domingo, 2 de enero de 2011

Despedidas

Mario está aburrido en su trabajo y piensa. Luego, extrañamente se empieza a despedir. Manda mensajes, después de pensar otro rato:
«Sos una buena persona, te lo quería decir».
Y la respuesta:
«Gracias, pero qué pasó?»
«Nada, me dieron ganas de decírtelo, quizás porque me voy a morir»
Le escribe a unos cuantos amigos y conocidos. Podemos omitir las demás respuestas. El caso es que se va para su casa, escucha música, quizás se toma un whisky y, acostado, mira tele hasta tarde. Podríamos decir también que esa noche no se conforma con los programas habituales, prefiere en cambio un documental, algo histórico, de esos donde se recrean batallas y se explican porqué ganaron unos, porqué perdieron otros.
No se duerme y decide bajar hasta la puerta de calle; allí mira la calle desierta, húmeda, brillosa como siempre en la noche, poco movimiento. Mira y, parado en la puerta, sí se conforma con lo de siempre. Entra, sube las escaleras, se atrinchera en su apartamento como con tristeza, toma agua antes de volver a acostarse.
Al otro día todo ha cambiado, aunque parece un día normal, sin lluvia ni nubes pero es como si al sol le hubieran bajado las cortinas o lo hubiesen barnizado. El celular, que anoche estaba atestado de mensajes hoy está vacío, sin señal. Abajo, la calle es gris como debería, pero seca, parece que se escapara polvo de entre sus rajaduras.
Mario va hasta la esquina de su casa, donde hay una plazoleta y un banco y recién, cuando está sentado, se da cuenta que hay gente, que oye todo como en un rumor ronco y mira y sigue sentado.