domingo, 31 de octubre de 2010

“Rodríguez”, otra lectura.


Son en verdad abundantes los estudios y comentarios que los profesores e investigadores de la literatura dedican al gran cuento de Espínola pero ninguno menos prescindible que aquel cargado de conceptos, teorías y certezas que en lugar de motivar la lectura, la entristecen.
En un ensayo titulado “El falso problema de Ugolino”, Borges propone que la felicidad de la literatura está en saber promover posibilidades, “los versos son felices porque son ambiguos” sentenciaba.
Hace unos días que estoy trabajando con el cuento mencionado y entre mi grupo de jóvenes alumnos expongo siempre la gran posibilidad que tiene el lector de suponer, de intuir, incluso de imaginar ciertas ideas que forman parte intrínseca de nuestras capacidades, conocimientos e incluso miedos.
Pero más de una vez he enfrentado casos en los cuales estas capacidades se ven coartadas por personas que no tienen seguramente la capacidad de imaginar mucho más y cierran, como a sus libros, las tapas de la imaginación de los demás y se dedican a explicar hechos, literatura, que hasta el momento (y seguramente a pesar de) ha sobrevivido sin ellos. Me refiero a todos aquellos profesores que se dedican a “enseñar” la literatura como si esta fuese un objeto que se toma solamente desde el frente. Cada vez que leo “explicaciones” de cuentos o poemas entiendo por qué esos mismos profesores aún seguirán mirando horas de televisión y escribiendo cada vez menos libros propios.
Entonces, llego a mis conclusiones con respecto al cuento. ¿Por qué decir explícitamente en el primer enunciado de un estudio sobre “Rodríguez” que el desconocido es el “mismísimo diablo”? Sería más o menos lo mismo que decir que Gregorio se convirtió un día en una cucaracha, con tal o cuales características físicas, sin divisar al menos un pretérito en la historia. O peor aún, decir que aquel “Esteban”, ese ahogado hermoso, era simplemente una metáfora de la propia fe y fuerza espiritual de cambio que nació desde los más inocentes y se fue contagiando hasta, increíblemente, transformar a los más duros y fríos. ¿Y dónde queda el misterio y la magia? La imaginación cada vez menos volátil nos hace, de esta forma, olvidar que la vida aún puede ser más que “mágica” en ocasiones especiales.
Trataré de exponer alguna alternativa, que, seguramente, también habrá pasado por la cabeza de más de un explicador de la literatura. De lo contrario aquí la dejo, consciente de que no es, ni debe ser, la última.
Supongamos por ejemplo: ¿qué hubiese pasado si, en vez del “mismísimo Diablo”, “el otro” (mención indefinida que va variando a lo largo del relato pero que nunca, repito nunca, se expresa con mayor exactitud) hubiese sido nada más que un mentiroso locuaz, un ilusionista, un "mago" (adelantado tal vez) de la misma talla de esos que hoy salen a la calle a “asombrar” o “maravillar” a los incautos con sus poderes psíquicos o faquirísticos (término inventado especialmente) dejando pasmado, comprando a más de uno con imágenes que aparecen, desaparecen o se transforman en un santiamén? Retomo. ¿Qué hubiese pasado en ese caso? ¿El cuento no hubiese podido explicarse? Tal vez sí. Tal vez podríamos haber dicho que el otro ofrecía una ilusión, una mentira, y Rodríguez, sin perder más que su tiempo (que también es importante para alguien que se dirige hacia algún lugar) se hubiera ido del paso tan o más vacío que antes, tan lo mismo, tan sí mismo. ¿No es acaso “el todo y la nada” también un posible tema literario? Porque es importante, claro está, saber que es peligroso tener, o creer que se tiene, sin haber hecho más que abrir la boca, pero también es importante saber que es igual de peligroso perder el tiempo con charlatanes que, en definitiva, no cambiarán en nada nuestra vida pero nos harán perder más de un minuto de nuestro incesante tiempo.
Rodríguez también permanecería impertérrito ante un ilusionista, pues su tiempo es lo más valioso, y no quiere perderlo con extraños. ¿No es esta una buena posibilidad?
En conclusión, no debemos postular ningún libertinaje interpretativo, pero tampoco aceptar sin mayor crítica, como única proyección arraigada e impertinente, algo sobre aquello en lo que, con seguridad, ni el autor hubiese querido dar una aseveración exacta. El cuento gana por sus posibilidades, por su amplio sentido connotativo y no al revés. No podemos asegurar, ni deberíamos querer hacerlo, una única interpretación que sacrifique las demás posibilidades que, si nos animamos a buscarlas, irán apareciendo, como objetos que salen de esa galera "mágica" que es la literatura.