En el principio fue el título.
¿Qué nos ofrece Milán? ¿Una
disyuntiva antipoética entre el ser y la nada, un corte de carne profundamente
material y mal necesario contra ese vacío que de solo evocarlo llena de significados,
una broma metafísica?
No. Milán nos ofrece una baja factura poética sumada a una
ausencia (¿premeditada?) de contenido. La lectura de este libro se vuelve
tediosa después del descubrimiento de un mecanismo de antipoesía demasiado
complicado, no complejo sino complicado. Muchos poemas parecen ejercicios donde
se llega a ser complejo a fuer de oscuro sin lograr nunca, o casi nunca, al
menos una tenue comunicación. Es tan difícil establecer algún vínculo, alguna
empatía con versos como:

«también el poema debe ser
liberado
liberado del pozo de sí mismo
al que cae asomado al asombro
de verse
cualquier poema, liberado
Faray un vers de dreyt nien
Paterson, So much
depends
Perch’i’ no spero di
tornar giammai
ballatetta
In Toscana
Antipoemas, Cantares,
Trilce
nada menos feliz que un sin
afecto
sin, otra vez, el amparo
natural
bañados, el crepúsculo al fin
rojo
el cuerpo inmediato del amor
nada más que un poema infeliz
[…]» (pág. 15)
A excepción de la primera estrofa todo lo demás parece
corresponder a un desaire que propiciara Borges, hace ya unos cuantos años, con
respecto a una innovación que ya había dejado de ser tal, «Una de las coqueterías literarias de nuestro tiempo es la metódica y
ansiosa elaboración de obras de apariencia caótica. Simular el desorden,
construir difícilmente un caos, usar la inteligencia para obtener los efectos
de la casualidad…» (De la Vida Literaria).
Sabemos que este libro de Milán estuvo dentro de los
ternados, en la feria del libro, por la Cámara Uruguaya del Libro y que
el mismo autor ha construido una sólida reputación de poeta con sus entregas
anteriores pero, de todas formas, esta sigue pereciéndonos de difícil acceso y
tediosa lectura. Quizás el poema de más sostenido aliento sea el de la página
77, cuyo comienzo sin rebusques ni ornamentos marca el tono elevado, dentro de
una acordada antipoesía, que rige los versos hasta el final y que lo convierte
en una pieza de consistente reciedumbre poética que, a su vez, parece
establecer un digno juego de espejos donde el propio autor se autocuestiona:
«yo sé que vos sos Nicanor
Parra
pero vos no sos Nicanor Parra,
loco»
Se hace difícil decir más y, tal vez, no sea necesario, para muestra basta un botón.
(MILAN, Eduardo. Vacío,
nombre de una carne. HUM, Montevideo, 2010)