¿Por qué se consume esta literatura?
¿Es literatura esta “literatura”?
¿Qué tiene de malo ser o no ser un best-seller?
Es indiscutible que existen varías razones que fomentan el consumo de esta literatura de corte psico-terapéutica. Por un lado el grado masivo de abandono o despersonalización a la que asistimos, principalmente en las metrópolis, considerando que Uruguay es un poroto en el mercado (respecto a esto el director de una editorial argentina que hace muy poco comenzó a exportar sus libros hacía el lado oriental dijo que estaba contento porque Uruguay consumiría tanto como Mendoza o Córdoba). Vuelvo al tema, otro factor, no menos importante es el marketing que está volcado casi en forma unánime a estos Frankensteins de la literatura y que, a quien no esté del todo informado, puede hacer pensar que eso es lo único que se está publicando o lo único que es correcto leer a esta altura de la evolución literaria. Marketing y necesidad, no sé quién realiza el llamado y quién contesta.
Por último está el grado de capacidad lectora e interpretativa que tenemos. Ya no se educa para leer sino aquello que está muy claro. Incluso lo que muchas veces está muy claro se presta, por incapacidad no por vuelo intelectual, a interpretaciones de lo más disparatadas que ameritan -pobres editores consagrados al oficio del enriquecimiento cultural- índices o códigos de lectura que se venden aparte. Es decir que, por un lado tenemos “El código Da Vinci” y sus posteriores libros analítico-interpretativos o guías para su cabal comprensión. Por otro, podría citar un ejemplo notable de esto cuya función sí es enriquecedora, el libro “El ojo Dindymenio” adjunta su “Guía de lectura y léxico de la novela El ojo Dindymenio” del uruguayo Daniel Chavaría; guía de nombres a tener en cuenta. Entiendo que esto es correcto cuando es necesario, cuando el grado de dificultad o el alejamiento epistemológico es tal que no le permita al lector inferir, sacar sus propias conclusiones o, magnánima palabra, pensar. Pero imagínese usted ante una guía para la comprensión de “Cien años de Soledad”. Absurdo. Sin embargo, quién no ha visto la undécima edición del código para interpretar el código del Código Da Vinci. Notable.
Por otro lado, ya brindé mi opinión con respecto al producto pero, como vivimos en una época en que ser contradictorio es lo correcto, diré que una de las definiciones que, en Teoría Literaria, más me ha colmado acerca de qué es la literatura es la siguiente: literatura es aquello que en determinada época y por un conjunto más o menos importante de gente es tomada como tal. Así que, actualmente, no hay una forma más evidente de literaturnost que la que pueda desprenderse del análisis de Paulo Coelho, Jorge Bucay, Brian Weiss por citar algunos de los más conocidos en nuestro medio. Quedaría resuelta así, con muy poco y a mi entender muy insatisfactoriamente, la cuestión de la inscripción de tales libros en el orbe de la Literatura. Confieso que he leído algunas páginas de estos tres mencionados y sólo logré terminar de leer “El alquimista”. Una novela de búsqueda personal que puede (podría, si el autor hubiera querido profundizar en trama, en psicología y en el drama de la existencia humana, ni hablemos de símbolos) compararse, por ejemplo, a “El juego de los abalorios” de Hermann Hesse, Nobel de Literatura en 1946. No se rasgue las vestiduras, si usted es un intelectual, después de lo que he dicho; “El alquimista” podría haber sido una obra de tal calidad.
¿Leyó usted “El alquimista”? Bien. ¿Leyó usted “El juego de los abalorios”? Entonces usted mismo está en condiciones de ponerse a discutir qué tiene de malo ser o no ser un best-seller. Hágalo.