miércoles, 25 de febrero de 2009

Literatura de autoayuda y best-sellers. Tomo II

Este artículo se llamó Literatura de autoayuda y best-sellers porque, hoy día, prácticamente una cosa implica, o lleva a la otra.
¿Por qué se consume esta literatura?
¿Es literatura esta “literatura”?
¿Qué tiene de malo ser o no ser un best-seller?

Es indiscutible que existen varías razones que fomentan el consumo de esta literatura de corte psico-terapéutica. Por un lado el grado masivo de abandono o despersonalización a la que asistimos, principalmente en las metrópolis, considerando que Uruguay es un poroto en el mercado (respecto a esto el director de una editorial argentina que hace muy poco comenzó a exportar sus libros hacía el lado oriental dijo que estaba contento porque Uruguay consumiría tanto como Mendoza o Córdoba). Vuelvo al tema, otro factor, no menos importante es el marketing que está volcado casi en forma unánime a estos Frankensteins de la literatura y que, a quien no esté del todo informado, puede hacer pensar que eso es lo único que se está publicando o lo único que es correcto leer a esta altura de la evolución literaria. Marketing y necesidad, no sé quién realiza el llamado y quién contesta.
Por último está el grado de capacidad lectora e interpretativa que tenemos. Ya no se educa para leer sino aquello que está muy claro. Incluso lo que muchas veces está muy claro se presta, por incapacidad no por vuelo intelectual, a interpretaciones de lo más disparatadas que ameritan -pobres editores consagrados al oficio del enriquecimiento cultural- índices o códigos de lectura que se venden aparte. Es decir que, por un lado tenemos “El código Da Vinci” y sus posteriores libros analítico-interpretativos o guías para su cabal comprensión. Por otro, podría citar un ejemplo notable de esto cuya función sí es enriquecedora, el libro “El ojo Dindymenio” adjunta su “Guía de lectura y léxico de la novela El ojo Dindymenio” del uruguayo Daniel Chavaría; guía de nombres a tener en cuenta. Entiendo que esto es correcto cuando es necesario, cuando el grado de dificultad o el alejamiento epistemológico es tal que no le permita al lector inferir, sacar sus propias conclusiones o, magnánima palabra, pensar. Pero imagínese usted ante una guía para la comprensión de “Cien años de Soledad”. Absurdo. Sin embargo, quién no ha visto la undécima edición del código para interpretar el código del Código Da Vinci. Notable.
Por otro lado, ya brindé mi opinión con respecto al producto pero, como vivimos en una época en que ser contradictorio es lo correcto, diré que una de las definiciones que, en Teoría Literaria, más me ha colmado acerca de qué es la literatura es la siguiente: literatura es aquello que en determinada época y por un conjunto más o menos importante de gente es tomada como tal. Así que, actualmente, no hay una forma más evidente de literaturnost que la que pueda desprenderse del análisis de Paulo Coelho, Jorge Bucay, Brian Weiss por citar algunos de los más conocidos en nuestro medio. Quedaría resuelta así, con muy poco y a mi entender muy insatisfactoriamente, la cuestión de la inscripción de tales libros en el orbe de la Literatura. Confieso que he leído algunas páginas de estos tres mencionados y sólo logré terminar de leer “El alquimista”. Una novela de búsqueda personal que puede (podría, si el autor hubiera querido profundizar en trama, en psicología y en el drama de la existencia humana, ni hablemos de símbolos) compararse, por ejemplo, a “El juego de los abalorios” de Hermann Hesse, Nobel de Literatura en 1946. No se rasgue las vestiduras, si usted es un intelectual, después de lo que he dicho; “El alquimista” podría haber sido una obra de tal calidad.
¿Leyó usted “El alquimista”? Bien. ¿Leyó usted “El juego de los abalorios”? Entonces usted mismo está en condiciones de ponerse a discutir qué tiene de malo ser o no ser un best-seller. Hágalo.

sábado, 14 de febrero de 2009

Literatura de autoayuda y best-sellers. Tomo I

Creo que caeré en la tentación de narrar, por momentos esto puede convertirse en un cuento; no se asuste el lector, no lo es.

Yo vivo desde hace tres años en Montevideo, ciudad que me ha aceptado como su habitante y a la cual he aprendido a torear, aunque sin capa ni espada. Uno de los enfrentamientos que más asiduamente encaro es el del transporte y como no tengo, aún, mi propio medio me valgo del ómnibus. En ese espacio siempre tiene uno tiempo para pensar, si así lo desea, observar la conducta de los demás o, último caso de locura literaria, intentar imaginar la historia de aquellos que son, circunstancialmente, nuestros compañeros de viaje.

Una de las cosas que más me llamó la atención de mis fortuitos compañeros de viaje, y que luego aprendí a realizar, fue la capacidad de leer y concentrarse en la lectura, claro que para esto casi todo el mundo cuenta con más de treinta o cuarenta minutos por viaje, si es que realiza uno solo; yo cuento, actualmente, con una hora en cada uno de los cuatro viajes (mínimo) que realizo por día.

En fin, el día de hoy elegí (como siempre que se me presenta la oportunidad de hacerlo) sentarme al lado de una señora que iba leyendo. Yo también tenía mi librito dentro del bolso junto con otros papeles pero preferí husmear, un poco de costado y con disimulo, lo que leía la señora. Con subtítulos como No se te olvide decir te amo, o A querer queriendo… y otras vueltas más de lo mismo entendí que el libro de la señora era de autoayuda. Esperé el momento oportuno y me hice del título del libro que era algo así como Consejos para amar o cosa parecida.

Con la finalidad de criticar un poco, lo que ya me he dedicado a criticar mucho, revisé en mi memoria los libros que había leído cuyo referente fuera el amor presentado no como mera narración, porque ya se me había ocurrido pensar en “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, así que abandonado el nombre de Carver, comencé a recodar un poco de filosofía. Ahí estaba “El arte de amar” de Ovidio, “El arte de amar” de Fromm, y por último logré recordar “El amor, las mujeres y la muerte”.

Tanto el libro de Ovidio como el de Fromm son bastante pequeños para cualquiera, pero tanto más pequeño es el de Schopenhauer donde, además, El amor, es sólo un capítulo del mismo. A esta altura estaba discutiendo, íntimamente por supuesto, un poco entre estas tres sus posturas con respecto al amor cuando se me ocurrió juntar los tres libros y comparar el resultado con este que tenía la señora a mi lado. Estoy seguro que de la sumatoria no hubiese obtenido ni un cuarto del que la señora llevaba en la mano; algo más grande que “Cien años de Soledad”, se me ocurrió pensar. En mi edición, Schopenhauer le dedica 45 pags. al tema, Erich Fromm un poco más de cien y mi Ovidio llega, sin las notas, a unas 115.

¿Será que aquel señor sabe tanto del amor? o ¿propuso una síntesis y, a su vez, un estudio comparativo de diversos autores que se han pronunciado en torno a este tema a lo largo de la historia?, ¿será que esta clase de autores gozan de una clarividencia que yo, pobre de mí, no alcanzo a vislumbrar? o ¿será que su editorial le paga por página a pesar de…?

Seguramente sabe mucho y yo prefiero no nombrarlo, puede que a su mansión en el primer mundo le lleguen noticias de este artículo y decida enfadarse conmigo por citar algunas fuentes que sus lectores, ávidos de reflexionar, contraponer posturas y ampliar horizontes literarios, puedan conseguir, seguramente a precios mucho más accesibles que los suyos.