Creo que caeré en la tentación de narrar, por momentos esto puede convertirse en un cuento; no se asuste el lector, no lo es.
Yo vivo desde hace tres años en Montevideo, ciudad que me ha aceptado como su habitante y a la cual he aprendido a torear, aunque sin capa ni espada. Uno de los enfrentamientos que más asiduamente encaro es el del transporte y como no tengo, aún, mi propio medio me valgo del ómnibus. En ese espacio siempre tiene uno tiempo para pensar, si así lo desea, observar la conducta de los demás o, último caso de locura literaria, intentar imaginar la historia de aquellos que son, circunstancialmente, nuestros compañeros de viaje.
Una de las cosas que más me llamó la atención de mis fortuitos compañeros de viaje, y que luego aprendí a realizar, fue la capacidad de leer y concentrarse en la lectura, claro que para esto casi todo el mundo cuenta con más de treinta o cuarenta minutos por viaje, si es que realiza uno solo; yo cuento, actualmente, con una hora en cada uno de los cuatro viajes (mínimo) que realizo por día.
En fin, el día de hoy elegí (como siempre que se me presenta la oportunidad de hacerlo) sentarme al lado de una señora que iba leyendo. Yo también tenía mi librito dentro del bolso junto con otros papeles pero preferí husmear, un poco de costado y con disimulo, lo que leía la señora. Con subtítulos como No se te olvide decir te amo, o A querer queriendo… y otras vueltas más de lo mismo entendí que el libro de la señora era de autoayuda. Esperé el momento oportuno y me hice del título del libro que era algo así como Consejos para amar o cosa parecida.
Con la finalidad de criticar un poco, lo que ya me he dedicado a criticar mucho, revisé en mi memoria los libros que había leído cuyo referente fuera el amor presentado no como mera narración, porque ya se me había ocurrido pensar en “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, así que abandonado el nombre de Carver, comencé a recodar un poco de filosofía. Ahí estaba “El arte de amar” de Ovidio, “El arte de amar” de Fromm, y por último logré recordar “El amor, las mujeres y la muerte”.
Tanto el libro de Ovidio como el de Fromm son bastante pequeños para cualquiera, pero tanto más pequeño es el de Schopenhauer donde, además, El amor, es sólo un capítulo del mismo. A esta altura estaba discutiendo, íntimamente por supuesto, un poco entre estas tres sus posturas con respecto al amor cuando se me ocurrió juntar los tres libros y comparar el resultado con este que tenía la señora a mi lado. Estoy seguro que de la sumatoria no hubiese obtenido ni un cuarto del que la señora llevaba en la mano; algo más grande que “Cien años de Soledad”, se me ocurrió pensar. En mi edición, Schopenhauer le dedica 45 pags. al tema, Erich Fromm un poco más de cien y mi Ovidio llega, sin las notas, a unas 115.
¿Será que aquel señor sabe tanto del amor? o ¿propuso una síntesis y, a su vez, un estudio comparativo de diversos autores que se han pronunciado en torno a este tema a lo largo de la historia?, ¿será que esta clase de autores gozan de una clarividencia que yo, pobre de mí, no alcanzo a vislumbrar? o ¿será que su editorial le paga por página a pesar de…?
Seguramente sabe mucho y yo prefiero no nombrarlo, puede que a su mansión en el primer mundo le lleguen noticias de este artículo y decida enfadarse conmigo por citar algunas fuentes que sus lectores, ávidos de reflexionar, contraponer posturas y ampliar horizontes literarios, puedan conseguir, seguramente a precios mucho más accesibles que los suyos.
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