Me gusta recordar una imagen cuando quiero entender qué es un poeta: Un hombre está escribiendo sus versos y frente a él hay un espejo; y en el reflejo está su figura, pero también está la de todos nosotros.
Me gusta recordar también lo que decía Faulkner, soy narrador porque no puedo ser poeta, pero muchas veces me descubro en los versos de otro. No siempre sucede, pero cuando sucede parece que ese otro sabe de mí más que yo mismo.
Relataré una anécdota, que también relaté en Salto cuando Rafael presentó exitosamente su libro, y que me ayuda a dar un vistazo sobre cómo descubro o cómo me descubre su poesía.
La primera vez que fui al museo Blanes, en el año 2006, cuando me mudé a Montevideo, comencé el recorrido por el lado que parece ser el habitual. Uno entra al museo y a la derecha está la sala Pedro Figari, una sala pequeña, con pocos cuadros en realidad. El asunto es que entré a la sala, recorrí más o menos rápidamente los cuadros y seguí mi recorrido. En la segunda puerta de la sala, la que lleva a la siguiente, había un curador, y antes de que yo abandonara la sala me di cuenta que me miraba como con ganas de decirme algo. Entonces me acerqué y le dije (Así con cara de sospechar algo): Usted me quiere decir algo, ¿no? El hombre se rió y me dijo que sí.
Entonces me preguntó si yo ya había estado en el museo. Yo le tuve que contestar que no. Y ahí se rió de nuevo, cualquiera pensaría que se mandó una macana y el hombre se está burlando, pero no. Me preguntó si había visto los cuadros de Figari. Y yo le dije que “sí”, ya como dudando. Y luego me preguntó si realmente había visto los cuadros. Y ahí le tuve que hacer otra cara.
Bueno, me dijo el hombre. Vos fijate que Figari puede parecer impreciso, no hay formas bien delimitadas (recordemos que algunos lo ubican como post-impresionista), pero hay algo más, dijo él.
Mirá de nuevo. Había una casa con un árbol. Mirá el árbol, por ejemplo, en la copa ¿qué ves?, y a mí, perdonen mi pobreza imaginativa, se me pareció mucho a una nube. Bueno, cada cual ve lo que ve, pero lo curioso, es que cada observador ve cosas diferentes. Ve cosas “escondidas” en sus cuadros y casi todo el mundo termina viéndolas, a veces muy parecidas, o a veces disparates como mi nube verde.
Hay en Figari caras en las piedras, hasta dos yacarés vi, uno en una nube y otro en una enramada verde sobre un patio. Busquen ustedes mismo los cuadros sobre La pampa, o los Potros en la pampa y después me dicen.
A veces uno ve lo que quiere ver, pero el artista, el verdadero artista es el que permite esas ambigüedades. El artista verdadero es el que despierta la imaginación, no el que la aprisiona.
Yo creo que viene a cuento todo esto porque la poesía de Rafael, entremos ahora en el tema, permite esas sugerencias, ese despertar de la imaginación.
Tomaré un solo ejemplo pues ya podrán leer por ustedes mismos el libro.
Elegí este poema por predilección, para apoyarme en algo concreto:
una cárcel de labios
hizo para mis ojos
una danza de piedras y de lanzas
nublaba los relojes
me cerraba los puños
para deshacer mármoles y héroes
tenía ejércitos en la sangre
prontos para ejecutar traidores
y yo detrás de su boca
-mi bandera húmeda -
formado para la pelea
pero sigilosa la noche en su trinchera
colocaba un guante de terciopelo
y la boca se le llenaba de algodones
se derretían las lanzas en un vino dulce
que invitaba al beso
lentamente el puño se hacía ofrenda
para modelar una arcilla de suspiros
así cada noche
frente a frente
tallamos los contornos y las cicatrices
hasta cincelar -sincerar-
unos nombres
Lo primero que me viene a la cabeza es la idea del amor como una batalla. El poeta entiende que en el amor siempre hay dos rivales.
Tenemos como ejemplo los cuadros, Los amantes de René Magritte, donde el hombre y la mujer se besan a través de sus máscaras, se besan pero no saben a quién están besando, ambos esconden algo, ambos tienen sus murallas. En el amor hay velos que nunca nos sacamos. Recuerdo también un verso de una canción: “que no quede intacto ni un poro en la batalla…”, dice Aute, y recuerdo el famoso título de Aleixandre: “espadas como labios”.
Pero esto es sólo el comienzo. Que conste que estoy señalando lo que a mí me sugiere el poema:
una cárcel de labios
hizo para mis ojos
una danza de piedras y de lanzas
nublaba los relojes
me cerraba los puños
para deshacer mármoles y héroes
tenía ejércitos en la sangre
prontos para ejecutar traidores
y yo detrás de su boca
-mi bandera húmeda -
formado para la pelea
El poema parece seguir la preceptiva de Ovidio, se vislumbra un ars amatorio, es decir un arte de amar. Dice Ovidio, en ese maravilloso libro didáctico que pretendió enseñar a los varones romanos la forma de conquistar a su amor, e incluso a la criada de su amor (lástima que no leí este libro antes), dice Ovidio: “En el amor no basta atacar; hay que tomar la plaza.” La idea de la batalla está clara. El amor suaviza los puños que deshacían “mármoles y héroes”. Schopenhauer parece olvidarse de todo esto cuando, con respecto al amor, dice: “sólo se trata de que cada macho se ayunte con su hembra”, pero luego, muchas páginas más adelante, y hablando ahora sobre la muerte, dice: “El amor es la compensación de la muerte, su correlativo esencial; se neutralizan, se suprimen el uno al otro.”
Es un inicio poco prometedor para el amor:
pero sigilosa la noche en su trinchera
colocaba un guante de terciopelo
y la boca se le llenaba de algodones
se derretían las lanzas en un vino dulce
que invitaba al beso
lentamente el puño se hacía ofrenda
para modelar una arcilla de suspiros
Aparece entonces un elemento determinante, la noche. Creo que aquí está lo esencial del poema, no en la personificación de la noche, sino en la sutil relación de dependencia entre el amor, entre la necesidad de amar y la noche que da permiso y “coloca un guante de terciopelo”. Allí está toda la suavidad de la noche, toda la sutileza sugerida y al verso de Aleixandre, Rafael responde en otro poema: “la noche no es una valiente espada”. Pero sigamos con este:
así cada noche
frente a frente
tallamos los contornos y las cicatrices
hasta cincelar -sincerar-
unos nombres
La batalla se gana a fuerza de enfrentamientos que desgarran, que desprenden pedazos de cada rival. ¿Qué es el amor si no ir dejando de lado partes de nosotros, egoísmos, secretos? ¿Qué es sino ir quitándonos los velos con el tiempo, nunca completamente, e incluso dejar por el camino algunos sueños que se transformar en otros, o que se acomodan para soñarlos junto a otro?
“Cincelar”, ahí está la clave, romper murallas, es también dejarse ganar, comenzar a ser “sinceros” y dejar de ser dos desconocidos, dos anónimos que se besan para ser dos que se conocen y reconocen. Porque tener nombre es ser alguien. En gran medida somos nuestros nombres. En algunas tribus australianas, pero no sólo en ellas, cuando alguien muere no puede volver a mencionarse su nombre. El nombre es todo. Fíjense en el poder de la palabra. A veces somos una palabra o dos, en mi caso. Dice Rafael:
Habrá un día en que seré
seis letras
un nombre anclado a un cenicero
un rostro niebla en la resaca de un tango
el eco del eco en una lectura de Altazor
la memoria de una lágrima
y de la palabra espejo…
Cuando me prestaron el primer libro de Rafael, me advirtieron que no habían entendido nada. Como era un profesor de geografía supuse que era simplemente porque a él no le interesaba la poesía. Pero leí el libro y se lo devolví rápido. Seguramente apurado por esas mil cosas que tengo y que todos tenemos siempre. Lo había leído tan rápido que no me había dado cuenta que había incluso un soneto y confieso que es la forma que más me atrae y leo. Eso fue también en el año 2006.
Cuando en el año 2007 tuve la oportunidad de volver a leer el libro, me di cuenta del error que había cometido. Otra vez el mismo error que cometí con Figari. Por suerte en ambos casos aprendí y tuve otra oportunidad.
Rafael escribe para que se deba volver a leer, para engañar. Muestra una imagen cuyo fondo, podría decir: cuyo fondo de agua, en algunos casos, es demasiado profundo y uno debe empaparse, bucear y seguir buscando.
Dice Borges: “La belleza está acechándonos”, pero esa belleza no puede preverse, ni definirse y mucho menos enseñarse. En tal sentido es inútil nuestra presencia aquí. Yo sólo soy un intermediario, un puente que está a punto de derrumbarse. He ayudado a acercar un libro y he propuesto una forma de leerlo. Aunque todos sabemos que un libro digno de ser releído tiene tantas lecturas como lectores se acerquen a él. Mi único aporte aquí es decirles que este es un ejemplo de aquello.
Salto/Montevideo,
octubre/noviembre
de 2009
martes, 28 de diciembre de 2010
Entrevista a Rafael Fernández Pimienta, poesía sin prisiones
Rafael Fernández Pimienta, escritor uruguayo, nació en 1978 en la ciudad de Montenegro, estado de Río Grande do Sul, Brasil. Es uruguayo por ser hijo de orientales. Ha publicado sus poemas en revistas de la capital y el interior del país. Organizó el encuentro de poetas y músicos “Palabras perdidas”, en 2004. Publicó en 2004 el libro Las formas del olvido, Ed. Artefato. Forma parte de la antología Poetas De Las Dos Orillas, Ed. Botella al mar, 2009. Su último libro Mujer con fondo de agua fue presentado en Salto en el mes de octubre y en Montevideo en noviembre.
¿Por qué se presentó Mujer con fondo de agua, primero en Salto y qué repercusiones tuvo?
Las razones son múltiples: en primer lugar un par de amigos y colegas (tanto de escritura como de docencia), me invitaron a realizar la presentación en esa ciudad. Segundo, las pocas veces que visité Salto la pasé muy bien y uno siempre quiere estar en aquellos lugares donde es feliz. Tercero, ¿por qué Montevideo tiene que estar en primer lugar? Después de todo, si bien yo desarrollo mis actividades más importantes en la capital, vivo al margen de ella, resido (y he residido desde que tengo memoria), en una zona semirural, en las cercanías del Aeropuerto de Carrasco. Por lo tanto, no tengo ninguna superstición citadina.
En cuanto a las repercusiones, estas han sido muy positivas. La presentación la realizamos en la sala de actos del Centro Regional de Profesores, digo realizamos porque de la misma participaron el músico y docente Esteban Ibarra, quien musicalizó con su saxo la lectura de mis poemas, y dos profesores y escritores salteños. Tuvimos un público que básicamente se está formando en esto de ensayar interpretaciones sobre lo literario y de intentar transmitir el gusto por esta tarea, por lo que el intercambio fue muy valioso para mí. Tuve el honor de que asistiera el académico Leonardo Garet quien me hizo unos aportes muy valiosos en cuanto a la reflexión de mi propio proceso creativo, esas cosas que uno deja de ver por costumbre y que corren el riesgo de convertirse en muletillas. En definitiva, una experiencia que aportó muchísimo en lo emocional, en lo académico y en lo creativo, por lo menos en lo que a este poeta respecta. En cuanto a los salteños, ellos mismos deberían responder si pudimos aportar algo.
¿Hay grandes cambios del primer al segundo libro?
Claro que sí, tantos como los hay de mí a mí mismo, es decir, tantos como la distancia que va desde el Rafael Fernández de 2004 al Rafael Fernández de 2009. Cinco años equivalen a una sumatoria de experiencias de las que es imposible sustraerse. Las ideas, las emociones, las piernas, las lecturas no se han quedado quietas, entonces, por qué habría de hacerlo la escritura. Si uno es consciente del devenir del tiempo y de que uno deviene con él, no puede escribir de la misma manera en la que lo hizo, porque sencillamente uno no es el mismo. Este asunto de los heterónimos es mucho más natural de lo que Pessoa suponía.
Por lo anterior infiero que tu escritura es autobiográfica.
Concluís bien, aunque es una conclusión que debiera generalizar a todos los escritores. No hay escritura que no sea autobiográfica. Estamos pasando parte de nuestra vida mientras estamos escribiendo, es gran parte de nuestro tiempo. La escritura es un punto donde tiempo y espacio se cruzan y en el que depositamos, por un instante, lo que somos o lo que buscamos ser, que en el caso del ser humano es lo mismo (por lo menos desde mi concepción existencialista). Lo que somos es una constante búsqueda de una definición que nunca alcanzamos. El soy siempre está un paso más adelante y la poesía, el arte, y todo lo que hacemos en general tratan de llenar ese espacio que media entre la masa informe hecha de emociones, ideas, experiencias y un molde al cual nunca llegamos a dar la consistencia necesaria para atrapar eso que se nos escurre mientras marchamos.
Específicamente, ¿cuáles serían esos cambios?
En el primer libro: Las formas del olvido, tenía la necesidad de escribir sobre el olvido, es decir sobre la memoria, sobre la distancia que va de un término a otro, si es que tal distancia existe. Básicamente tenía necesidad de olvidar algo, no importa qué, como todos los seres humanos tenemos necesidad de no ver algo que nos duele. Cada poema explora distintas formas por las cuales el olvido podría alcanzarse, y como las formas de olvidar son variadas, las formas poéticas también lo son, ya hace mucho tiempo sabemos que la forma es el contenido en el arte. Claro que lo biográfico queda ahí, es decir, no cuento mi vida, los detalles que quiero olvidar, pues en ese caso el libro sólo tendría valor de diario íntimo y no tendría sentido publicarlo. Ahora, la experiencia de querer olvidar es, creo, universal, y es ahí donde tiene sentido que una experiencia vital se convierta en un libro. Volviendo a las diferencias entre un libro y otro, Mujer con fondo de agua es un libro cinco años posterior a Las formas…, por lo tanto son cinco años de experiencias vitales y artísticas. Algo del libro anterior pertenece, como algo de nosotros se conserva. El tema del olvido-memoria está ahí, pero de otra forma, ahora hay más libertad, menos restricciones de forma y de género. Si bien este es un libro de poesía puede rastrearse un andamiaje narrativo por detrás, una historia que va hilvanando los poemas y que incluso a veces aflora convirtiendo a la página decididamente en una narración; la historia o las historias entre un hombre y unas mujeres a las que hubiera querido retratar si tuviera el talento de un pintor. Pero también hay drama en el sentido griego del término. Hay juegos verbales y metáforas más complejas que implican otro nivel de exigencia. Además hay otro dominio de la sencillez, de aquello que puede decirse casi sin artificios y aun así seguir siendo poético. Sencillamente madurez y experiencia, quizás algo de vejez también.
¿Qué se podría decir de la poética de Rafael Fernández?
Si dijera que hay una poética personal estaría contradiciendo lo que he dicho hasta ahora con respecto a mi concepción existencialista de la vida y del arte. Mi poética puede definirse con la siguiente frase de Nietzsche: “Las convicciones son prisiones”.
¿Cuáles son tus autores de referencia?
Mis autores de referencia son todos los que he leído, visto u oído, para bien o para mal. Sólo para citar algunos: Bradbury, Discépolo, Borges, Velázquez, Quevedo, Cervantes, Lorca, Huidobro, Dalí, Charlie Kaufman (guionista de “El eterno resplandor de una mente sin recuerdos”), Sartre, El cuarteto de Nos, Miguel Barnet (poeta cubano), Mary Shelley, Cazuza, etc., etc., etc.
¿Trabajás otros géneros además de la poesía?
La escritura en realidad es una sola. Esto de los géneros es muy arbitrario. Hoy me siento más cómodo con la poesía, con el verso, pero ya mencioné que detrás de lo que escribo hay otras estructuras que subyacen y afloran. También escribo textos decididamente narrativos, pero en ellos es posible notar lo que podría clasificarse, por el tono, por el ritmo, por el lenguaje en definitiva, como marcas del género lírico. Yo escribo, o intento escribir literatura, eso es todo.
Rafael Courtoisie, o la violencia de la poesía.
Relatos que rozan lo ominoso. La sugerencia profunda, la feliz ambigüedad. Rafael Courtoisie, Montevideo, 1958, discute los conflictivos términos de frontera, género y adecuación. Traductor. Autor prolífico de poesía y narrativa. Premiado y distinguido nacional e internacionalmente.
Los Cadáveres exquisitos pueden ser también la felicidad de las palabras. Hay términos, expresiones, que se han consolidado como frases comunes, recurridas, e incluso despojadas totalmente de su significado o sentido original. Tal es el caso de “cadáver exquisito”, frase repetida muchas veces en cuentos, poemas, artículos o canciones. Esta expresión francesa abarca, inicialmente, la idea del conjunto disímil, de la experimentación lúdica, pero deliberadamente seria y teorizada. Fue (quizás pueda seguir siéndolo), al decir de Max Ernst, un “barómetro” entre la vendaval de intelectualidades de su época. Y, precisamente este libro de Courtoisie, parece ser una especie de medición post-vanguardista que anticipa algunos avatares del siglo XXI. El ensamble de los relatos, de las ideas que aparecen como relatos, no siempre es evidente. Incluso pueden llegar a confundir algunos tópicos que se precipitan al comienzo del libro: la muerte que asombra y tienta al hombre, la pobreza de espíritu y, arriesgando alguna interpretación más osada, parece exhibirse, en un par de relatos, la sombra, o las consecuencias, de uno de los períodos más oscuros de la historia uruguaya e incluso latinoamericana.
Cadáveres exquisitos, Montevideo, 1995, parece ser un libro de relatos, está escrito en prosa y se lee como un libro de relatos, pero no deben confundir estas sencillas concepciones genéricas. Courtoisie trabaja la poesía y la narración al mismo tiempo, pero no hace aquello que se ha dado en llamar prosa poética. Su prosa, sus historias contienen la poesía en sí mismas, la sonoridad que exige la poesía, pero por sobre todo la sugerencia, lo que queda patente sin la necesidad de ser dicho. Esto puede significar que, para un lector acostumbrado a la narración en el sentido más lato de la palabra, este libro puede ser complejo. Complejo porque no permite, no le beneficia, una lectura apurada, sino que, por el contrario, exige la atención, exige el compromiso de estar dentro de él y detenerse en cada frase. Sólo así puede el lector aceptar (pactar lo llamarían algunos teóricos), ese otro mundo, a veces punzantemente realista. Tal es el caso de los relatos “Lobos muertos”, “Cero a uno” o el irónico y a la vez patético “Vida mía”. Este último, es quizás el relato más apegado a los cánones tradicionales de la narración, no exento para nada de esa poesía que también puede tener la violencia, la carroña que otros dejan para que algunos sigan siendo derrotados por la vida.
La poesía de Courtoisie, en este libro, tiene un doble asidero, forma parte de las historias, pero también es sonido y trabajo en y con el lenguaje. Es evidente la relación del título de la obra con su contenido, el origen de la expresión y la elaboración poética de las formas, es decir, el uso de una prosa clara y rica. No todos logran una bella escultura de un pedazo de piedra, y el lenguaje (materia prima que usamos más que cualquier otra), también es un pedazo de piedra. Pocos son los escritores que se dedican a trabajarlo, a sopesarlo, a escucharlo formando parte de un todo. Por eso tal proliferación de “escribidores”, al decir de más de un crítico, y de muy pocos escritores.
Por otro lado, y con mención aparte, entre estos cuentos más apegados al género narrativo, está “Aventuras de la mujer barbuda”. Este pertenece a esa clase de relatos que rozan lo ominoso desde el punto de vista infantil y recuerdan inclementes narraciones como “El hombre de arena” de Ernst Theodore Hoffman o “Donde la claridad misma es noche oscura” de Ricardo Prieto, más cercano a nosotros, pero no menos universal. Se aborda en este relato la disolución de la familia, la pérdida de los valores y las referencias más cercanas que afectan tácitamente a los niños sin que estos puedan hacer nada, o casi nada, al respecto y sin poder vislumbrar el consolador hapy ending.
La sugerencia profunda, la feliz ambigüedad, la escasa referencialidad, delimitará para este libro un campo más restringido de lectores que el común habitual, pero esto no tiene por qué ser una falencia. La amplia invención y la palabra madura, tales las cualidades de este narrador que admite:
“La salud de un poema está hecha con el hilo del tiempo de modo invulnerable. La salud de algunas palabras juntas dura mucho más que el hombre que las reúne. La palabra es suprema y el hombre pequeño”
(“La canción de los cerdos”,
de Cadáveres Exquisitos, 1995)
Los Cadáveres exquisitos pueden ser también la felicidad de las palabras. Hay términos, expresiones, que se han consolidado como frases comunes, recurridas, e incluso despojadas totalmente de su significado o sentido original. Tal es el caso de “cadáver exquisito”, frase repetida muchas veces en cuentos, poemas, artículos o canciones. Esta expresión francesa abarca, inicialmente, la idea del conjunto disímil, de la experimentación lúdica, pero deliberadamente seria y teorizada. Fue (quizás pueda seguir siéndolo), al decir de Max Ernst, un “barómetro” entre la vendaval de intelectualidades de su época. Y, precisamente este libro de Courtoisie, parece ser una especie de medición post-vanguardista que anticipa algunos avatares del siglo XXI. El ensamble de los relatos, de las ideas que aparecen como relatos, no siempre es evidente. Incluso pueden llegar a confundir algunos tópicos que se precipitan al comienzo del libro: la muerte que asombra y tienta al hombre, la pobreza de espíritu y, arriesgando alguna interpretación más osada, parece exhibirse, en un par de relatos, la sombra, o las consecuencias, de uno de los períodos más oscuros de la historia uruguaya e incluso latinoamericana.
Cadáveres exquisitos, Montevideo, 1995, parece ser un libro de relatos, está escrito en prosa y se lee como un libro de relatos, pero no deben confundir estas sencillas concepciones genéricas. Courtoisie trabaja la poesía y la narración al mismo tiempo, pero no hace aquello que se ha dado en llamar prosa poética. Su prosa, sus historias contienen la poesía en sí mismas, la sonoridad que exige la poesía, pero por sobre todo la sugerencia, lo que queda patente sin la necesidad de ser dicho. Esto puede significar que, para un lector acostumbrado a la narración en el sentido más lato de la palabra, este libro puede ser complejo. Complejo porque no permite, no le beneficia, una lectura apurada, sino que, por el contrario, exige la atención, exige el compromiso de estar dentro de él y detenerse en cada frase. Sólo así puede el lector aceptar (pactar lo llamarían algunos teóricos), ese otro mundo, a veces punzantemente realista. Tal es el caso de los relatos “Lobos muertos”, “Cero a uno” o el irónico y a la vez patético “Vida mía”. Este último, es quizás el relato más apegado a los cánones tradicionales de la narración, no exento para nada de esa poesía que también puede tener la violencia, la carroña que otros dejan para que algunos sigan siendo derrotados por la vida.
La poesía de Courtoisie, en este libro, tiene un doble asidero, forma parte de las historias, pero también es sonido y trabajo en y con el lenguaje. Es evidente la relación del título de la obra con su contenido, el origen de la expresión y la elaboración poética de las formas, es decir, el uso de una prosa clara y rica. No todos logran una bella escultura de un pedazo de piedra, y el lenguaje (materia prima que usamos más que cualquier otra), también es un pedazo de piedra. Pocos son los escritores que se dedican a trabajarlo, a sopesarlo, a escucharlo formando parte de un todo. Por eso tal proliferación de “escribidores”, al decir de más de un crítico, y de muy pocos escritores.
Por otro lado, y con mención aparte, entre estos cuentos más apegados al género narrativo, está “Aventuras de la mujer barbuda”. Este pertenece a esa clase de relatos que rozan lo ominoso desde el punto de vista infantil y recuerdan inclementes narraciones como “El hombre de arena” de Ernst Theodore Hoffman o “Donde la claridad misma es noche oscura” de Ricardo Prieto, más cercano a nosotros, pero no menos universal. Se aborda en este relato la disolución de la familia, la pérdida de los valores y las referencias más cercanas que afectan tácitamente a los niños sin que estos puedan hacer nada, o casi nada, al respecto y sin poder vislumbrar el consolador hapy ending.
La sugerencia profunda, la feliz ambigüedad, la escasa referencialidad, delimitará para este libro un campo más restringido de lectores que el común habitual, pero esto no tiene por qué ser una falencia. La amplia invención y la palabra madura, tales las cualidades de este narrador que admite:
“La salud de un poema está hecha con el hilo del tiempo de modo invulnerable. La salud de algunas palabras juntas dura mucho más que el hombre que las reúne. La palabra es suprema y el hombre pequeño”
(“La canción de los cerdos”,
de Cadáveres Exquisitos, 1995)
Presentación del libro Imagina el desierto, de Gerardo Ferreira


link al libro
Si bien algunos me conocen, siento que debo justificar mi presencia aquí entre poetas.
Después de haber leído mi libro, algún que otro artículo y, creo que, fundamentalmente, después de haber compartido una charla y un café, Gerardo me invitó a compartir esta mesa, a imaginar su desierto poblado de palabras que ya verán ustedes no son sólo palabras, son creación. Yo me sentí valorado, como escritor y como profesional de las letras. Con sinceridad me siento hoy el más honrado de esta sala.
Conocí a Gerardo a través de sus letras, él había publicado un poema en la conocida revista Paréntesis y estaba muy enojado porque le habían cambiado la última letra de su apellido. En vez de Ferreira era Ferreiro, y eso lo hizo escribir un mail al editor de la revista y enojarse bastante porque ese no era él, según él. Es muy gracioso ver a este señor enojado…
Pero sí era él y cada vez lo es más. No es para nada casual que aquel poema se llamara “Sed (de ser)”, poema que ahora es el número III en este libro. Con escasas modificaciones que mejoran quizás el sonido y el ritmo, pero no cambian en nada la esencia de aquella “sed” primera.
Y yo estoy aquí además, no tanto por amistad, que la tengo con este autor, sino porque padezco felizmente de la misma “sed”. Y el agua que corre en el mismo sentido en algún punto ha de encontrarse.
Pero esa “Sed”, y estoy seguro de esto, no es un ansia de gloria (“gloria que es estrépito y ceniza”, dice Borges), sino las ganas de… ganas de construir con palabras: “Cuanto miren los ojos creado sea…”, dice a su vez Huidobro en su Arte poética. Pero además de esas ganas de crear, está la necesidad de decir, pero de decir la belleza de las palabras. Y, en este camino, la publicación de un libro es un pequeño oasis que dará agua a más de un lector sediento, ya que en el desierto estamos.
Pero lo que se impone hoy es el libro, no Gerardo, no su simpatía o antipatía si es que con alguien la tiene. Recuerdo las palabras del poeta salteño Jorge Pignataro aclarando qué debe ser presentar un libro. Él dice que es algo así como presentar una persona a otra, hay que hablar un poco del presentado, describirlo, enfrentarlo al otro, para que luego esos dos, que serán en este caso ustedes y el libro, se conozcan sin intermediarios.
Entonces, un total de 26 poemas se nos presentan en 4 secciones. Pero el tiempo es corto y sólo haré algunas menciones.
El poeta inicia sus versos con una aseveración: “Soy nuevo” y todos sabemos el peso que tal situación acarrea a un escritor joven, y creo que hay un plus de dificultades para los poetas. Y en el mismo poema realiza una especie de inventario, pero por la negativa, es decir, se define a través de lo que no es o no hace:
no me abotono el primero de la camisa
no me guardo en un cajón como algo que no usaré en invierno
no soy un llaverito
Versos significativos todos, y verso por demás simpático el último, pero de esa clase de simpatía cuya sinceridad termina imponiéndose con dureza. El poeta no es un mero adorno de la cultura. “La literatura es la expresión, el termómetro verdadero del estado de la civilización de un pueblo”, dice Larra en 1836. Y esta idea de Gerardo, junto con la de Larra me llevó a pensar en nuestras formas de lecturas, en la “Supersticiosa ética del lector” que Borges propone. Donde el lector ya no se fija en la eficacia o ineficacia de una página, sino en las habilidades aparentes del escritor, en los recursos que despliega, en sus “tecniquerías”, las llama él.
Y esto viene a cuento porque precisamente este es un libro sin tecniquerías. Un libro que apunta a un lector en el sentido ingenuo de la palabra no a esos críticos potenciales que somos todos los que creemos que hemos leído mucho y además estudiamos literatura (y encima esto de ser crítico potencial al uruguayo le cuadra muy bien).
Me detendré en algún verso. En el poema “algarrobo” (referente muy simbólico de este libro, yo diría que es su piedra angular), se añora una sencillez singular, sin aspavientos retóricos, sólo la esencia, tomaré un ejemplo de esto:
dentro de ti aún habita aquel fulgor
aquella cinta celeste:
la vincha que te sostenía el pelo de pequeño
las mismas vaguesas, el animal preferido
dentro de ti aún corren carreras otros niños
juegan a la mancha:
moverse era eso, chocar contra el cemento
quebrarse, llorar, y gasa de por medio volver a moverse
Bajo estos preceptos me parece clave destacar la sencillez del lenguaje. Ferreira no utiliza “palabras difíciles”, como dicen mis alumnos, ni siquiera lo intenta porque su cometido es otro. Su cometido es lo realmente difícil, despojarse y dejarse leer como leíamos quizás cuando nos comenzó a gustar eso que ahora podemos llamar literatura, y que antes eran libros que caían bajo nuestra mirada ansiosa de historias, de belleza, de música, cuando no nos costaba:
entrar en la desnudez del mar
desnudo (dice Ferreira)
Conocer a tal o cual poeta, sobre todo si es contemporáneo y nuevo, puede ser producto del azar. Lo que sí no puede serlo es la valoración que hagamos de él.
Ferreira tiene madera de algarrobo, tiene la certeza de la “Sed”, una sed que está tallada a mano, a lápiz también se podría decir, y que tiene forma de cuenco, es decir, una sed que invita a beber.
Pero, en este camino que por el bien de nuestras letras no debe abandonar, tiene sobre todo otra certeza, la certeza del descenso de los astros, que le son auspiciosos:
hay grandes chances de que hoy sea un buen día
algo me dice que los astros bajarán esta misma noche
comerán uvas al pie de la parra, leerán bajo toda ella
sí, hay grandes chances
hay grandes chances de que hoy me toque verlos en faena
Y como entra firme y seguro en este camino, y con voz propia, sé que lo siguiente será también un éxito y así lo siento y se lo deseo de todo corazón…
Entrevista a: Gerardo Ferreira, un poeta trasandino.

Gerardo Ferreira, escritor uruguayo, nació en 1981 en Canelones. Ha publicado cuentos y poemas en revistas de la capital y el interior de nuestro país. Recientemente fue primer premio en el V concurso para jóvenes poetas, organizado por la filial JAI DE B’NAI B’RITH. La obtención en 2008, con el poemario “algarrobo”, del primer premio en poesía del concurso organizado por la Municipalidad de San José (Uruguay) y la fundación Pablo Neruda (Chile), le significó la publicación de su primer libro individual Imagina el desierto, presentado el pasado jueves 29 de octubre en la Sala José Pedro Varela, de la Biblioteca Nacional.
1- ¿Podés contarnos algo acerca de tu pasaje por Chile?
1- Una experiencia inolvidable, como todo viaje. Pero a diferencia de cualquier otro viaje, este involucró a la poesía. Recuerdo más que nada el entusiasmo, la amistad, sentir el germen que da paso a nuevas visiones, por ejemplo, la de ver hoy publicado mi primer libro.
2- ¿Cuáles fueron tus primeras publicaciones?
2- En 2004 gané una mención por un poemario que se llamaba “Péndulo en la nada” y esa fue la primera publicación. Luego en 2005 nos juntamos con algunos poetas y sacamos una revista literaria: “Crima”, y allí publiqué poemas. Por supuesto que no pasó del número uno, como toda buena revista literaria.
3- ¿Qué significa para Ferreira el primer libro individual?
3- Bueno, primero orgullo, porque no es fácil que te den mucha bolilla para un primer libro y menos de poesía. Y luego satisfacción, la de cerrar un gran ciclo, la de coronar con algunas páginas un montón de sueños.
4- ¿Qué puede encontrar el lector en Imagina el desierto?
4- Espero que sitios para beber, porque sólo se piensa en el desierto cuando hay verdadera sed.
5- ¿Cómo definirías tu poesía?
5- Cualquier aproximación que diga no lo sería, así que prefiero la ausencia de definición. Hay cosas que es mejor no saberlas, ¿no?
6- ¿Qué sigue?
6- Ojalá lo supiera (risas) Por lo pronto seguir escribiendo, seguir pensando no solo en la poesía sino en las Letras, y desde allí salir adelante o al menos intentarlo. Eso, intentarlo, en estos tiempos, es bastante.
Poemas.
III
Si digo “potabilidad”
todo conduce al agua, a pensarla
a pensar en el sano proceso que la convierte en este día limpio
quiero probar la potabilidad no el agua
quiero potar, hacer buches y gárgaras
beber es una suma de confianzas
debo creer en un vaso con agua
-tallada a mano la sed tiene forma de cuenco-
comienzo a potar y nada pasa
sigo aquí, no hubo cicuta, no he caído bajo un charco de veneno
entonces creo ya en aguamaniles y palanganas
creo ya en bebederos, en los parques y plazas que surgen de ese chorro oblicuo
perpendicular a mi ansiedad, bebo
inclino la cabeza y bebo, me estoy purificando pienso, no me contamino
entonces creo ya en grifos y en duchas, en su efímera explosión de júbilo
en su eyaculación precoz y solidaria, bebo
me sumerjo en fuentes y manantiales, hago la plancha y pienso
en los largos acueductos del emperador Claudio y ahora sí
me convenzo, quiero beber
quiero beberme al caer la noche.
permanencia
bajo la lluvia encendí un fósforo
y ni una gota interrumpía su pelaje de antorcha
confieso que por muchos días busqué
sobre esta misma hoja
la manera más mojada de decirlo.
solo el alma sabe
subir la escalera
como yendo a ningún sitio
amortiguado en el cemento que levita
debajo de ti y de mí
subirla, como si fuese un deseo
mirar atrás y ver
las manos suaves del pasado,
mirar atrás como solo el alma sabe
como si de ello dependiese vivir
lograr cosas, prometer felicidad y debatirse
entre escalones de sueños
entre cajones de piedra
pararme descalzo en su blanco centro
respirar y seguir
caminando en la ceniza oscura
como si fuese montaña
como si yendo a ese grave sitio me purificase
cansado de la luz que rebota en el corazón de un prisma:
amar y dejarse
como si vagase el tiempo encima de cada peldaño
como si de ello dependiese esta enfermedad de plantas
llenarse los pies con el suelo
y contra la muerte subir
siempre subir.
Herta Müller, en tierras bajas...
Herta Müller, 2009, duodécima premio Nobel de Literatura.
Es la duodécima mujer en obtener el principal galardón literario. La primera fue la sueca Selma Lagerlof (1858-1940), en el año 1909, a ocho años del primer Nobel de Literatura. Sólo una latinoamericana lo obtuvo, fue Gabriel Mistral, en 1945. La última había sido Elfriede Jelinek (nacida en 1946), austríaca, quién lo obtuvo en 2004. El premio se otorga cada año a personas que hayan hecho investigaciones sobresalientes, inventado técnicas o equipamiento revolucionario o hayan hecho contribuciones notables a la sociedad.
El jueves 8 de octubre de 2009 se conoció, por voz del Profesor Peter Englund, secretario permanente de la academia sueca, la decisión. La “contribución notable a la sociedad”, pues por aquí se decantaría el tributo literario, la realizó la rumano-alemana Herta Müller, nacida en Niţchidorf, Banat, un lugar germanohablante de la región de Timisoara, en Rumania. Esa misma tarde, en Berlín, la escritora manifestó su asombro por el “prematuro” reconocimiento.
El reconocimiento de Müller se sostiene en su capacidad para describir "con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los desposeídos". El libro mención de este reconocimiento es: En tierras bajas (libreo censurado en Rumania y publicado en Alemania), pero, debe entenderse, el premio considera la totalidad de la obra del autor.
El secretario permanente de la academia sueca, en una entrevista que se encuentra en la página oficial del Nobel, a la cual es casi imposible acceder en estas horas y que no ha sido traducida al español, señaló la importancia de hacer visible una minoría lingüística oprimida y corrompida por la dictadura de Nicolae Ceaucescu.
El estilo de Müller corre por los senderos de la brevedad, lo fragmentario o lo anecdótico sin llegar a lo épico, pero formando un conjunto a partir de lo episódico, argumentó Englund.
La última novela de Müller, Atemschaukel (traducida como: El columpio del aliento), está basada en la experiencia de su madre en los campos de concentración de la Unión Soviética. Se da cuenta del hambre y las incidencias de pertenecer a una minoría étnica dentro de macro sociedades.
En español sólo puede encontrarse cuatro obras de la autora: En tierras bajas, El hombre es un gran faisán en el mundo, La piel del zorro y La bestia del corazón. En 2003 aparecen un conjunto de ensayos que llevan el título Der König verneight sich und tötet (El rey se inclina y mata).
Luego de culminar sus estudios de literatura rumana y alemana, y dedicarse a trabajar en una fábrica como traductora, fue despedida por negarse a ser informante de la Securitate, policía secreta de la dictadura rumana. A partir de allí todo se continuó en una constante persecución y amenazas. La biografía de esta autora parece dar cuenta de una vida que, a pesar de los avatares, está seriamente encaminada hacia letras, el compromiso social y la denuncia.
Sus trabajos literarios han sido traducidos a 21 idiomas. Ya ha recibido un gran número de premios, pero, seguramente este será un lanzamiento más rotundo y significativo en la vida de la cincuentenaria escritora.
Es la duodécima mujer en obtener el principal galardón literario. La primera fue la sueca Selma Lagerlof (1858-1940), en el año 1909, a ocho años del primer Nobel de Literatura. Sólo una latinoamericana lo obtuvo, fue Gabriel Mistral, en 1945. La última había sido Elfriede Jelinek (nacida en 1946), austríaca, quién lo obtuvo en 2004. El premio se otorga cada año a personas que hayan hecho investigaciones sobresalientes, inventado técnicas o equipamiento revolucionario o hayan hecho contribuciones notables a la sociedad.
El jueves 8 de octubre de 2009 se conoció, por voz del Profesor Peter Englund, secretario permanente de la academia sueca, la decisión. La “contribución notable a la sociedad”, pues por aquí se decantaría el tributo literario, la realizó la rumano-alemana Herta Müller, nacida en Niţchidorf, Banat, un lugar germanohablante de la región de Timisoara, en Rumania. Esa misma tarde, en Berlín, la escritora manifestó su asombro por el “prematuro” reconocimiento.
El reconocimiento de Müller se sostiene en su capacidad para describir "con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los desposeídos". El libro mención de este reconocimiento es: En tierras bajas (libreo censurado en Rumania y publicado en Alemania), pero, debe entenderse, el premio considera la totalidad de la obra del autor.
El secretario permanente de la academia sueca, en una entrevista que se encuentra en la página oficial del Nobel, a la cual es casi imposible acceder en estas horas y que no ha sido traducida al español, señaló la importancia de hacer visible una minoría lingüística oprimida y corrompida por la dictadura de Nicolae Ceaucescu.
El estilo de Müller corre por los senderos de la brevedad, lo fragmentario o lo anecdótico sin llegar a lo épico, pero formando un conjunto a partir de lo episódico, argumentó Englund.
La última novela de Müller, Atemschaukel (traducida como: El columpio del aliento), está basada en la experiencia de su madre en los campos de concentración de la Unión Soviética. Se da cuenta del hambre y las incidencias de pertenecer a una minoría étnica dentro de macro sociedades.
En español sólo puede encontrarse cuatro obras de la autora: En tierras bajas, El hombre es un gran faisán en el mundo, La piel del zorro y La bestia del corazón. En 2003 aparecen un conjunto de ensayos que llevan el título Der König verneight sich und tötet (El rey se inclina y mata).
Luego de culminar sus estudios de literatura rumana y alemana, y dedicarse a trabajar en una fábrica como traductora, fue despedida por negarse a ser informante de la Securitate, policía secreta de la dictadura rumana. A partir de allí todo se continuó en una constante persecución y amenazas. La biografía de esta autora parece dar cuenta de una vida que, a pesar de los avatares, está seriamente encaminada hacia letras, el compromiso social y la denuncia.
Sus trabajos literarios han sido traducidos a 21 idiomas. Ya ha recibido un gran número de premios, pero, seguramente este será un lanzamiento más rotundo y significativo en la vida de la cincuentenaria escritora.
domingo, 31 de octubre de 2010
“Rodríguez”, otra lectura.
Son en verdad abundantes los estudios y comentarios que los profesores e investigadores de la literatura dedican al gran cuento de Espínola pero ninguno menos prescindible que aquel cargado de conceptos, teorías y certezas que en lugar de motivar la lectura, la entristecen.
En un ensayo titulado “El falso problema de Ugolino”, Borges propone que la felicidad de la literatura está en saber promover posibilidades, “los versos son felices porque son ambiguos” sentenciaba.
Hace unos días que estoy trabajando con el cuento mencionado y entre mi grupo de jóvenes alumnos expongo siempre la gran posibilidad que tiene el lector de suponer, de intuir, incluso de imaginar ciertas ideas que forman parte intrínseca de nuestras capacidades, conocimientos e incluso miedos.
Pero más de una vez he enfrentado casos en los cuales estas capacidades se ven coartadas por personas que no tienen seguramente la capacidad de imaginar mucho más y cierran, como a sus libros, las tapas de la imaginación de los demás y se dedican a explicar hechos, literatura, que hasta el momento (y seguramente a pesar de) ha sobrevivido sin ellos. Me refiero a todos aquellos profesores que se dedican a “enseñar” la literatura como si esta fuese un objeto que se toma solamente desde el frente. Cada vez que leo “explicaciones” de cuentos o poemas entiendo por qué esos mismos profesores aún seguirán mirando horas de televisión y escribiendo cada vez menos libros propios.
Entonces, llego a mis conclusiones con respecto al cuento. ¿Por qué decir explícitamente en el primer enunciado de un estudio sobre “Rodríguez” que el desconocido es el “mismísimo diablo”? Sería más o menos lo mismo que decir que Gregorio se convirtió un día en una cucaracha, con tal o cuales características físicas, sin divisar al menos un pretérito en la historia. O peor aún, decir que aquel “Esteban”, ese ahogado hermoso, era simplemente una metáfora de la propia fe y fuerza espiritual de cambio que nació desde los más inocentes y se fue contagiando hasta, increíblemente, transformar a los más duros y fríos. ¿Y dónde queda el misterio y la magia? La imaginación cada vez menos volátil nos hace, de esta forma, olvidar que la vida aún puede ser más que “mágica” en ocasiones especiales.
Trataré de exponer alguna alternativa, que, seguramente, también habrá pasado por la cabeza de más de un explicador de la literatura. De lo contrario aquí la dejo, consciente de que no es, ni debe ser, la última.
Supongamos por ejemplo: ¿qué hubiese pasado si, en vez del “mismísimo Diablo”, “el otro” (mención indefinida que va variando a lo largo del relato pero que nunca, repito nunca, se expresa con mayor exactitud) hubiese sido nada más que un mentiroso locuaz, un ilusionista, un "mago" (adelantado tal vez) de la misma talla de esos que hoy salen a la calle a “asombrar” o “maravillar” a los incautos con sus poderes psíquicos o faquirísticos (término inventado especialmente) dejando pasmado, comprando a más de uno con imágenes que aparecen, desaparecen o se transforman en un santiamén? Retomo. ¿Qué hubiese pasado en ese caso? ¿El cuento no hubiese podido explicarse? Tal vez sí. Tal vez podríamos haber dicho que el otro ofrecía una ilusión, una mentira, y Rodríguez, sin perder más que su tiempo (que también es importante para alguien que se dirige hacia algún lugar) se hubiera ido del paso tan o más vacío que antes, tan lo mismo, tan sí mismo. ¿No es acaso “el todo y la nada” también un posible tema literario? Porque es importante, claro está, saber que es peligroso tener, o creer que se tiene, sin haber hecho más que abrir la boca, pero también es importante saber que es igual de peligroso perder el tiempo con charlatanes que, en definitiva, no cambiarán en nada nuestra vida pero nos harán perder más de un minuto de nuestro incesante tiempo.
Rodríguez también permanecería impertérrito ante un ilusionista, pues su tiempo es lo más valioso, y no quiere perderlo con extraños. ¿No es esta una buena posibilidad?
En conclusión, no debemos postular ningún libertinaje interpretativo, pero tampoco aceptar sin mayor crítica, como única proyección arraigada e impertinente, algo sobre aquello en lo que, con seguridad, ni el autor hubiese querido dar una aseveración exacta. El cuento gana por sus posibilidades, por su amplio sentido connotativo y no al revés. No podemos asegurar, ni deberíamos querer hacerlo, una única interpretación que sacrifique las demás posibilidades que, si nos animamos a buscarlas, irán apareciendo, como objetos que salen de esa galera "mágica" que es la literatura.
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