válidas las citas que mis palabras pero el sólo trabajo de selección supone una postura, además de ser un humilde homenaje y, tales cosas, ya me dan satisfacción.

[1] “Entonces soy los pinos” en En lo más implacable de la noche, Antología Personal, Ed. Colihue.
[2] “Uno siempre está solo” (Op. Cit.)
[3] Rafael Fernández en Las formas del olvido, Ed. Artefato
[4] Julio Cortázar, Algunos pameos y otros prosemas, Ed. Plaza Janés.
[5] “Después”, (Op. Cit)

martes, 21 de abril de 2009

Posibles Haikus

Un ruiseñor
En una jaula olvidada
Vive muriendo.

Vive muriendo
Mi corazón
Encerrado en tu mirada

Así se muere
la llama de la razón
entre el amor


El árbol sabe
Que el hacha no es culpable
De su caída.

El tiempo mella
Con cada golpe al hacha;
Suena la muerte.

La mano apresa
Con firmeza el destino;
Tiempo y caída.

Todas las muertes
Detienen un instante
La eternidad.

A media noche,
En procesión de muerte,
Tu piel anhelo.

Serás deseo
Que corre por mis sábanas
Hasta ser mía.

Tu andar opaca
Mi saber ceniciento;
Eres poesía.

No será fácil
Ver tus miradas
Tras esa luna.

Eres la luna.
El mar entero obedece
Tus pretensiones.

sábado, 4 de abril de 2009

17 de marzo

17 de marzo dos mil nueve
hay que hecharle ácido a las heridas
azul a las miradas
siniestras descendencias
puntos suspensivos
estar a martes
tal vez miércoles será otra vida
anunciar en un punto el grito justo
saber dispararse
como un racimo del luz
se desprende el sol que es un tú
desde una mano hacia el túnel de otra mano
elijo sacrificar una palabra
al viento que a veces corre entre las tumbas

17 de marzo dos mil nueve
hay que hecharle ácido a los días
hay que clasificarse las costillas
hacinar los besos que me dabas
en el temido baúl de los recuerdos
tal vez morir
de vida clandestina

miércoles, 18 de marzo de 2009

Urgencia

Menos tus ojos
Todo es oscuro
Menos tus ojos
Todo lejano
Todo pasado

Menos tus ojos
Azul de mar en calma
Calma azul del mundo

Menos tus ojos
Todo es invierno
Todo es tiempo
Perdido
Todo es búsqueda
Menos tus ojos.

Urge la caricia
Abismal // siniestra
Desde una entraña hacia ese otro espacio plural
Tibio
Descastado
Urge el beso
La silueta
Los pies desnudos
En ritmo de ola
Urge
Y la urgencia descansa
En el verso

Nota aclaratoria: es mi deber decir que hace algunas horas me encontré con este poema de Miguel Hernández:

(59)
Menos tu vientre,
todo es confuso.
Menos tu vientre,
todo es futuro,
fugaz, pasado
baldío, turbio.

Menos tu vientre,
todo es oculto.

Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.

Menos tu vientre
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo.

No es fácil refutar este evidente plagio, pero, como nadie osó decirme nada (no creeré que ninguno de mis poquísmos, pero formados, lectores no se haya dado cuenta), aclararé algunas cuestiones que pueden servir de marco también conceptual para una (burda, pobre, todos esos adjetivos valen) teoría de las "influencias" literarias. No creo haber leído este poema recién ahora, seguramente lo conocí mucho antes y, es la única vuelta que le encuentro, quedó grabado en mi inconsciente, lo que hizo que, en alguno de mis ejercicios, emergiera como si yo (pobre de mí) lo hubiera elaborado, lo hubiera imaginado siquiera. Me pasó algo similar con un cuento: "La jaula", el cual se parece mucho (como un canto rodado a un diamante) a un cuento que, eso sí no olvido, leí sólo una vez en mi vida pero, mi memoria narrativa predomina sobre la poética, después de haber escrito aquel, y lo leí porque me avisaron que era igual, estoy hablando de "Una rosa para Emily" de W. Faulkner. Sí había leído algunos Faulkners, pero ese cuento no.
De todas formas, "Quién podrá condenarme...", dice Jorge Luís, sí he visto (he leído) ejemplos menos notables de todo esto de lo que hablo, citaré el último que, entre otras cosas, me deparó una discusión con una correctísima profesora de literatura incapaz de poner en tela de juicio a ningún escritor que publique en Alfaguara o Anagrama (eso tienen las editoriales con "A" sólo publican genios irrefutables), el caso es que, habiendo leído yo "El gaucho insufrible" comenté que era una pobre parodia de "El sur", del antecitado escritor (cómo estoy pa los neologismos eh) y que, aclarada por parte de su autor la intencionalidad del cuento, es decir a pesar de eso, no lograba nada, digámoslo académicamente, no lograba nada como la gente. También me pasó que hace unos días, en la nada menos que linda Feria del libro montevideana, tuve que bancarme a una señora leyendo un cuento que "retomaba" los días de encierro (y un diálogo con su conciencia, con su alter-ego, en fin), de Cervantes, antes de escribir el Quijote, y aquí se me disparan las ideas, ¡cuánta originalidad!, ya se me vienen a la cabeza tres cuentos, mucho más ilustres, que retoman la idea de ponerse en la piel del autor antes de publicar una gran obra. Por favor, ¿necesitamos volver a Cervantes?, si no hay ideas, ¿por qué no mejor dedicarse a leer y dejar a los que sí las tienen escribiendo libros? (no me pongo como un ejemplo de escritor puesto que por cada línea infeliz que escribo leo uno o dos libros). Podría citar a Cohelo (no se rasguen las vestiduras, lectores de best-sellers, no dejará de escribir porque yo lo enjuicie), y su gran novela El alquimista, frente a un cuento que, jeje, les toca a uds. descubrir.
Sirva esto como intento de redención.

sábado, 14 de marzo de 2009

San Petersburgo, 1907.

Raskolnikov se despertó aturdido, su cuarto seguía siendo el mismo, pero parecía que todo fuera extraño, hasta su cuerpo. Revisó sus movimientos y eran pesados, dolorosos, quizás estaba realmente enfermo como decían o quizás las largas horas de sueño no habían sido del todo reparadoras. Echó una rápida ojeada a su cuarto sucio, maloliente. Recordó que la empleada había dejado de limpiarlo hacía mucho tiempo, recordó también que su cuerpo necesitaba agua desde unos cuantos días. No sentía hambre pero le dolía el estómago como si hubiese vomitado las entrañas toda la noche. Recordó el transcurso de dos días sin probabar bocado. Su miedo era más fuerte. No podía bajar, no debía abandonar la habitación por forzoso que le fuera. El sobre debía estar por llegar. Sólo después de eso podría comenzar a gastar dinero sin que nadie sospechara nada. Hasta ese momento estaba atado. Buscó qué hacer, su cabeza intentó pensar en otra cosa pero su estómago y sus músculos le recordaban la peor noche de su patética vida. No podía dejar de pensar que el sobre podría tardar días en llegar y hasta ese entonces estaba atado. ¡Atado!, atado... la palabra le sonaba el mejor sinónimo de preso y no encontraba otra mejor para su situación. Estaba preso de sus actos, no iba a dejar de atormentarse por el resto de su vida pues su azaroso crimen había sido perfecto. Nunca nadie lo sospecharía y él cargaría solo con eso por siempre. Quizás con un cómplice todo hubiese sido más fácil pero solo era imposible de sobrellevar. No, no podría, necesitaba aflojarse el cinturón de la conciencia. Necesitaba volcar esa mancha invisible pero acusadora sobre alguien más, aunque fuera descubierto. Sólo si alguien más sabía de "aquello" podría soportarlo vivo. "Porque el crimen es mío mientras sólo yo lo sepa, luego, también recaerá en toda la humanidad. Porque el mundo me llevó a esto, porque así no soy yo el único culpable" Necesitaba descargar su peso, volver a ser parte del mundo. Necesitaba descansar. El crimen ya estaba hecho, ahora necesitaba el castigo.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Literatura de autoayuda y best-sellers. Tomo II

Este artículo se llamó Literatura de autoayuda y best-sellers porque, hoy día, prácticamente una cosa implica, o lleva a la otra.
¿Por qué se consume esta literatura?
¿Es literatura esta “literatura”?
¿Qué tiene de malo ser o no ser un best-seller?

Es indiscutible que existen varías razones que fomentan el consumo de esta literatura de corte psico-terapéutica. Por un lado el grado masivo de abandono o despersonalización a la que asistimos, principalmente en las metrópolis, considerando que Uruguay es un poroto en el mercado (respecto a esto el director de una editorial argentina que hace muy poco comenzó a exportar sus libros hacía el lado oriental dijo que estaba contento porque Uruguay consumiría tanto como Mendoza o Córdoba). Vuelvo al tema, otro factor, no menos importante es el marketing que está volcado casi en forma unánime a estos Frankensteins de la literatura y que, a quien no esté del todo informado, puede hacer pensar que eso es lo único que se está publicando o lo único que es correcto leer a esta altura de la evolución literaria. Marketing y necesidad, no sé quién realiza el llamado y quién contesta.
Por último está el grado de capacidad lectora e interpretativa que tenemos. Ya no se educa para leer sino aquello que está muy claro. Incluso lo que muchas veces está muy claro se presta, por incapacidad no por vuelo intelectual, a interpretaciones de lo más disparatadas que ameritan -pobres editores consagrados al oficio del enriquecimiento cultural- índices o códigos de lectura que se venden aparte. Es decir que, por un lado tenemos “El código Da Vinci” y sus posteriores libros analítico-interpretativos o guías para su cabal comprensión. Por otro, podría citar un ejemplo notable de esto cuya función sí es enriquecedora, el libro “El ojo Dindymenio” adjunta su “Guía de lectura y léxico de la novela El ojo Dindymenio” del uruguayo Daniel Chavaría; guía de nombres a tener en cuenta. Entiendo que esto es correcto cuando es necesario, cuando el grado de dificultad o el alejamiento epistemológico es tal que no le permita al lector inferir, sacar sus propias conclusiones o, magnánima palabra, pensar. Pero imagínese usted ante una guía para la comprensión de “Cien años de Soledad”. Absurdo. Sin embargo, quién no ha visto la undécima edición del código para interpretar el código del Código Da Vinci. Notable.
Por otro lado, ya brindé mi opinión con respecto al producto pero, como vivimos en una época en que ser contradictorio es lo correcto, diré que una de las definiciones que, en Teoría Literaria, más me ha colmado acerca de qué es la literatura es la siguiente: literatura es aquello que en determinada época y por un conjunto más o menos importante de gente es tomada como tal. Así que, actualmente, no hay una forma más evidente de literaturnost que la que pueda desprenderse del análisis de Paulo Coelho, Jorge Bucay, Brian Weiss por citar algunos de los más conocidos en nuestro medio. Quedaría resuelta así, con muy poco y a mi entender muy insatisfactoriamente, la cuestión de la inscripción de tales libros en el orbe de la Literatura. Confieso que he leído algunas páginas de estos tres mencionados y sólo logré terminar de leer “El alquimista”. Una novela de búsqueda personal que puede (podría, si el autor hubiera querido profundizar en trama, en psicología y en el drama de la existencia humana, ni hablemos de símbolos) compararse, por ejemplo, a “El juego de los abalorios” de Hermann Hesse, Nobel de Literatura en 1946. No se rasgue las vestiduras, si usted es un intelectual, después de lo que he dicho; “El alquimista” podría haber sido una obra de tal calidad.
¿Leyó usted “El alquimista”? Bien. ¿Leyó usted “El juego de los abalorios”? Entonces usted mismo está en condiciones de ponerse a discutir qué tiene de malo ser o no ser un best-seller. Hágalo.

sábado, 14 de febrero de 2009

Literatura de autoayuda y best-sellers. Tomo I

Creo que caeré en la tentación de narrar, por momentos esto puede convertirse en un cuento; no se asuste el lector, no lo es.

Yo vivo desde hace tres años en Montevideo, ciudad que me ha aceptado como su habitante y a la cual he aprendido a torear, aunque sin capa ni espada. Uno de los enfrentamientos que más asiduamente encaro es el del transporte y como no tengo, aún, mi propio medio me valgo del ómnibus. En ese espacio siempre tiene uno tiempo para pensar, si así lo desea, observar la conducta de los demás o, último caso de locura literaria, intentar imaginar la historia de aquellos que son, circunstancialmente, nuestros compañeros de viaje.

Una de las cosas que más me llamó la atención de mis fortuitos compañeros de viaje, y que luego aprendí a realizar, fue la capacidad de leer y concentrarse en la lectura, claro que para esto casi todo el mundo cuenta con más de treinta o cuarenta minutos por viaje, si es que realiza uno solo; yo cuento, actualmente, con una hora en cada uno de los cuatro viajes (mínimo) que realizo por día.

En fin, el día de hoy elegí (como siempre que se me presenta la oportunidad de hacerlo) sentarme al lado de una señora que iba leyendo. Yo también tenía mi librito dentro del bolso junto con otros papeles pero preferí husmear, un poco de costado y con disimulo, lo que leía la señora. Con subtítulos como No se te olvide decir te amo, o A querer queriendo… y otras vueltas más de lo mismo entendí que el libro de la señora era de autoayuda. Esperé el momento oportuno y me hice del título del libro que era algo así como Consejos para amar o cosa parecida.

Con la finalidad de criticar un poco, lo que ya me he dedicado a criticar mucho, revisé en mi memoria los libros que había leído cuyo referente fuera el amor presentado no como mera narración, porque ya se me había ocurrido pensar en “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, así que abandonado el nombre de Carver, comencé a recodar un poco de filosofía. Ahí estaba “El arte de amar” de Ovidio, “El arte de amar” de Fromm, y por último logré recordar “El amor, las mujeres y la muerte”.

Tanto el libro de Ovidio como el de Fromm son bastante pequeños para cualquiera, pero tanto más pequeño es el de Schopenhauer donde, además, El amor, es sólo un capítulo del mismo. A esta altura estaba discutiendo, íntimamente por supuesto, un poco entre estas tres sus posturas con respecto al amor cuando se me ocurrió juntar los tres libros y comparar el resultado con este que tenía la señora a mi lado. Estoy seguro que de la sumatoria no hubiese obtenido ni un cuarto del que la señora llevaba en la mano; algo más grande que “Cien años de Soledad”, se me ocurrió pensar. En mi edición, Schopenhauer le dedica 45 pags. al tema, Erich Fromm un poco más de cien y mi Ovidio llega, sin las notas, a unas 115.

¿Será que aquel señor sabe tanto del amor? o ¿propuso una síntesis y, a su vez, un estudio comparativo de diversos autores que se han pronunciado en torno a este tema a lo largo de la historia?, ¿será que esta clase de autores gozan de una clarividencia que yo, pobre de mí, no alcanzo a vislumbrar? o ¿será que su editorial le paga por página a pesar de…?

Seguramente sabe mucho y yo prefiero no nombrarlo, puede que a su mansión en el primer mundo le lleguen noticias de este artículo y decida enfadarse conmigo por citar algunas fuentes que sus lectores, ávidos de reflexionar, contraponer posturas y ampliar horizontes literarios, puedan conseguir, seguramente a precios mucho más accesibles que los suyos.

sábado, 24 de enero de 2009

LOS AMANTES

Los amantes ricos se desnudan completamente, dejan sus celulares, el pen drive, mp3 ó 4 sobre la mesa.

Los amantes pobres también se desnudan, un poco, dejan sus pretensiones por el piso o en cualquier lugar donde se pueda apoyar algo.

Los amantes ricos tienen sábanas limpias, perfumadas, aire acondicionado y televisión por cable con canales porno decodificados.

Los amantes pobres tienen el piso o cualquier lugar donde puedan apoyarse.

Los amantes ricos tienen muchas cosas, músicas en que siempre se aguardaban.

Los pobres tienen el sonido típico del lugar que hayan elegido para revolcarse un poco en el piso.

Pero… si usted creyó que yo iba a caer en el lugar común tras ese pero e iba a escribir acerca del amor por sobre todas las cosas estaba en lo cierto, entonces… pero:

a los amantes ricos les suena el celular con ringtons polifónicos y aúllan en su transcurso como (ah no, eso sería plagio, el segundo en tan corto texto), entonces tienen que atender y es el jefe que es más jefe que él o el marido de ella que vuelve del viaje antes de tiempo.

a los amantes pobres les pica mucho la piel, a pesar de lo curtido, porque en ese lugar que eligieron para apoyarse descansan los perros callejeros.

Y se tienen que despedir, los amantes ricos y los amantes pobres porque hoy en día todo es tan complicado.